ES IMPORTANTE SABER

miércoles, 30 de junio de 2010

Lo llamaban El Castillo - I

Va en partes. El que avisa no es traidor: es largo, es un montón de mierda y no lleva a ningún lado.

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Nos conocemos con Francisca desde que yo tenía trece años y ella nueve.
Es la hija del imbécil que fuera la última pareja duradera de mi madre: Guillermo, un herrero, peronista, ex exiliado, terriblemente chamuyero, alcohólico, mentiroso, infantil, violento.

Tuvimos mucho contacto con Fran el primer año de conocernos, caminábamos los fines de semana por el rio de Cascallares, entre flores silvestres, buscando nada. Una alegría muy fuerte me llenaba cada vez que nos encontrábamos, junto con cierta confusión. A partir de sus diez, once años, nuestros encuentros comenzaron a espaciarse cada vez más.

Mi madre recuerda lo que dije cuando nos reencontramos por primera vez en mucho tiempo con Fran, muy casualmente, en la calle. Yo era un chico superado ya por aquella época y dije: "me embolan las nenas que largan el chupete y agarran la cocaína".
Teníamos en ese momento yo diez y siete años, Fran trece.


Cuando llegó a los diez y seis, se presentó un día con Felisa, mi madre, a contarle que estaba embarazada, y todavía hoy cuenta como algo valioso que Felisa la acompañara a abortar. En aquella época yo todavía no tenía una postura tomada frente al aborto, pero tendía a estar en contra. Al charlarlo con Felisa, me cortó con gesto inexorable, diciendo "es un problema menos".
Yo hubiera preferido que tres años antes hiciera algún intento de disuadirla de coger a cambio de falopa, pero lo digo desde la perspectiva que da el tiempo.

El tiempo, y el desarrollo calamitoso de los acontecimientos.


Superando los diez y ocho años, Fran tenía ya una larga historia de internaciones en clínicas de desintoxicación, salidas y reincidencias.
En esa época, me encontraba metido en problemas profundos con mi padre, de los que ya hablé en otro lado. Lo peor de todo es que no lo sabía: consideraba a mi padre una persona sana todavía, y más aún, destacablemente inteligente. Tardaría varios años más en darme cuenta de su profunda locura.
Mientras, me emborrachaba de lunes a lunes.

No nos veíamos mucho con Francisca por esa época, porque ella vivía con su abuela y hermana maternas.

Su madre murió en un accidente de auto cuando Fran tenía dos años. Su tío y abuelo maternos habían muerto poco antes. De su familia paterna nunca supimos nada. Guillermo no llevó a ninguna de sus hijas a vivir con él, ni antes ni después de convivir con Felisa.

Tras el accidente, Francisca y Margarita, su hermana cuatro años mayor, vivieron un tiempo con la siguiente esposa de Guillermo, a la cual embarazara para tener su tercer hija, María, y abandonarlas de repente. A todas juntas. Esta mujer, con una hija propia, dos ajenas y sin marido, pasó un tiempo de presiones que la volvieron bastante cruel.

En algún momento, la abuela materna de Fran y Margarita recupera a sus dos nietas e intenta convivir con ellas. Desde entonces hasta ahora, la llaman "Bubi".
Tal vez sobre repetirlo, pero es necesario que quede claro: Bubi había perdido en breve tiempo a su marido y a sus dos hijos veinteañeros, varón y nena, madre de Fran y Margarita. No estaba para mucho, la vieja.

Algunos detalles, sin embargo, es difícil saber de dónde salen, como el recuerdo claro de Francisca de estar almorzando y que la abuela soltara frases del tipo de “y con esta cara de puta enfrente tengo que comer yo”. Era la época en que Francisca aún no sabía lo que significaba “puta”.

Ni cuan profundamente lo aprendería en el futuro cercano.

martes, 29 de junio de 2010

M y S me conocen, me quieren, y bueno o malo me festejan el chiste. Mientras el poste de la parada queda temblando, seguimos elaborando un poco la idea original: el resumen es que primero empeoro las cosas, y después las mejoro.

Quise fingir el golpe contra la parada de colectivos para cambiar de rumbo diciendo “ah, no, era por acá” e irme tambaleando en dirección contraria, pero no soy bueno fingiendo, y sí soy bueno dando cabezazos a las cosas.

Mientras retomamos la charla, acaricio con cariño el poste todavía vibrante, digo en voz suave “la historia de mi vida”.

Y me doy cuenta de que hice las paces, con la historia de mi vida.

Primero empeoro las cosas.

Y después las mejoro.

sábado, 26 de junio de 2010

El mono enojado, los dos zorros viejos y la ancianita cieguita

Llegué a conocer a Paula, una españolita de unos sesenta y cinco años, masajista de un talento prácticamente sobrenatural.
Junto con varios problemas físicos, está permanentemente al borde de quedarse del todo ciega.

Llevó mucho tiempo que lo asumiera parcialmente y se consiguiera un bastón, y a veces pide ayuda para algo.
Pero eso también llega lento.

Tiene más peculiaridades: en cuarenta años de residencia en Argentina, se mudó unas veinte veces.
No lo considera una característica suya, sin embargo. Siempre encuentra alguna razón inapelable –y no es que yo apele nada- para mudarse. En lo que la conozco ya se mudo una vez, harta de vivir en un lugar inhabitable, a otro del cual se quiso ir inmediatamente.

La razón que aduce es que la dueña anterior, con problemas de locomoción, tenía perros que mearon el parquet del dormitorio, amén de que probablemente ella misma (la dueña anterior) se haya caído y meado un par de veces.
Y que el parquet absorbió, por lo cual ahora no se puede limpiar, que esto le trae todo tipo de problemas alérgicos, etc., etc.
No cuestiono nada, le pregunto si habló esto con la dueña, me responde que si, y que es la nueva razón por la cual se quiere ir.

