ES IMPORTANTE SABER

sábado, 26 de junio de 2010

El mono enojado, los dos zorros viejos y la ancianita cieguita

Llegué a conocer a Paula, una españolita de unos sesenta y cinco años, masajista de un talento prácticamente sobrenatural.
Junto con varios problemas físicos, está permanentemente al borde de quedarse del todo ciega.

Llevó mucho tiempo que lo asumiera parcialmente y se consiguiera un bastón, y a veces pide ayuda para algo.
Pero eso también llega lento.

Tiene más peculiaridades: en cuarenta años de residencia en Argentina, se mudó unas veinte veces.
No lo considera una característica suya, sin embargo. Siempre encuentra alguna razón inapelable –y no es que yo apele nada- para mudarse. En lo que la conozco ya se mudo una vez, harta de vivir en un lugar inhabitable, a otro del cual se quiso ir inmediatamente.

La razón que aduce es que la dueña anterior, con problemas de locomoción, tenía perros que mearon el parquet del dormitorio, amén de que probablemente ella misma (la dueña anterior) se haya caído y meado un par de veces.
Y que el parquet absorbió, por lo cual ahora no se puede limpiar, que esto le trae todo tipo de problemas alérgicos, etc., etc.
No cuestiono nada, le pregunto si habló esto con la dueña, me responde que si, y que es la nueva razón por la cual se quiere ir.

Se lo contó a la hija de la dueña en la misma casa, junto con la empleada de la inmobiliaria. Ambas le respondieron de tal forma que se sintió agredida, totalmente avasallada. No pudo hacer valer su razón y ni siquiera su deseo de rescindir el contrato.
No sé qué en su relato me hizo creerlo inmediatamente, y me hirvió la sangre al instante.
Empecé a decir “eso es porque te vieron una mujer mayor, con problemas de vista, sola… si estás con otra persona en la pieza esto no pasa!!”
Días después me confesaría que estaba con su yerno, “pero me parece que mi yerno es medio inútil…”.
Quedamos que la acompañaría a la inmobiliaria para que diera el preaviso de rescisión del contrato y los días empezaran a correr a su favor lo antes posible.

Llegado el día, la acompaño. Ella está nerviosa por la posibilidad de tener que pelearse y yo me pregunto qué carajo sé acerca de rescindir contratos.
Muy pronto se hizo evidente que no hacía falta que supiera nada: cada uno tiene una función en el mundo, vinculada a su naturaleza más básica.

Llegamos, nos sentamos al escritorio, nos atiende un señor de más de sesenta años. Un segundo señor de edad similar está detrás, más cordial: es el que ya se conoce con Paula, se caen mutuamente bien. Paula espera en cierta medida que eso aliviane la negociación que no sabe cómo hacer.
A un costado está la empleada que la hiciera callar en su propia casa a fuerza de hablar más alto. Mi antipatía ya está con ella. Mira toda la charla de reojo.

Paula saluda al primer señor, se sienta, se alegra de darse cuenta de que está el segundo, hace una pequeña introducción y cuenta que quiere rescindir el contrato por las condiciones del departamento.

Ambos hombres empiezan a hablar al mismo tiempo, por encima de Paula.
Algo de “pero ud. firmó un contrato…”, y me explota la cabeza, y me desdoblo en dos personas, otra vez: una que observa y otra que hace, no sé qué. Levanto la voz más que los dos viejos juntos, Paula no para de hablar, pero queda totalmente tapada por todos.
No sé ni lo que digo, pero por ningún motivo dejo de hablar.
Busco cosas relacionadas a la palabra “legal” mientras grito incoherencias acerca de que hay condiciones que pueden solaparse en una primer visita, incluso de mala fe. Lo digo demasiado articulado, ahora. Te aseguro que no se entendía que estuviera diciendo nada de esto, en el momento.

Mientras todo el mundo hablaba al mismo tiempo, las palabras se desplegaron alrededor como una nube: nadie les daba la importancia decisiva que se supone que tienen en una discusión, pero tampoco las deponía en ningún momento. Quedamos sumergidos en esa niebla de sonido, mirando cómo nos desplazábamos y re posicionábamos dentro de ella. Las caras de los dos viejos eran bastante elocuentes: una cosa es pasarle por arriba a una ancianita ciega y otra es soportar en tu oficina los gritos de un tarado destemplado que se enoja.
Una cosa te lleva cinco minutos y de vuelta a trabajar como si no hubiera pasado nada, la otra te puede llegar a consumir incluso una hora, y costar dios sabe qué disgustos. Nunca sabes cuándo un grito te importa más que el anterior.
Sostuve mi presencia verbal en la nube a fuerza de gritos incoherentes mientras leía el lenguaje corporal de los viejos: se miraron entre ellos y con la complicidad fluida que dan los años de tener objetivos comunes se reagrupan en otra dirección, se repliegan por el momento.
Las últimas frases se cruzan en el aire por inercia: yo “ y si se quiere ir, se quiere ir y eso es todo!”, uno de los viejos “pero ud es la que sabe cómo está el lugar, eso no se lo vamos a discutir…” mi frase sobrante, supe en el momento de decirla que sobraba, pero no pude ni quise parar, agrio “entonces no discuta!”.
Silencio.

Paula retoma la palabra: “entonces, están uds avisados de mi intención de rescindir el contrato y mudarme dentro de dos meses”. “Si, señora”.
Eso era todo lo que necesitábamos.
Mientras nos despedimos, noto que la empleada seguía mirando todo de reojo.














A la salida, me cae una ficha: no hacía falta que yo supiera nada de rescindir contratos de locación. Para eso ya estaban los dos viejos, que sabían todo lo necesario de contratos, y ya estaba Paula, que sabía todo lo necesario sobre sus motivaciones.
Cuando hay gente que ya sabe, no hace falta más gente que sepa: cada uno tiene una función.
El tarado que se enoja no tiene la función de saber, sino de hacer que los que saben pongan su conocimiento al servicio de la mayor armonía posible, mediante la simple amenaza de enojarse. El viejo fantasma ochentoso de la escalada, versión a favor.
Desciende una certeza de conformidad conmigo mismo.
Al fin, mi utilidad social, mi lugar en el fluir de las cosas.

Nada cambia, sólo me siento conforme con lo mismo.

Paula me agradece antes de separarnos, el haber gritado.



















Ilustración: Luciano Vecchio.

1 comentario:

  1. No hay duda,sos mi héroe!
    Un quijote gritón en un mundo que abusa de los mas debiles.
    Con esto no apoyo la violencia innecesaria,pero sí la legítima defensa.
    Besho. ;-)

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