ES IMPORTANTE SABER

sábado, 10 de julio de 2010

Lo llamaban El Castillo - V

Breve reflexión: tipo por 1890, en el auge de la literatura folletinesca, no recuerdo quién dejó a su héroe, al final de la entrega semanal, en una situación desesperada e irresoluble. No recuerdo si atado en las vías del tren, o algo así.
Los lectores esperaban ansiosos la siguiente entrega para ver cómo escapaba el protagonista de la muerte segura.
Por la reacción de un par de amigos ante "El Castillo...", entiendo que el mismo reflejo se produce aquí, y descubro una característica de mi escritura: tiendo a poner a los personajes en situaciones cada vez más estranguladas e imposibles de resolver, generando en el lector ansiedad por saber cómo podrán los protagonistas salir de semejante circunstancia.

La respuesta es simple: no salen.

Las situaciones pueden ser infinitamente angustiosas, porque no existe fondo para la miseria, y la salida del pozo requiere tanto esfuerzo como la entrada, a veces más, y tendemos a hacer lo mismo, no lo nuevo ni lo contrario.

Como Grant Morrison, si de mi dependiera el destino de mis personajes, sería benévolo con ellos, para que al menos en algún lado haya dulzura.
Pero esto es biografía.

Lo único que nos salva es la incongruencia de la realidad consigo misma, las rupturas, los pliegues, las grietas donde el cieguito ese decía que no sé quién acecha.

Es lo único que permite que hoy día Fran siga en algún lado.
Y yo me lleve mejor con mi madre.


Pueden leer lo previo acá, acá, acá y acá, y nos tomamos un respiro.

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Cierto día, de alguna forma, juntaron fuerzas con mi madre y fueron a un psiquiátrico, la medicación no fue adecuada, tuvo una crisis cuya naturaleza no recuerdo ahora y volvió al departamento.
Fueron muchos datos, muy fuertes, en muy poco tiempo. En el ida y vuelta furioso yo le iba contando lo mío, pero no es hoy el día para contárselo a ustedes.

Que otro día, con su abuela, juntaron fuerzas nuevamente y encararon la última salida que veían, y vinieron juntas al terreno donde ahora hay una casa.
En aquel momento, sólo estaban las paredes de la prefabricada y algo del terreno: había luz, pero no había agua ni gas.
Se tomaron tres meses juntas, pasando el mono.
Bubi se bancó las agresiones cada vez más frecuentes e intensas de Francisca junto con dormir en el piso y lavarse en el patio.

Fran... sé que no sospecho siquiera lo que se bancó Fran.

En cierto momento empezó a sacarse fotos.

Era el modo de verse en un lugar que no tenía espejos, tampoco.

Flaca, la piel sucia por debajo, el gesto sacado incluso en los buenos momentos.
En una, de repente, aparece feliz, muy feliz. "Acá me estaba empezando a dar cuenta de lo que es este lugar, de a dónde había llegado", me dice.
Cuando se empezaron a disipar las brumas de la intoxicación, empezó a enamorarse del lugar.
Del silencio, del lago, de la lejanía absoluta de toda la gente que conocía.

Tuvo algunas anécdotas, claro.
Una fue la verdad acerca de la citación.
Empezó diciendo "no, no te lo quiero contar, porque vas a querer ir a pegarle y yo no puedo tener problemas acá en el pueblo..." y otra sarta de frases hechas de piba quilombo a novio merquero.
No le expliqué que por las cagadas que se mandara ella, no iba a enojarme con nadie más que con ella.
Resulta que, mientras se desintoxicaba, la abuela iba construyendo la casa, de a poco, con gente del pueblo como peones.
Fran, con la muletilla de que ninguna medicación le sirve más que el porro, se pasa el día fumando.
Con tal actitud, que una vez que la abuela estaba en Buenos Aires y ella sola, uno de los peones la ve fumar.

"Y entonces le tuve que convidar", me explica.
"NO!".