Se lo contó a la hija de la dueña en la misma casa, junto con la empleada de la inmobiliaria. Ambas le respondieron de tal forma que se sintió agredida, totalmente avasallada. No pudo hacer valer su razón y ni siquiera su deseo de rescindir el contrato.
No sé qué en su relato me hizo creerlo inmediatamente, y me hirvió la sangre al instante.
Empecé a decir “eso es porque te vieron una mujer mayor, con problemas de vista, sola… si estás con otra persona en la pieza esto no pasa!!”
Días después me confesaría que estaba con su yerno, “pero me parece que mi yerno es medio inútil…”.
Quedamos que la acompañaría a la inmobiliaria para que diera el preaviso de rescisión del contrato y los días empezaran a correr a su favor lo antes posible.

Llegado el día, la acompaño. Ella está nerviosa por la posibilidad de tener que pelearse y yo me pregunto qué carajo sé acerca de rescindir contratos.
Muy pronto se hizo evidente que no hacía falta que supiera nada: cada uno tiene una función en el mundo, vinculada a su naturaleza más básica.

Llegamos, nos sentamos al escritorio, nos atiende un señor de más de sesenta años. Un segundo señor de edad similar está detrás, más cordial: es el que ya se conoce con Paula, se caen mutuamente bien. Paula espera en cierta medida que eso aliviane la negociación que no sabe cómo hacer.
A un costado está la empleada que la hiciera callar en su propia casa a fuerza de hablar más alto. Mi antipatía ya está con ella. Mira toda la charla de reojo.

Paula saluda al primer señor, se sienta, se alegra de darse cuenta de que está el segundo, hace una pequeña introducción y cuenta que quiere rescindir el contrato por las condiciones del departamento.

Ambos hombres empiezan a hablar al mismo tiempo, por encima de Paula.
Algo de “pero ud. firmó un contrato…”, y me explota la cabeza, y me desdoblo en dos personas, otra vez: una que observa y otra que hace, no sé qué. Levanto la voz más que los dos viejos juntos, Paula no para de hablar, pero queda totalmente tapada por todos.
No sé ni lo que digo, pero por ningún motivo dejo de hablar.
Busco cosas relacionadas a la palabra “legal” mientras grito incoherencias acerca de que hay condiciones que pueden solaparse en una primer visita, incluso de mala fe. Lo digo demasiado articulado, ahora. Te aseguro que no se entendía que estuviera diciendo nada de esto, en el momento.

Mientras todo el mundo hablaba al mismo tiempo, las palabras se desplegaron alrededor como una nube: nadie les daba la importancia decisiva que se supone que tienen en una discusión, pero tampoco las deponía en ningún momento. Quedamos sumergidos en esa niebla de sonido, mirando cómo nos desplazábamos y re posicionábamos dentro de ella. Las caras de los dos viejos eran bastante elocuentes: una cosa es pasarle por arriba a una ancianita ciega y otra es soportar en tu oficina los gritos de un tarado destemplado que se enoja.
Una cosa te lleva cinco minutos y de vuelta a trabajar como si no hubiera pasado nada, la otra te puede llegar a consumir incluso una hora, y costar dios sabe qué disgustos. Nunca sabes cuándo un grito te importa más que el anterior.
Sostuve mi presencia verbal en la nube a fuerza de gritos incoherentes mientras leía el lenguaje corporal de los viejos: se miraron entre ellos y con la complicidad fluida que dan los años de tener objetivos comunes se reagrupan en otra dirección, se repliegan por el momento.
Las últimas frases se cruzan en el aire por inercia: yo “ y si se quiere ir, se quiere ir y eso es todo!”, uno de los viejos “pero ud es la que sabe cómo está el lugar, eso no se lo vamos a discutir…” mi frase sobrante, supe en el momento de decirla que sobraba, pero no pude ni quise parar, agrio “entonces no discuta!”.
Silencio.

Paula retoma la palabra: “entonces, están uds avisados de mi intención de rescindir el contrato y mudarme dentro de dos meses”. “Si, señora”.
Eso era todo lo que necesitábamos.
Mientras nos despedimos, noto que la empleada seguía mirando todo de reojo.














A la salida, me cae una ficha: no hacía falta que yo supiera nada de rescindir contratos de locación. Para eso ya estaban los dos viejos, que sabían todo lo necesario de contratos, y ya estaba Paula, que sabía todo lo necesario sobre sus motivaciones.
Cuando hay gente que ya sabe, no hace falta más gente que sepa: cada uno tiene una función.
El tarado que se enoja no tiene la función de saber, sino de hacer que los que saben pongan su conocimiento al servicio de la mayor armonía posible, mediante la simple amenaza de enojarse. El viejo fantasma ochentoso de la escalada, versión a favor.
Desciende una certeza de conformidad conmigo mismo.
Al fin, mi utilidad social, mi lugar en el fluir de las cosas.

Nada cambia, sólo me siento conforme con lo mismo.

Paula me agradece antes de separarnos, el haber gritado.



















Ilustración: Luciano Vecchio.

lunes, 21 de junio de 2010

El fin de la nostalgia

Para descargar el archivo y leerte esto cómodamente en el baño, el bondi o la cama, hacé click acá. (4 páginas)

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Escribí hace mucho un artículo titulado "Espadas y copas, cosas que se entrenan y cosas que se cultivan".
Narraba en él cómo tuve que abandonar, en mi propósito de ampliar mi percepción, mi vieja dinámica machacona de darle y darle a algo, porque la sensibilidad no crece a la manera de los músculos, sino que se limpia y despeja, a la manera de los canales. Usaba para ello algunas metáforas sacadas de la práctica del tarot, asumiendo que la percepción está vinculada a la función del palo de las copas.


Conté en otro lado también el progresivo cambio de una sexualidad hiperestimulada que escondía la secreta necesidad de aparecer ante la mujer envuelto en la coraza de mi erección, escondido tras ella también, hacia una más tranquila, donde podía empezar a rendir mi masculinidad en un orgasmo, deponer mis armas.


