ES IMPORTANTE SABER

lunes, 13 de septiembre de 2010

La rosa y el lecho - IV

Mientras, me junté con mi primo José.

Hijo de Lucila, también tia, hermana de Alicia, la siguiente en edad, José es la persona de mi familia materna con la que mas relación tuve en toda mi vida. Incluso más que con mi medio hermano Javier.

Vive en una habitación hecha de una esquina medianera y dos paredes de madera en la terraza de la casa de su madre. Entre las tablas de las paredes se filtra la luz, pero la computadora, el monitor, el aire acondicionado, su batería, todo es último modelo o lo bastante adelantado a su época como para no necesitar serlo para funcionar al máximo de eficacia.

Le conté todo, desde las visualizaciones hasta el encuentro con nuestra tia.
Me escuchó hasta el final, apenas pestañeó.

Se tomó un segundo y dijo, despacio "no es que me quiera hacer el superado, y no me esperaba para nada esto que me acabás de contar, pero la verdad es que no me sorprende... yo sabía... yo sabía que había algo así en esta familia".

Charlamos un poco más de lo que sabíamos. Ya durante el tiempo de vida final de Nacho habíamos reflotado el tema de que el pasado de nuestra familia materna era un enigma, que no se hablaba nunca nada, ni siquiera ante preguntas directas. Que a veces, con inmensa insistencia, de su hermano menor Daniel sobre todo, habían conseguido juntar algunos datos escasos. Me enteré que mi madre y todos mis tios habían vivido un tiempo en Vicente López, y una conexión inexplicable entre el tio Alfredo, residente desde hacía muchos años en el extranjero, y mi madre me hizo decir en voz alta... "para mi que Alfredo se cogio a Felisa".
"¿Porqué?" preguntó José.
"Ni idea, pero de repente me parece re probable".

Llegó el lunes, me levanté muy temprano, como para llegar al trabajo antes que los demás compañeros.
De camino compré una resma de papel A4.

Me senté en una computadora con impresora, puse la letra "arial" en tamaño setenta y dos, y escribí, en mayúsculas y con alineación al centro "Alicia XXX, del piso 12 "A" es una abusadora sexual de menores".
Lo imprimí y borré el archivo de la máquina, para que no lo leyera nadie por accidente.
De accidentes, nada.
Y después le saqué ciento cincuenta copias en la fotocopiadora de la oficina de administración.

Todo el mundo entra tarde, a esa oficina.

Pasé el resto del día desempeñando mis funciones normales en el trabajo, me llevé los afiches en la mochila, pasé por casa a dejar lo que me sobrara, y encaré mi demostración tangible de haber librado una lucha.

Seguía sin tener llave de la casa de Alicia tia, pero tenía una especie de sentimiento mesiánico - del cual luego aprendí a desconfiar, también - que me hacía decirme "si consigo entrar al edificio es que tengo que hacerlo, y sino no".
Llegué, hice señas al portero de que me abriera, hice algún chiste al pasar, tomé el ascensor hasta el piso 12.
Me bajé como para ir a lo de mi tia y subí los pisos restantes por escalera.
Y empecé a repartir los volantes con la leyenda "Alicia Saab, abusadora sexual de menores", por debajo de todas las puertas, piso por piso.

Llegué a planta baja, me acerqué al portero, le dije "parece que no está, ¿me abrís de vuelta?", y me fui.

Extrañamente, la sensación de triunfo fue esta vez mucho menor.

Pero en esa época aún desconfiaba mucho de mí mismo, y necesitaba demostrarme que estaba haciendo verdaderamente todo lo necesario para defenderme, que estaba tomando partido a favor de mi mismo, contra quien fuera.

El plan de recuperar la confianza en mí tenía aún un par de puntos más. No estaba seguro de hasta dónde llegaría con todo ello, pero el siguiente paso requería hablar primero con el hijo superviviente de Alicia, Alejo.
Estaba preparando un correo para hacer circular entre toda la familia y allegados, en el cual contaba los últimos hechos.

Principalmente por consideración al hecho de que era su hijo, no quería que Alejo se enterara de esa manera, prefiriendo contárselo primero en persona.
Me llevó casi una semana, pero finalmente conseguí encontrarnos en una actividad política que él estaba desarrollando en ese momento. La idea era muy interesante, atractiva, pero ya sabía que no podría participar.
Esperé hasta que todo el mundo se fuera, lo acompañé en parte del camino a otro lugar a donde él tenía que ir, le expresé urgente necesidad de tener una charla privada con él.

"Si es por lo de mi vieja, ya me contó", me ataja.
"Aja. ¿qué te contó?"
"Que fuiste a su casa, le dijiste que recuperaste un recuerdo de ella violándote, y que el lunes le llenaste la el edificio de volantes".
"Ajá".
"En realidad me llamó el mismo viernes, toda angustiada, me dijo todo lo que había pasado y que no sabía que pensar, porque- y la citó - "Roge me dijo que yo tenía la mirada vidriosa y yo no me acuerdo de nada, no estoy segura y no sé qué pensar"
"¿Y vos qué pensás?", le pregunto.
Se toma una pausa y dice "... opino que tengo un primo que está convencido de lo que dice, pero que no puedo saber, y que no es asunto mío. No quiero que me metan en lo que no es asunto mío".

Nos tomamos un minuto en la esquina.

Lo entendía profundamente, pero igual pensaba que su actitud era una mierda.

Pero lo entendía profundamente.

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