Mi suposición había sido cierta: ya tenía ganas de pegarle a ella, y del otro ni me acordaba.
Mi opinión respecto de este tipo de cosas quedó clara: a)- uno tiene que aprender a bancarse las ganas de fumar, o cualquier vicio, lo suficiente como para no hacerlo cuando te puede poner en una situación incómoda.
b)- si te pasa algo como esto, atenerse por la cara a la situación base: "si: yo fumo mientras vos trabajás porque estoy en mi casa y soy tu jefe: andá a poner esto acá y eso allá y hacelo ahora, que yo tengo que fumarme este porro."

Para la próxima quizás lo haga.
Para esta vez, lo que hizo fue hacerse cómplice del tipo, fumando juntos a escondidas de la abuela.
Por supuesto, en la charla, sale el tema de su reclusión en el Chocón.

No la culpo, yo me pasé dos años enteros diciéndole a todo el mundo que tengo hiv, casi antes de decirles mi nombre. Lleva tiempo dejar de tener ganas de que tu historia te defina, y más tiempo aún olvidarla.
Doy fe: a todo se llega.

Pero Fran todavía tenía pocos meses en el pueblo, y le contó todo.
Incluído, claro, que no podía tomar nada de alcohol, y menos que menos, vodka.

A la semana, por supuesto, el tonto aparece con una botella de vodka.

"Y yo, claro" dice Fran, "me tomé primero dos medidas y después, claro: la botella entera".
"Y claro, quise ir al pueblo a tomar mas".
"Y claro, el tipo me quiso coger, pero claro: le puse dos manos que le rompí la nariz y me fuí al pueblo sola".
Me reí un buen rato a expensas del estúpido que se quiso coger a la hija del herrero, hasta que terminó la anécdota.

El final no me pareció tan gracioso.

"Me fui al pueblo, bardée, no me acuerdo nada pero me dijeron que bailé streep tease sobre la mesa del único bar que hay".
"Al día siguiente me llegó la citación de la jueza de paz, y ahí chatée con vos"

"Después de ir"

"No, antes"

"Pero... me dijiste..."

"Pero era lo que pensaba hacer!! pero no estaba segura!! y no sabés lo bien que me vino todo lo que me dijiste cuando pensabas que ya lo había hecho: fue lo que me decidió a ir!!".

Permanecí ligeramente incómodo desde entonces.

Hubo más anécdotas, del presente y del pasado.
Cambiamos mucha data, yo me enojé con su padre de vuelta, ella con mi madre por primera vez.
Me contó que ella le conseguía porro al padre, cuando tenía doce años.
Que le quiso convidar a mi medio hermano Javier, hijo de un matrimonio intermedio de Felisa, que entonces vivía con ella y Guillermo mientras yo vivía con mi padre, pero Guillermo le dijo que "no, Javier tiene que estudiar, no hay que darle porro, hay que cuidarlo".

Tienen la misma edad, Fran y Javi.
Nos preguntamos bastante porqué a Javier había que cuidarlo y a ella no.

Me contó que poco después de la anécdota del vodka el invierno se puso duro en Neuquén, y en cierto momento dejó de salir de la casa. Un día pasó el albañil del vodka, y le dejó un paquete de galletitas, de puchos y un yogur, de onda, porque vio que no estaba saliendo.
"Se lo agradezco para siempre" dijo, con el gesto de quien eleva algo a la mayor dignidad y se compromete a mantenerlo ahí hasta la tumba.

Me pareció demasiado para galletitas y yogur.

Pero también agradece a mi madre que la haya ayudado a abortar.

Un chico menos es un problema menos, no consigo sacarme la ecuación de la cabeza.

4 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Para terminar: cuando los lectores se mandaron en masa, la semana siguiente, sobre el folletín, la aventura retomaba con la frase "Apenas nuestro héroe logró salir del peligro...".

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  3. Es demoledor este relato... me deja como sin aire...

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  4. Si, a mi me dejó jadeando un par de meses...

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