Y también conté mi tendencia a disolverme en los otros, a perder mi identidad, y su vinculación con esta permanente sensación de nostalgia, este anhelo constante de la piel.


Participé durante alrededor de un año y medio en talleres de Terapia de Constelaciones Familiares, un sistema que tiene una dinámica de funcionamiento realmente curiosa e impactante: uno pide a otra persona que represente a personas o hechos del propio sistema familiar, y los representantes experimentan sensaciones, emociones, sentimientos e incluso transformaciones de carácter que se corresponden con los del sistema familiar de la persona representada, a pesar de que representante y representado no se conozcan entre sí, e incluso aún cuando el propio representado no se reconozca en lo que emerge. Es muy común que uno se entere de cosas en un taller de constelaciones, que luego descubre que se corresponde con hechos históricos de su familia que no conocía (concientemente, claro) al momento de constelar.
También se dice mucho que cada vez que una persona elige a otra para representarlo, es porque la problemática de ambas está de alguna manera vinculada, o tocan en algún punto que sirve a cada uno.


Preguntándome cómo puede ocurrir este fenómeno, se desplegaba un abanico de respuestas posibles. La gente que enseña constelaciones en Argentina, habla del campo morfogenético. Hellinger, el creador, habla de un alma externa al cuerpo a través de la que se ejerce la comunicación.

Supongo que al fin de cuentas mi teoría se ajusta más la suya, porque sostengo que el transvase de información que ocurre en Constelaciones Familiares entre una persona y otras es una función del área de copas.


Hace años vengo llevando adelante el proyecto Tarot Colectivo, donde regularmente debo explicar a ilustradores que no conocen de tarot, lo mínimo indispensable para que puedan dibujar cada uno una carta con cierto rigor, que sea algo más que una ilustración, que contenga las ideas mínimas que fui descubriendo, robando o desarrollando al respecto.

Suelo decirles que cada palo es una descripción práctica, aplicable, de una función psíquica y del grupo de "órganos psíquicos" que la cumplen.

Que los bastos representan el instinto y la líbido, por lo que son tan difíciles de percibir como de desobedecer, que las espadas son el pensamiento racional y operativo, por lo que se identifican indebidamente y por demás con el ego, y que las copas son el sentir, emocional y vivencial, junto con el pensamiento aglutinante, que crea en imágenes y entiende por símbolos, que conecta los espacios instintivos con los racionales, y los inconcientes con los concientes.

Hago mucho hincapié en el aspecto de que son una herramienta sensorial, que conocen el mundo a través del contacto, que son el saber por sentir.

Tengo un gesto físico con el cual explico que cada palo reside en un área del cuerpo y que la de copas es la del pecho: plexo y esternón, y otro gesto con el cual dibujo la manera en que funciona la irradiación de su sensibilidad.

Este gesto consiste en extender las manos desde mi pecho dibujando ondas de agua imaginarias que salen del corazón y van cubriendo todo, anegando y envolviendo todos los objetos, como agua, hasta en sus más mínimos detalles.

Al final, cuando cada objeto está totalmente cubierto, la energía de copas tiene una imagen tridimensional de ese objeto, molécula a molécula.
Parecido a como se hacen los moldes de cera perdida.

Es una función tanto perceptiva como expresiva, aunque su aspecto expresivo suele ser tan sutil que la mayor parte de la gente no lo asume como un sentido regular, sino como "corazonadas", "sensaciones", etc.

Mi sospecha es que, al momento de entrar en una habitación llena de personas dispuestas a trabajar sus sistemas familiares, los respectivos órganos de copas se disparan e intercambian información a nivel sub o inconciente, como perros oliéndose mutuamente a toda velocidad. A los pocos minutos, los roles están inconcientemente repartidos, todos saben lo necesario de todos los demás, quién es cada uno, qué viene a trabajar y con quién le conviene emparejarse en el trabajo, y es solamente cuestión de esperar al desarrollo del taller para ir poniendo en práctica la información que cada uno tomó de y ofreció a los demás.

Es una idea, y hasta hace poco la basaba, como dice mi amigo Ale Horsmann, en absolutamente nada.
Hasta encontrar esta maravillosa cita de Helmuth Wilhelm, en su traducción del Tao Te King:
"... para los chinos, "el corazón" es, ante todo, uno de los cinco sentidos, correspondiéndole la función del complejo sensorial que permite el contacto más directo con el mundo exterior y al que nosotros solemos llamar, en lenguaje popular "el sentimiento"".
Gracias Helmuth.
Las cursivas son mías.
Agrega luego que justamente por ser el órgano más conectado con lo externo, el corazón es también la fuente del deseo orientado hacia afuera.


Recientemente decidí sumar, a mis tres años de terapia con Alicia Valero, el año y medio de Constelaciones y las diversas prácticas paralelas, un tratamiento de rei ki Karuna con Marcela Cavallo, la persona que me hizo sacar el rei ki de la bolsa de "boludeces simpáticas chuchis" y ponerla en el estante de "cosas serias a estudiar con detenimiento".
El tratamiento completo será transcripto en otro momento, el punto a señalar esta vez es que en cada sesión conviene tener una intención de trabajo, que lo guíe. También se puede trabajar "a lo que salga" y un par de veces lo hicimos, pero en una de ellas surgió una sensación clara.

Poco antes había hecho mi último trabajo en constelaciones sobre el tema "pareja" y, sorprendentemente, lo que salió fue un claro desinterés al respecto. "No estoy disponible ahora" fue la frase definitoria. Me fui descontento con el resultado, pero con el pasar de los días hasta me asenté con más firmeza y alegría en esa actitud.
Tras muchos años de buscar una contención y no encontrarla, de vincularme con gente que buscaba la misma contención a veces e incluso de ser abiertamente estafado hace muy poco, tomarme un descanso de esta necesidad, me pareció genial.

