ES IMPORTANTE SABER

martes, 30 de noviembre de 2010

Arcano XIII - La Muerte


El tránsito exitoso por esta carta se caracteriza por experimentar, en este orden, estas emociones: temor, dolor, luto, agradecimiento.




















Versión de Noe.


Otras cartas tienen una interpretación pictórica mucho más abierta, accesible para cualquiera.
La carta de la Muerte justo tiene un significado puramente esotérico, esto es, para "iniciados" que le encuentran a ideas comunes un sentido no común.

La idea exotérica (de los "no iniciados") de la muerte es la del final de la vida.
Dentro de la visión esotérica, la carta no representa realmente la muerte física, sino la muerte conceptual, la muerte simbólica.
Hay un capítulo del "Diario de la Pequeña Lulú" (una historieta que se conseguía en los años 80), donde el asunto es que Anita llama a Lulú llorando porque perdió a su gatito.
Lulú va a la casa de Anita, toda preocupada, y se encuentra con el gato, lo más tranquilo, lamiéndose en el sofá.
Al interrogar a Anita, ésta le dice, entre lágrimas, que antes ese gato era un gatito, todo chiquitito y lindo, y que ahora en cambio es una cosa grandota y gorda y fea. Y ya no va a volver a ser como era antes, cuando ella lo conoció y con quien se encariñó.

Así que había perdido su gatito, verdaderamente, dado que ya nadie podría encontrarlo, nunca más, en ningún lugar.

Así que también es cierto, a nivel simbólico, que ese gatito "murió", "se fue de este mundo", etc.

Una asociación tradicional esotérica con la Muerte es Shiva, o la Destrucción.
Para los "iniciados", la muerte como cambio representa el vehículo que les revela la verdad de las cosas, al destruir lo ilusorio.
La cosa (lo que sea: la niñez, el gatito, el estado de soltero, una adicción, un auto) es ilusoria.
Justamente su poder cambiar, el potencial que tiene todo para cambiar, es lo que lo hace "falso", "ilusorio". "Falso" en este caso, significa "no permanente".
Lo real, lo permanente, es la existencia, y la existencia obligatoriamente hace mutar la ilusión de un estado a otro (de niño a adulto, de gatito a gato, de soltero a casado, de adicto a responsable, de auto a chatarra o a bien familiar).
La Muerte, al mutar la ilusión de un estado a otro, es lo que revela su cualidad de ilusión y la realidad por debajo, al mismo tiempo: todo estado es transitorio y lo que permanece, hasta donde podemos saber, es por un lado la materia amorfa de la que se sirven todas las cosas para existir temporalmente (hasta que cambian a otra forma o vuelven a ser materia amorfa), y por otro la conciencia de existir, la conciencia que percibe que la materia tomó una forma u otra.
Si la materia amorfa, o energía, tiene o no conciencia, no podemos saberlo, porque sólo podemos conocer aquellos terrenos donde la conciencia puede pisar.
Así que para nosotros, lo único inmutable, es la conciencia de existir.
Todo lo demás se transforma y cambia, permanentemente.

Antes de seguir con esto, cabe preguntarse porqué entonces se relaciona al cambio con algo traumático y temible.
Es básicamente porque todos somos "no iniciados", así que podemos acceder a esta perspectiva intelectualmente, pero no de corazón, más que a través de un largo y poderoso trabajo filosófico que convierta la idea en parte de nuestra alma, y no tengamos que "pensarla", sino que simplemente vivamos dentro de ella, y percibamos nuestra vida desde ella.
Cuando cada cosa que miremos la veamos desde esta perspectiva, automáticamente, desde el inicio mismo de nuestro percibir.
Ya volveremos sobre esto.

La Muerte no es la Guerra, o la Peste. No es en sí algo necesariamente violento, pero si doloroso, porque todo cambio -sea el de la crisálida a mariposa, el de niño a adulto, etc- duele.
Todo cambio duele por un lado por el miedo a la pérdida implicada: el estado inicial se pierde al atravesar el cambio, y esta pérdida es irrevocable. Dentro de esta vida caótica para todos, todos nos aferramos a alguna constante y nos aterroriza cambiarla.
Además, una vez aferrados a una constante cualquiera, perdemos de vista la idea de que puedan existir otras posiciones diferentes pero equivalentes, y tendemos a creer que no hay nada más, que no hay otra cosa, que no hay otro estado posible de cosas más que el que nos conocemos, con lo cual nos aferramos aún más, porque desde esta perspectiva, perder lo conocido es perderlo TODO. No imaginamos ni siquiera permanecer concientes en otro estado de cosas.

