ES IMPORTANTE SABER

jueves, 23 de septiembre de 2010

La rosa y el lecho - VIII

Por esa época me empecé a re encontrar con Celeste, de quien escribiera "Skinny". El regalo que le diera su madre para su cumpleaños número veintiuno fue la confesión de que su ex marido, el padre de Celeste, había violado a Celeste repetidas veces durante toda su infancia hasta abandonar la familia, tras lo cual ella, la madre de Celeste, había insistido en que "retomaran contacto" y, pese a que Celeste no quería ir y volvía siempre vomitando, la mandaba todos los fines de semana a la casa del padre.

Esta información me hizo entender porqué me sentía atraído por Cel, y porqué no debíamos coger nunca.
Pero hay tantas cosas más fuertes que uno.
Le pedí que me acompañara a un hospital donde daban una serie de talleres, con la esperanza de que ella también se enganchara, pero ni los talleres existían ni ella quería más terapia que la que venía haciendo.

Encontré la Fundación Argentina Contra la Violencia Familiar, dirigida por ahora no recuerdo quien y me da paja buscarlo.
Me atendió una señora mayor llamada Zelmira Ardiles, muy amable ella.
No tenía buena escucha, habló casi toda la duración de las dos sesiones que tomé, pero me dió información estadística muy útil.

Que una proporción brutal de los casos de abuso sexual se dan dentro de las familias, a veces por un familiar directo, a veces por un amigo cercano a la familia. Que ocurren siempre en familias que no consideran la contención de los niños prioridad. Que suele haber antecedentes familiares. Que por eso se las denomina familias "endogámicas".

Que el abuso siempre ocurre en un contexto de abandono, por lo cual excepto en casos muy puntuales la terapia casi no toca el aspecto del hecho concreto, sino todas las deformaciones que un crecimiento en soledad produce en la socialización.

Que las consecuencias del abuso en si son regulares: hipersexualidad, sexualización de todos los vínculos, incapacidad de forjar vínculos desde lo afectivo emocional, confusión entre el afecto, el interés y la sexualidad, tendencia a objetivar a los otros (resultado de la falta de estimulación social cruzada con el haber sido objetos sexuales) con los consiguientes problemas en todos los órdenes de relaciones.

Que muy comúnmente el abusador es el único que muestra alguna clase de interés hacia la víctima, que muy comúnmente la culpa o la estrategia lo llevan a compensar o sobornar a la víctima con regalos. Que muy comúnmente hacen una especie de pacto de silencio mentiroso, en el cual el abusador "promete no decir nada" para que los padres o responsables "no se enojen" con la víctima, que regularmente las víctimas creen haber sido los seductores y por lo tanto culpables del abuso.

Que cuando el varón de una familia endogámica madura, "empieza a probar" con las hermanas.

Que el pacto espúreo entre victimario y víctima no es el único: que todas las familias endogámicas mantienen secreto sobre su historia, que presentan un frente común hacia fuera y hacia dentro, que cuando la víctima denuncia el abuso regularmente se la hace callar pretendiendo que dice tonterías de niño, y si no es un niño o no se calla, se lo expulsa de la familia acusado de locura.

Que TODOS los miembros de una familia endogámica se alinean automáticamente, desprestigiando a la víctima, que por eso la confrontación es el último paso que se recomienda en la institución, porque si bien es, decía Zelmira "el único movimiento terapéuticamente válido", también es "el momento en que la víctima es re-victimizada por toda la familia", y regularmente el momento en que la víctima pierde del todo a esta familia. "Que mejor perdidos que encontrados, siempre", opina Zelmira, "pero no deja de ser una nueva pérdida con el consiguiente dolor".

En dos sesiones sentí que había recibido todo lo que Zelmira me podía dar: información que corroboraba punto por punto en qué cosas había tenido suerte, y en qué cosas mi caso era sólo una estadística más.
Probablemente, si Luci no hubera querido tanto a mi madre, no habría contado ante sus hijos los episodios referentes a Alfredo, y ellos no hubieran tenido pie para tomar postura propia frente a las acusaciones del resto de la familia, y ni queriendo podrían haberme tomado en serio.

Recordé un episodio muy confuso acerca de la casa donde hoy día vive Felisa: en cierto momento, Alicia nos dice que tenía demasiado dinero guardado, que quería invertirlo en una propiedad, pero que no quería pagar más impuestos por propiedades.

Alicia y Alfredo siempre fueron los económicamente fuertes de la familia, consiguiendo a Luci ocasionalmente, y a mi madre con regularidad, trabajos y changas. Felisa, de hecho, vivió parte de mi infancia del dinero que le mandaba Alfredo desde Estados Unidos a cambio de trabajos vagos como "cambiarle divisas". A la luz de lo que me contara Zelmira, ahora entendía porqué Felisa actuaba como si ese tipo de cosas, que otros hacen como un trámite de favor, era un trabajo que mereciera ser remunerado.

Alicia nos propone a Felisa, Javier y a mi, poco después de 2001, comprar una casa que quede a nombre nuestro. El dinero sería una especie de préstamo familiar, que iríamos devolviendo con el tiempo, cuando nuestras respectivas carreras comenzaran a funcionar.
Yo tomé ese préstamo como una carga a futuro, Javier me dijo claramente que lo consideraba un préstamo para no devolver jamás.

Al segundo año de vivir en esa casa, Felisa aparece diciendo que en una charla telefónica con Alfredo, éste había dicho la frase clave "ese dinero que te regalé".

Era una práctica común, también, en la familia, pedir dinero a Alfredo. Y era convención aceptada, que fuera quien fuera que se lo pidiera, Alfredo se lo daba, pero no directamente: se lo mandaba a Alicia. Alfredo nunca decía cuánto dinero había mandado, Alicia nunca contaba cuánto había recibido, y Luci o Felisa se conformaban con tomar lo que Alicia les re distribuyera.

Me llamó la atención semejante pacto extraño, hasta recordar escalofriado la frase de Zelmira "cuando el varón de una familia endogámica madura, "empieza a probar" con las hermanas". Los pactos de silencio. La verguenza de quienes se sienten socialmente inútiles.
El pacto económico entre Alicia y Alfredo me pareció una consecuencia natural de un pasado incestuoso compartido y consentido, y probablemente olvidado del todo a pura fuerza de voluntad.

Felisa insiste en que Alfredo "se dió cuenta de que había cometido un error" y "quiso arreglarlo" diciendo "yo no le expliqué bien a Alicia para quién era ese dinero...".
Sobre esta base, Felisa mantuvo una pelea a muerte con Alicia durante dos años, hasta que la enfermedad de Nacho las reunió.

Mientras, tampoco logro olvidar lo de que "la culpa o la estrategia llevan al abusador a compensar o sobornar a la víctima con regalos".


Fin.

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