"La verdad" pensaba "un poco me vendría bien, una pareja, pero son tantas las cosas que desconozco del cómo, y tantas las tareas pendientes en otras áreas, que hasta pueden ser requisito previo (como mi reconstrucción económica tras los desastres que dejara mi viejo en su larga muerte), que me parece lo mejor sacar la cabeza de ahí y ponerla en otra cosa. Nunca apareció una mujer que me guste por buscarla o esperarla, ni dejaron de aparecer a lo largo de los años".


Lo que daba a esto la pauta de "descanso" es el hecho de que casi mecánicamente, al acostarme y despertarme, hecho de menos la presencia de un cuerpo al lado.
Un reclamo permanente de mi piel misma, totalmente físico, por caricias. Un sentir hecho carne, y un sentir la falta hecho carne.

Es extraño, dado que dormí la mayor parte de mi vida solo, y es familiar, desde que me dí cuenta de cuánto busco en el contacto y el deseo de besos y mimos, a mi madre en la forma en que no estuvo. Hay cuentas pendientes que se saldan rápido, y otras que salen en cuotas.


Pero, durante no sé ya cuántos años, viví proyectando alrededor mío una búsqueda insaciable de contacto, abrazos y contención, mandando afuera un enjambre de sondas, un embrollo de nervios vivos e intangibles que buscaban permanentemente en el aire el apoyo de una piel, encontrando sólo vacío.
Me acostumbré a llenar ese vacío con la misma búsqueda, a apoyarme en mi propio gesto interno de pedido para no sentir la nada alrededor.


Parte del progresivo trabajo de reunificación conmigo mismo desarrollado en terapia, tuvo como consecuencia un proceso inverso a este reclamo permanente de caricias, que se siente desde adentro como un reconcentrarme en mi propia piel. Poco a poco, en vez de estar permanentemente abierto, a la espera, con un gesto interno de manito extendida que nadie toma, empiezo a replegar esta mano, no desde el rencor que lleva a la insensibilidad, como fuera parte de mi vida, sino desde un cambio de prioridades. Poco a poco, fui llenándome de mí mismo y aprendiendo a pararme solo. Es cada vez menos la necesidad de contención, y más el placer por el otro, el motor potencial de una relación. Y digo potencial porque siento como algo absolutamente natural mantenerme solo hasta que este proceso concluya.

No estar abierto y a la espera, no ser presa del anhelo, tiene como contraparte una percepción mucho más definida de mi individualidad.

Comienzo a dejar de experimentar deseo por el tipo de imágenes románticas que me gustaban antes, plenas de abrazos, pasión, fusión y confusión, y empezar a tener otras imágenes del amor: dos campanas resonando juntas, dos personas con ejes propios, un gusto sincero por el misterio ajeno vivido desde el borde de mi piel y no desde adentro de la suya.

En el medio, percibo extrañas manifestaciones de una sexualidad futura, o mejor dicho, presente pero de aplicación futura (claro: el celibato es parte de mi vida, hoy). Tras el largo aprendizaje para poder tener un orgasmo con una pareja, llegó de repente, mucho después, otra idea casi sacrílega para mí: la posibilidad de no responsabilizarme porque mi pareja tenga un orgasmo. Pasar de ser protagonista, conquistador de orgasmos, a ser compañero, espectador, objeto en un sentido nuevo y no dañino. Ocuparme egoístamente de tener mi propio orgasmo y permitir que la otra parte haga lo mismo y me disfrute como le surja y no como mi sentido del deber dicta.
No sé, tal vez sea una etapa, pero si semejante sacrilegio es un paso... el camino siguiente es insospechado.

También por eso no tengo apuro por salir a aplicarlo en la práctica, supongo... estoy un poco harto de tanta novedad.


En una de las sesiones de rei ki, había detectado este reconcentrarme, retirar del aire alrededor mío la búsqueda de caricias, y propuse tomar la profundización de este proceso como intención para la sesión. En realidad, lo decidí en algo así como cinco segundos, en los que pasé de decir "no, no tengo intención particular que trabajar hoy" a decir "podría ser esto de retirar mi energía de la expectativa amorosa y re apropiármela".

Al decirlo, siento miedo.

Imagino mi ser concentrado, por fin compacto y retirado del entorno, y me doy cuenta de que lo que espero que pase es sentir frío mortal de parte del entorno.
Lo expreso, charlamos un poco más, y el miedo se vuelve vértigo. Eso me decide. Tengo ya todo lo necesario para saber que mi miedo es ficticio, que es hora de demostrármelo y poder cambiar de vida, otra vez. Otro paso.

Hay cuentas que se saldan en cuotas.
Pero algún día se terminan.

Al terminar la sesión, Marcela cuenta que realizó una "cirugia etérica" (nota mental para buscar más info en el futuro), y que retiró del sacro "plastrones de energía" y "lazos" que "no sé ni quiero saber a dónde llevaban, a qué te ataban", dice. No cuestiono lo extraño de sus afirmaciones, a esta altura. En cambio, tengo una idea clara de adónde estaban anclados esos lazos energéticos del sacro. La noche anterior, de hecho, había tenido un arrebato de furia hacia una persona con la que nunca concretamos nada, pero en quien deposité grandes, muy grandes expectativas. Golpeé un almohadón durante mucho tiempo antes de que se me acabaran las ganas.

Sabía que me iba a olvidar inmediatamente durante días, pero me hice otra nota mental de chequear en el futuro, y hoy veo que es cierto lo que esperaba: pleno desinterés, olvido.
Bienvenido sea, era hora.

Arrancada mi última fantasía de satisfacer el anhelo de la piel, la última interferencia, encarriladas mis acciones en una senda que no permite ni siquiera el fantaseo con nuevas personas, ni pensar demasiado en la soledad o compañía, confío en que se termine de producir la evolución interna de mis ideales de pareja ya sin más intromisiones, ni siquiera la mía. Y sé que eso va a tener ramificaciones en muchos más espacios, incluso no conectados.

No puedo imaginar, obviamente, cómo será eso en el futuro, pero me queda claro que despejar el aire produce otra visión, que condensarme en mí produce otro tacto, que limpiar el canal perceptivo de mi corazón modifica el contacto directo con la realidad.

Siento algo de vértigo, al pensarlo.

Y mucha alegría.

sábado, 19 de junio de 2010

Fotos de rayitas en la calle – I

28 / Ta Kuo, la preponderancia de lo grande, segunda línea mutante.

“Un álamo seco hace brotar un retoño de raíz, todo es propicio”

Es verano todavía.
Estoy esperando el bondi, y lo primero que noto es la sonrisita, como para abajo tímida.
Como si riera de algo que le da entre vergüenza y picardía.
Es una linda sonrisa, pero algo me parece fuera de lugar: es una sonrisa de adolescente en una mujer de cuarenta.
Y entonces me doy cuenta: tiene las tetas hechas.
Y probablemente este sea el primer escote veraniego que ese implante ve.
Es tierna su timidez, su alegría, su plástico.

Dios la bendiga, que se yo.

miércoles, 16 de junio de 2010

Invitados

A veces me agarra el manguero, mala costumbre derivada de hacer arte por las propias, y pido a los amigos cuyo trabajo me gusta o admiro alguna contribución para el blog.
Me siento un pesado, la verdad, muchas veces.
Pero de repente responden, y sabés que estás condenado. Que si esto se gana mangueando, no vas a parar nunca.
Sobre esta mujer algún día contaré más lo que me pasa con su trabajo.
Es mucho.
Leyó esto.
Y dibujó esto.






Más de Meuge, acá.

viernes, 11 de junio de 2010

Cinco de Bastos - Gustavo Cimadoro




































Mas de Cima, acá.



Características Generales de los Arcanos Menores, Ciclo de los Números

Los números de las cartas, en el tarot, indican un paso específico dentro de un ciclo, que empieza en el uno y culmina en el nueve. Los dieces indican el comienzo del nuevo ciclo, a la sombra del viejo.
Cada palo representa un principio, una manera de moverse de la energía psíquica. Cada número indica un estado, una fase de este tipo de movimiento.
Terminado el ciclo de los números, del uno al nueve con la coda del diez, aparecen las figuras humanas, que se usan para representar dos cosas: personas concretas, y estados menos abstractos y al mismo tiempo más integrales de cada principio.
Cada número tiene, además de un lugar en el ciclo respecto de los otros, propiedades y características propias, algunas generales: todos los pares tienden a la estabilidad o la inercia, los impares al desequilibrio o movimiento. Los números más cercanos a cero tienen un mayor grado de pureza en el principio que representan, pero menor grado de desenvolvimiento e integración en el mundo.

Cabe agregar que, generalmente y con las excepciones indicadas, el tránsito de un número a otro se da por simple acumulación: si el transcurso de tiempo encuentra a la persona invariablemente en el mismo curso de acción y de intereses, la dinámica sola de cada palo va asegurando la transición paulatina del uno al diez.
Para bien y para mal.

Finalmente: si bien queda librado a la sensibilidad de cada lector el decidir si una carta en tal o cual situación indica una perspectiva subjetiva del consultante o un hecho objetivo, es necesario indicar que, dado que la percepción subjetiva es en sí misma un hecho objetivo, conviene siempre considerar que lo que sale es verdad para el consultante, independientemente de lo que uno pueda pensar acerca de la situación. Por poner un ejemplo: una persona puede verdaderamente estar muy cansada o agobiada con una situación que para el lector de cartas no parezca grave. Es probable incluso que la situación no sea objetivamente grave. Eso no quita que el consultante la viva de manera agobiante, incluso hasta el punto de peligrar su salud.
Cuando se hace una lectura de cartas, se entra parcialmente en la vida de personas muy diferentes entre si y de uno mismo, por lo que hay que flexibilizar los propios parámetros.


Números Cinco
Los cincos son la mitad del camino, más un pasito: el logro que te obliga a seguir.
Son un número aparentemente contradictorio en esto, a la vez que relativamente doloroso, porque todo logro es difícil y uno tiende a querer dormir un ratito sobre los laureles, pero los logros de los cincos revelan siempre el horizonte que falta conquistar y el trabajo que aún queda por hacer, expulsando al viajero de vuelta al camino, con la ganancia del camino ya hecho, y el cansancio también.
A veces esta revelación se puede experimentar como un vacío que, visto desde afuera es evidentemente transitorio, pero desde adentro puede parecer amenazadoramente estable.



Características Generales de los Arcanos Menores, los Palos

Cada palo del tarot representa varias cosas al mismo tiempo: una manera específica de moverse de la energía psíquica, por lo tanto una función psíquica específica, por lo tanto el tipo de situaciones donde esa energía se activa, y un elemento (agua, fuego, aire o tierra) que metaforiza con su comportamiento, el del tipo de energía.
Son un aspecto de la actividad humana, artificialmente abstraído con el fin práctico de convertirlos en elementos de análisis durante la lectura de cartas.
Uno solo de ellos, el de los Oros, se refiere a las concreciones materiales.
Los otros tres se refieren a diferentes momentos del movimiento psíquico del individuo en cualquier acción dada: el desear o necesitar, el sentir o imaginar, y el pensar y actuar que llevan a concretar.
Cada palo está referido a un elemento que representa las características de esa fase del proceso.
Así, la acción y el pensamiento intelectual y analítico están representados por las espadas y el elemento viento, el sentir y el pensamiento imaginativo están representados por el agua, y el deseo y los instintos están representados por los bastos y el fuego.
Es importante la referencia al elemento, porque es donde están metaforizadas las características cruciales de cada fase: cualquier acción se inicia primero por una necesidad que se experimenta desde lo instintivo como urgencia. Urgencia de alimentarse, de huir, de procrear, defecar, atacar, de acercarse o alejarse de algo.

En las siguientes fases, esta urgencia cobra forma sensible (en la fase de las copas y el agua) y se define la imagen precisa hacia la que tiende el impulso, para que luego el pensamiento y la acción (fase de las espadas, el viento) le den forma material (fase de los oros, la tierra).


Palo de los Bastos


Los Bastos representan, decíamos, la líbido, el entusiasmo, el instinto. Se los asocia dentro del tarot al elemento fuego por ser el más inmediatista, intenso y ciego: no proyecta lejos, no conecta con la razón, no proporciona imágenes definidas de nada, pero sin él, nada arranca, nada tiene interés o brillo.
Aquello que no nos interesa desde el instinto, no nos interesa directamente, más que de manera superficial. Cosa que, si se infla artificialmente, puede llegar a producir intereses espúreos y dañinos para uno mismo, pues al no ser sostenidos desde la chispa propia, requieren otra fuente de energía para no desaparecer, que suele alimentarse a su vez de la energía destinada para aquellos deseos legítimos, intrínsecos de la persona.
Es el primer destello de atracción o repulsión, la respuesta más íntima a cualquier cosa que el mundo nos proponga.
La primer fase, entonces, la del impulso crudo e instintivo, está representada por el elemento más intenso e inestable: el fuego.
Las características de lo instintivo son su escasa forma, su absoluta irracionalidad, y la tremenda potencia de su mandato: cuando uno es llevado por los instintos, habitualmente no se percata de estar haciendo o pensando o sintiendo algo hasta bastante avanzada la situación.
"No sé cuándo empecé a correr" o "me debía estar enamorando", son frases paradigmáticas acerca de situaciones donde el instinto fue despertado y tomó el mando de la persona. El instinto está más vinculado al subconciente que al conciente, de hecho es posible que preceda incluso al inconciente psíquico, y pertenezca directamente, al menos en parte, a movimientos mecánicos de una realidad puramente física e independiente de lo psíquico, si es que tal cosa existe.
Por esto es que sus mandatos suelen ser, al mismo tiempo que intensísimos y percibidos como de vital importancia y poder, también totalmente oscuros e impenetrables a la inteligencia.
Los bastos son la Voluntad, en su sentido más íntimo y prerracional: aquello que se desea sin más, sin explicaciones ni contradicciones.
Están físicamente asociados a la pelvis y el abdomen, las “sensaciones de bastos” se sienten principalmente en la panza.

El instinto es, además, totalmente inmediatista: no conoce el mañana y apenas mantiene el recuerdo de un pasado. Se basa únicamente en lo concreto, en lo que ahora hay. Si desaparece el estímulo, desaparece la pulsión (en una persona sana, claro: diversos grados de neurosis implican una disociación entre la presencia del estímulo y la respuesta, y el tarot también contempla eso, pero es tema para otras cartas o situaciones).
Como el fuego, el instinto necesita combustible para liberar su energía, porque es tanta, tan intensa y desordenada, caótica y desorganizada, que no se sostiene por lapsos largos, y, si debe hacerlo, agota al organismo.

Al mismo tiempo es la pulsión básica, la chispa sin la cual nada tiene sentido.
Cualquier acción armónica de un individuo, debe surgir desde la necesidad, necesariedad, que indica el estímulo del instinto.
Se pueden desarrollar acciones desde otros puntos iniciales, claro.
Pero el instinto es el entusiasmo, el gusto primordial, la chispa adecuada. Sin ella, nada tiene interés o brillo, y cualquier movimiento es lánguido.
Todos los Bastos representan la líbido, el entusiasmo, la pasión, el instinto y la energía del elemento fuego en sus características de primordial (en el sentido de ser el primer tipo de energía que pueda existir, antes de cualquier otra), explosiva, efímera, inestable e intensa.
Son la primer percepción de vida, el deseo en su estado primario, que puede volcarse a cualquiera de las áreas de la vida pero sólo tras ser refinado por su paso a través de los otros palos.
La sensación más visceral y primitiva.
Son el sentir por actuar.


El Cinco de Bastos


Una característica fundamental del basto, como dijimos, es empujar, estallar, inflamar, y eso ocurre en esta carta en todo su vigor, y tiñe de manera especial y especifica la naturaleza del cinco: donde el individuo percibe, siente, (sospecha instintivamente, mejor dicho) que tiene detrás la estabilidad de un cuatro y por delante todo el camino a recorrer, el ímpetu de los bastos se activa y, como un resorte, lo empuja a tomar posiciones en este camino.

Como dijimos antes, la sensación de los bastos es de urgencia vital, siempre, y su manera de expresarse es tosca: espontánea y sin refinamientos.

Sin poder pensarlo ni imaginarlo siquiera (verbos que corresponden a los palos de las espadas y las copas), la persona instintivamente sabe que tiene el respaldo del cuatro, y que eso le garantiza fuerza al mismo tiempo que necesidad de aumentar y consolidar su posición. Y este doble conocimiento que transcurre por debajo casi de lo conciente, lo zambulle de cabeza en la acción.

Esto de “no poder pensarlo ni imaginarlo siquiera”, significa que estas ideas corren más por su cuerpo que por cualquier otra parte de su ser, generando el tipo de emociones propias de este palo, que la carta del mazo de referencia retrata como un juego caótico de chicos porque es exactamente la manera en que se siente: los roces, choques y empujones entre unos y otros se realimentan haciendo que cada uno vuelque más energía a la lucha, con el objetivo casi olvidado.
En el cinco de bastos, lo que sea que haga que la persona pueda decir “gané!” está casi tapado por la agitación del momento, y puede llegar a ser totalmente secundario frente a la naturaleza del movimiento fogoso, que se embriaga de sí mismo, llega fácilmente a la ceguera del paroxismo, se realimenta en el tumulto y desborda con frecuencia.
La lucha del cinco de bastos no ve lejos, no piensa, y a duras penas sabe cuando terminar. Mucho menos sabe moderarse, trazar estrategias, dialogar o dar razones: es una manera de obrar “a los codazos”.

