ES IMPORTANTE SABER

sábado, 30 de octubre de 2010

La llamada de lo pánico - IV

Pregunto por la estabilidad y crecimiento económico (porque con estabilidad sola, donde estoy ahora, no alcanza), y me responden que si, que es muy probable y cercana.

Pero sigo sin tener la menor idea de cómo ni qué hacer.

El vértigo se vuelve panico cuando me doy cuenta de que, llegado a este nivel de seriedad en mis consideraciones, no puedo seguir pensándolo por mi cuenta: ir a mi trabajo pensando que estoy buscando la oportunidad de irme me huele a doblez y me angustia. Prefiero, tanto por no tomarme la molestia de mentir, como por cierto miedo a que “me descubran”, como por una cuestión básica de devolución de positivo por positivo, ser frontal con mi jefe y que, por lo menos, sepa que estoy pensando seriamente en irme.

Pero eso también me confronta con la seriedad con que tomo mi palabra. Me siento neuróticamente obligado a poner plazos y cumplirlos, sea como sea, y llegado el día propuesto renunciar, incluso si no tengo a dónde ir.

El I Ching desestima ese camino, una cosa es dar un salto de fe y otra es tirarse de cabeza a un charco, en bolas y gritando.


La sensación de encrucijada inminente me eriza la piel por momentos, la seriedad de mis pensamientos y la propia del asunto me tensionan como hacía años no lo sentía, no por tener mayor intensidad. Todas las presiones de los últimos tiempos fueron totalmente diferentes: una cosa saturnina de agobio, de tiempo hostil, de invierno y noche oscura ante los cuales sólo cabía ser estoico como una piedra. Lo cual dentro de todo es fácil: aguantás o te quebrás, y podés maldecir mil veces tu destino, pero nunca sentirte responsable. Las cagadas de mis padres, los caprichos del destino, la humildad de doblegarse ante todo lo que nos excede... todo eso no cuadraba acá, ni un momento.


Simplemente, tengo una decisión importante entre manos, y me pesa.


De un lado, un trabajo en el cual me siento progresivamente inútil por estar desmotivado en la base, mientras externamente todo está bien.

Del otro, la necesidad clara de buscar aquello que me motive, de terminar de emparejarme conmigo mismo como para poder alinear líbido, acción y economía con sueños, proyectos e idealizaciones.

Y simplemente, pero no por eso menos escalofriante, empezar por fin a trabajar en la realización de mis ideales.

Aún suponiendo que supiera cuáles son, la posibilidad de encarar el trabajo y fracasar me estremece.

Pero la posibilidad de fracasar por ni siquiera poder encarar el trabajo me angustia aún peor.

Y de algún modo, me hace tomar la determinación de esperar con los sentidos muy, muy atentos, la oportunidad que venga de cambiar de trabajo, sabiendo que venga lo que venga dificílmente sea más que sólo un peldaño hacia la realización.

Y que hay que empezar, porque ya no me atrevo a pagar más facturas vencidas.


Pierdo dos oportunidades de franquearme con mi jefe, pero lo logro un lunes y, minutos después de la charla, el temor a las facturas vencidas se vuelve paulatina y moderadamente, deseo de avanzar.


Pero sigue sin tener una dirección precisa.

Pienso en retomar el trabajo de masajista, que cayera solo en desuso ante la pérdida gradual de todos mis pacientes. Pero no encuentro ganas de publicitar, ni siquiera de trabajar plenamente de eso, ahora.

Pienso en desarrollar de algún modo mi carrera de escritor, hago algún tanteo tímido.

No juego las cartas más fuertes porque noto que todavía me falta lucidez como para usarlas de modo positivo: no sé qué clase de escritor soy, dónde cuadro. No quiero verme en situación de tener que escribir por compromisos y sufrirlo.

No quiero volver a caer en la situación de tener que hacer algo que no es íntimamente propio para vivir.


Desde ahí, de a poco voy perfilando un norte.


No es “lo que me guste”, “lo que me divierta” u otras formulaciones. Es “lo que sea íntimamente mío”.

Ese me suena como el único motor posible que me preserve de transformar mi trabajo, cualquiera sea, en una lima que se vaya comiendo los días de mi vida.


Recuerdo permanentemente la aseveración de Alicia, sin entender porqué.

“La gente busca avales para su trabajo y su desempeño en los títulos, credenciales, certificados... pero el aval lo da la sombra”.

“Pero yo ya hice las paces con mi sombra” le digo.

“Una vez, si”, responde.

Tirado en casa, temblando ante la incertidumbre, pienso en la última sesión, donde claramente me someto a los designios de mi niño interior y guía. Una parte mía dice “si lo que hace falta es paz con la sombra, vamos a por ello!”.

Y otra parte dice “si es lo que nuestro señor dispone”.

Una tercera se ríe agarrándose los pies y diciendo “quien te ha visto y quien te ve”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario