ES IMPORTANTE SABER

sábado, 24 de julio de 2010

Lo llamaban El Castillo - Final

Mi infancia olvidada toca mi presente sin rumbo, todo se vuelve una burbuja de sol, sin nada que hacer más que entrecruzarnos en los senderos.

Fran es una compañera ideal para los paisajes rocosos: cada vez que podemos elegir entre caminar seiscientos metros por asfalto o cien metros en picada vertical, casi ni lo hablamos, y nos encontramos de repente colgando de los dedos, jadeando, llegando cada vez más alto. Felices.

Los caminos llanos no son para ella, todavía. Lo achaco un poco al carácter, mucho más a la puta costumbre de vivir en adrenalina, de necesitar llenar cada segundo con una intensidad inflada.
Y disfruto lo que compartimos, sin añorar a nadie más, ni hijos, ni novia, ni nada.
Mi hermana trepa conmigo, codo a codo, árboles y montañas.




Prácticamente todos los días hacemos alguna compra, casi siempre pago yo. Al principio porque la plata que le giran desde Buenos Aires no llegaba. Bubi alquiló el departamento de San Cristóbal, le pasan de ahí unos mil pesos por mes, en cuotas para que si se manda un desastre, tenga algún límite.

Es muy sabio, dado que al poquísimo tiempo de estar sola, ya había logrado arreglar telefónicamente que un puntero la esperara en la ruta no sé por dónde, alguna tramoya más, y logró irse de gira tres días en Nequén, cosa que parecería a primera vista imposible.

Me cuenta que la segunda vez que lo encaró, a mitad de camino se le fueron las ganas y lo dejó.
Me alegraría infinitamente de ello, porque el cansancio del vicio es otra de las señales claras de autoamor y recuperación, pero ya no estoy tan seguro de creerle cuando cuenta algo.
Me guardo mis dudas.

Los siguientes días sigo pagando yo, por diferentes accidentes con la tarjeta, por paja, etc. me parece bien contribuir un poco a la casa, considero que mil pesos no es mucho.

Aprovechando que por irme a buscar al aeropuerto tenia que pasar por Neuquén, Fran se compró un veinticinco, o algo así. No mido bien las cantidades a ojo.
Se lo fumó a razón de casi tres porros por día. El décimo día de mi estancia en el Chocón, no le quedaba ya más. Y nunca lo hablamos, pero hacer toda la tramoya para ir a Neuquén de vuelta, implicaba no sólo un montón de energía, sino también probablemente el dinero de la comida.

Vimos dos películas, entre varias otras cosas: "Viaje a Darjeeling" o algo así, y otra cuyo nombre no recuerdo. Ambas películas fervientemente recomendadas por Fran, que segundos antes de empezar a verlas dudaba de sí misma y empezaba a preocuparse de que no me parecieran malas.
Eran muy buenas, en realidad.

Y Darjeeling reforzó su fantasía de ir a la India.

"Ahora que estoy bien" decía "el resto de mi familia empieza a demostrar su propio desequilibrio, y no me lo quiero bancar mas".

Yo quería fuertemente creerle que estaba bien.

Empezó a hacer planes para irse a la India, se intensificaron muchísimo cuando se le acabó el porro.

El día doce empezó a sacar números, retomó contacto con su novio hare.

Le preguntó cuánto había que juntar, el otro le pasó un boceto de plan de ir juntos a Ibiza, trabajar de camareros, juntar euros, gastarlos en India donde duran infinitamente. Había que arrancar por algo así como dos mil dólares.
Charlamos un rato, le pregunto de que piensa trabajar para juntarlos, saco unos números rápidos: le llevaría al menos seis meses.

Me dice que piensa pedírselos a Bubi. Que también puede ahorrar algo por su cuenta, que yo la estoy ayudando mucho en eso.

"¿Exactamente cómo te estoy ayudando?". "Bueno, con las compras y la comida que estás pagando". Sentí la sombra de un interés no expresado, un intento de ocultamiento burdamente innecesario por mis propias ganas de no ver las cosas.

Hablando en términos estrictos, eso me hace cómplice.
Siempre tan putamente ciego primero, y estricto después.

Sigue sacando números, llena toda una hoja: pasa los dólares a pesos, los vuelve a pasar a dólares, le dá más que al principio. Llama de vuelta al chico para preguntarle lo mismo.

Le digo "esto es de ansiosa ¿porqué no esperás y seguís haciendo los mismos planes con más calma?". Me acusa de vegetal y de pincharle el globo, con suficiente saña como para que nos separemos cada uno a su cuarto.

Me tomo un par de horas, pero me doy cuenta de que cualquier rumbo que tome dentro de esta casa, me expone a más de lo mismo.

No me va a matar, pero me pregunto cuidadosamente qué se puede sacar de bueno de otro acceso de estos.

Decido empezar por hacer la mochila, no parecía haber mucho más camino.
Por las dudas, una hora después, algo más tranquilo, encaro un diálogo, un intento.

Levanta las manos al pecho, toma aire al mismo tiempo que habla: "no hay nada que hablar: no tenemos una relación de la que hablar, no quiero escuchar nada, este circo tuyo de hacer la mochila, si querés te quedás y si querés te vas, pero no hay nada que hablar".

Tan parecida a Felisa, tan parecida a su propio padre.

Me voy a pasear, meriendo en el pueblo, re chequeo los horarios de pasajes. Por las dudas, ojeo otros lugares para parar, pero no hay nada disponible a mi alcance. Paseo más, me pregunto si bajar a a Chubut a ver a Dani, pero extrañamente no me había llevado su número telefónico. Decido volver a capital: tengo una mudanza por terminar, y veinte días de vacaciones todavía para acomodarme a una cantidad importante de cosas que había dejado en marcha. Eso significa un pasaje avión desperdiciado, pero estaba entre los riesgos asumidos.

Todavía pienso que valió la pena.

Escribí una nota que decía "tu plan de pedirle a tu abuela que te pague tu viaje a la India es idiota y lo sabés, pero en vez de enojarte con vos te enojás conmigo".

Pero no encontré razón de dejarle una nota diciendo que ya sabe lo que ya sabe.

Paseo otro poco, paso a buscar mis cosas, Fran está durmiendo. Elijo no despertarla: ni ganas de sorprenderme con el humor que tenga, bueno o malo.

El colectivo se retrasa, quietito en la parada me sorprendo de verla pasar de repente, llevando una coca cola. Me ve también de sorpresa, se le frunce el ceño, dice "me voy para casa" y corta camino por el bosque para pasar por detrás de la caseta del colectivo y sacarnos de la vista.

A los días, no recuerdo cuántos, le escribo un mensaje de texto tirando media onda. No recibo respuesta hasta muchos días después, otro teléfono, diciendo "este mi nuevo celular".

Temo que haya perdido el anterior en alguna gira pagada con lo que consiguió que gastara yo en su lugar. No saco números, no creo haber gastado tanto. Ni que haga falta yo en la pintura para nada de eso.

Habíamos hablado de la ausencia de fotos de nuestras infancias, de cómo delata eso la falta de un ojo puesto sobre nosotros, la falta de ganas de mirarnos. Arreglamos sacarnos un par de buenas autofotos, nunca lo hicimos.

Tal vez le mande ahora este mismo texto, tal vez le pida una foto.



Fin.

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