Es en principio una reacción violenta y simple en pro de defender el propio espacio vital, pero puede abarcar desde una reacción verbal hasta una pelea por la vida o ser el sentimiento base, subterráneo de acciones más elaboradas, como una encarnizada competencia laboral, por ejemplo.

Al mismo tiempo que la agitación y facilidad para el enojo, que puede llegar a la sensación de pánico o de lucha por la vida (e incluso entonces) la persona que transita esta carta experimenta, hasta en los momentos más dramáticos de la lucha, la alegría salvaje de todo ser que siente su propio poder siendo ejercido y ganando para sí el derecho a la vida, tomándolo por la fuerza.
Los bastos son plenamente nietszcheanos en esto: el eje alegría – poder – derecho de facto (combinadas de todas las maneras) es totalmente afín a su naturaleza.

Pueden ser palabras claves para la interpretación de la carta: elemento fuego, inestable – lucha – infantilismo – deseo – alboroto - competencia

Momentos cumbre - I - Miracle Man por Alan Moore

Acerca de las razones correctas para querer ser un super héroe.

Allá por 1940, una editorial ya desaparecida saca un personaje similar a Superman, con una leve diferencia: en vez de ser todo el tiempo un super hombre enmascarado de persona normal, el Capitán Marvel es la mayor parte del día un niño muy sencillo y pobre, que al decir una palabra mágica se transforma en un adulto super fuerte, invulnerable y capaz de volar.

Excepto un período magistralmente llevado por alguien cuyo nombre no recuerdo pero de apellido Beck, el personaje tiene mayormente aventuras muy bizarras, que explotan el lado colorido y simplista de la fantasía super heroica: golpea nazis, dice cosas como “santos macarrones!!”, y salva el día siempre en cuatro o cinco páginas.
Con el tiempo, incluso le aparece una pseudo familia de jóvenes y pares, que diciendo la misma palabra mágica consiguen también pasar de seres humanos normales y anónimos a super héroes.

Cuarenta años después, Alan Moore retomaría algunas de estas ideas para expresar su particular, interesante, profundísima concepción de la mitología y el potencial reflexivo de la fantasía super heroica.

Michael Moran, el personaje central, está avanzado en sus treinta años, establecido en un trabajo mediocre y una pareja amable a pesar de no lograr tener hijos, cuando un día se descubre portador de super poderes.
A través de momentos muy conmovedores, donde Moran reacciona siempre desde la humanidad más cabal, desmayándose y dudando de sí mismo, va recuperando un pasado olvidado como experimento científico militar en el que se usó parte de su propio material genético para generar un cuerpo super evolucionado, y mediante un dispositivo X, activado por un implante post hipnótico asociado a una palabra, Michael Moran puede cambiar su mente de un cuerpo a otro, trayendo el super evolucionado de un lugar sin tiempo llamado el “infraespacio” a donde va a parar, momentáneamente su cuerpo normal, vacío y deshabitado por su identidad psíquica.

Este nuevo cuerpo, superpoderoso y habitado por la identidad de Moran es conocido como “Miracle Man”, el hombre milagro.

El día que descubre esto, lo primero que hace es lo que tal vez todos haríamos: va a contárselo a su mujer.
En el camino disfruta de volar, de la suavidad y seguridad que siente, abrigado en la serenidad del poder de un organismo super evolucionado, alimentado con energía ilimitada.

Se presenta en el departamento con su cuerpo de Miracle Man: una cabeza más alto, esbelto, grácil e ingrávido, de proporciones áureas y músculos de seda.
Su fuerza se revela como un aura de luz y poder alrededor, brillan estrellitas en cada uno de sus movimientos.
Es el bueno. Es super. Es super bueno. Brilla.

Su mujer, Liz, al principio no le cree, luego lo reconoce, se ríe de lo absurdo de la situación, cede al amor por su marido y a la fascinación con su nuevo cuerpo, hacen el amor.

Las aventuras pasan. Pocas, cada cosa es importante.
Liz es curiosa, propone investigar los límites del “asunto super”: la naturaleza y extensión de sus poderes. Hacen pruebas, testeos, prácticas.
Moran nunca termina de identificarse con su versión super: tiende a llamarlo “él”.
Al terminar una de las prácticas, cuenta a Liz que se percató de una cosa: su yo “super” es más inteligente que él.
“O sea: sigo siendo yo, pero soy más inteligente, mis pensamientos son más claros, precisos, rápidos”. “Él es más inteligente que yo”.
En respuesta, Liz le dice que está atrasada en su período.
Está segura de estar embarazada, y esta segura de que es del día en que hicieron el amor con Moran en su identidad de Miracle Man.























Los días pasan, Moran tiene altibajos laborales, siente que no logra solucionarlos.
Se deprime, crece una angustia en él, cada vez mayor.
Un día discute con Liz. En las páginas reproducidas abajo, empieza tratando de no tocar el tema, de no hablar de Miracle Man, hasta que se confiesa: se siente abrumado.
Miracle Man es mejor que él en todo, y no se trata solamente de que es fuerte, o de que la embarazó en el primer coito tras años de no lograrlo como Moran.

Ni de volar, lo peor no es que vuele libre, aunque también pese.

Lo peor es otra cosa: la superioridad del Ubermensch no se acaba, ni siquiera empieza en lo físico.
Sino en lo vivencial.
El superhombre existe mejor. En todo sentido, en cada segundo.
Moran explica a su esposa la diferencia de experiencia y sentimiento entre Miracle Man y él, lo que vive siendo uno y siendo otro.

“El piensa tan diferente a mi… sus pensamientos son como poesía o… algo…”

y lo más claro y doloroso que encuentra para terminar de explicarse, es su propia relación con ella.
El amor por su propia esposa como hombre y como super hombre.

“Y sus emociones… sus emociones son tan puras… cuando él te ama es gigantesco… su amor es tan fuerte y directo y limpio… cuando yo te amo está todo mezclado con quién no está haciendo su parte de la limpieza y cosas neuróticas, chiquitas y torcidas como esas…”
“A veces quiero ser él todo el tiempo…”
“Y a veces sólo quisiera que desaparezca y nos deje en paz”.

El super hombre simplemente disfruta más, y mejor, de la vida.
Es mas fuerte, es mas inteligente.
Es mas bueno, su cualidad moral es mayor.
Quiere mas: siente mas amor, mas puro, mas limpio.
Está en paz con la vida en todo momento.

Y el hombre común a su sombra, a su luz, no crece.

Se marchita.




martes, 8 de junio de 2010

Sesión 11 enero 2010

Agujas en el pie, entonces astillas.
Recuerdo de infancia.
Me clavaba astillas del piso de madera y Felisa las sacaba con una aguja.
Imágenes de la casa de entonces.
Pasa Rogelio niño de un año con un carrito, luego con una locomotora de juguete.
Rogelio de seis lo acompaña.
En algún lugar flotan mi madre y mi tía, sé que no les gusto.

Veo la panza de mi madre dentro de un vestido azul o verde, desde la perspectiva de un niño de cinco años.
De repente mi madre está desnuda, comento a Alicia que esto me recuerda sospechas que tuve: acusé públicamente a mi tía de abusar sexualmente de mi, y desde siempre dudé de si no estaría yo usando eso para no confrontar otra situación similar, previa, con mi madre.

Veo la vagina de Felisa.

La veo húmeda, siento sabor a vagina húmeda y veo sus rulos, rubios.

Hay imágenes confusas, una especie de tobogán en forma de U con un Rogelio niño en la punta, pero de repente se dibuja una serpiente, una especie de cobra en posición de ataque.
Todo se desdibuja, llamo a mi guía.

Aparece como un fantasma azul eléctrico caminando sobre / cerca de una serpiente.

Ambos son gigantes sobre un orbe terráqueo que parece un asteroide bajo ellos.

Mi guia toma la serpiente, la escena entra en un loop, oscila entre un paso y otro, hasta que de repente noto la tensión en mis bíceps. Mi dos brazos están haciendo fuerza, y noto la cabeza de la serpiente dentro de cada uno, moviendo la lengua.

Me parece bien, y como una respuesta a mi aceptación, todo mi cuerpo comienza a transparentar una piel de serpiente, un cuerpo de serpiente bajo mi piel.

Lo acepto cada vez más y más, y sus ojos aparecen en mi pecho.

Finalmente, mi propia cara esconde la cara de una serpiente fantasmal, que comienza a solidificarse de a poco dentro de mí.

Me parece bien, fríamente bien.

Terminamos la sesión.

jueves, 3 de junio de 2010

Sesión 21 12 2009 - addenda

Luc se copó y mandó ilustración post - posteo para este texto.



















open and enjoy.

Sesion 21 12 09

Para descargar el archivo y leerte esto cómodamente en el baño, el bondi o la cama, hacé click acá. (2 páginas)


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Al poco de entrar en trance, aparece la imagen de un hombre gritando contra el zócalo, mientras el suelo se abre estallando ante la irrupción de una cabeza de oso de juguete amarilla y gigante, que surge entre resplandores.

No me parece importante, por supuesto. Pero tiene algo.


Al rato de persistir, la imagen se transforma en la misma casa, partida esta vez al medio por un ojo terrible, concéntrico en colores marrones y negros.
Aparezco yo, a desnudarme frente a ese ojo. Mi imagen es al mismo tiempo débil y estoica, parezco un muchachito seguro de sí mismo, aún en la conciencia de su fragilidad.
Me sé aprobado por el ojo, pero su hostilidad persiste.

La sensación es que conoce mis defectos y los odia, pero el total de mi le sirve.

Se convierte en un chorro de alquitrán y empieza a invadir mi espalda.

Decido que eso no me gusta, lo consulto con Alicia, esta de acuerdo, pregunta qué opina mi guía.
A duras penas lo oigo, pero dice claramente que eso se tiene que acabar.


Lo corto, y aparezco al lado de mi guía, en lo que llamo “el lugar blanco”.
A poco, aparece a nuestro costado un árbol, cuya copa es el mismo ojo, pero en círculos concéntricos blancos.
La aprobación es idéntica, pero sin hostilidad.

Mi guía está al lado mío, la sensación es que no debo ir a ningún lado, simplemente quedarme con él. Fluctúa permanentemente, su forma es generalmente la de un cono de luz, a veces bidimensional.
Muchas veces se cruza algo en su terminación, a veces medialunas, a veces formas más complejas. Ahora escribiendo pienso que son estilizaciones de aureolas.


De repente, lo veo tocando una especie de órgano de iglesia, o computadora.
Me estuvo doliendo la cabeza toda la semana, en parte por un ataque al hígado, en parte por no haber podido dormir bien casi en tres noches. La cabeza no para, y tanto Alicia como yo pensamos que es el último coletazo de la mente por mantener el predominio.
Alicia se ve afortunadamente optimista de que es el final. Pero duele.


Estoy por comentárselo, y espontáneamente apoya su mano sobre mi frente, llevando rei ki.
Paralelamente mi guía mete la mano en mi cerebro: se ve como una esfera tapizada internamente por un millón de bujías encendidas. Toma las centrales y las apaga.

Al rato, veo mi cuerpo como un edificio cuya azotea fuera mi cabeza, donde se abre un hueco, como si el techo estuviera siendo refaccionado o abierto.

Soy un niño al lado de mi guía, le pregunto cuál es mi lugar en todo esto.
Sigue tocando el órgano y me contesta, pero no le creo.

Cual es tu lugar? pregunta Alicia.
“Creo que me dijo… que… mi lugar… es adentro mío”.


Mi guía sostiene una extraña planta, una flor de carne, de largos pétalos.
La mete en mi vientre, la inserta en el lugar en que irían mis intestinos y se retira.
La construcción empieza a cerrarse en el techo.
Salgo del trance.