Es muy grande el salto de fe, o debe ser muy violento el estímulo o muy fuerte la corriente de la fuerza que nos obligue entonces a cambiar, a abandonar un lugar para llegar a otro que a priori no concebimos que exista.
Si nos aferramos, generamos violencia contra lo inevitable, con el dolor consecuente.

Además de lo dicho, el cambio duele porque sí. Es común el término "dolores de crecimiento", y esto es así: crecer es una forma de cambiar y, como todas las maneras de cambiar, requiere tanta energía, demanda tantos recursos, que sólo puede doler.

Volviendo a lo anterior: lo único inamovible, lo único permanente hasta donde se puede experimentar, es la conciencia de existir.
"Pienso, luego existo" no es el final de un razonamiento, sino el único punto de partida verdaderamente firme para comenzar a pensar cualquier cosa: todo lo demás puede ser cuestionado por la mente, esto no.

Los niños están naturalmente conectados con esto, y ni siquiera lo consideran.
La "inocencia infantil" o la "inocencia" a secas, refiere no sólo a la falta de idea (que también está) sino principalmente a la conexión directa con la conciencia del existir, sin valoración de lo ilusorio.
Esto es lo que conecta las cartas de la Muerte, el Loco y el Mago.

El Loco, el “niño en el abismo", señala la inocencia plena, absoluta: el protagonista de la carta no se fija en nada de lo mutante, ilusorio, material, cotidiano, sino que su mente está anclada en la pura sensación de "existir, ahora".
Esto tiene su lado peligroso, porque la ilusión, por más que sea ilusión, es el contexto en el cual desarrollamos nuestra existencia. No prestar atención al contexto, puede implicar desarmonías graves, tales como la muerte física de la persona.
La inocencia nos exime de ciertas cosas, no de otras.

El Mago, en cambio, es el Loco evolucionado, lo que significa que adquirió conocimiento y manejo de su entorno material y de todo lo transitorio, pero no se confunde, como la mayoría de la gente (puede ser que no le importe poseer un auto, pero sabe cruzar la calle sin ser pisado por uno), y mantiene su mente centrada en la conciencia pura del existir, sin dejarse arrastrar por lo material o temporal, pero tampoco siéndole indiferente, sino organizándolo en pro de mantener su existencia propia.

Este aspecto del Mago (tiene otros, menos "positivos") es el de santo, y en él comparte las características de los niños y los idiotas, pero es capaz de automantenerse.

La inocencia infantil protege del miedo a Shiva por dos cosas: en primer lugar porque el niño no espera nada, así que no teme por anticipado. Este aspecto tiene su lado peligroso, como vimos.

Pero además, el niño no se aferra a nada.

Los dientes, al salir, cortan la encía y eso duele.
Al terminar de salir, hay un pedazo de hueso, duro, donde antes sólo había encía blanda.
Si nos pasara algo así a esta altura, estaríamos rápidamente en el médico, preguntándole espantados qué nos pasa.

El niño, en cambio, una vez terminado el dolor, olvida y se maravilla de la novedad de tener un cuerpo distinto del que tenía antes.
Lo toma con total naturalidad, no por que sepa que "es natural y a todos los niños les pasa", sino por que su inocencia no contempla que haya algo malo o inadecuado, ni un estado "mejor": si antes no tenía un diente ahí y ahora lo tiene, sólo es llamativo, interesante. No se aferra, no se le ocurre desear volver al estado anterior sin dientes, ni se preocupa por cuánto durará este nuevo estado con uno.
Está permanentemente centrado en la conciencia de existir, desde cuya perspectiva todo lo material (excepto el hambre, el dolor, etc) es transitorio, circunstancial e intrascendente, y lo que importa es el pasar de la existencia.

Este estado, por motivos que no desentraño aún, se pierde con el tiempo, y la persona comienza a resistirse o resentirse de los cambios.
Posiblemente eso sea lo que señala la doncella de la carta original: el momento en el que la persona pierde el estado de no expectativa y no aferramiento de la infancia.
O tal vez señale un punto de inflexión en la naturaleza de los cambios: el cambio crucial en la vida de cada individuo entre infante dependiente y adulto autónomo.
Quizás, finalmente, simplemente señale uno de estos cambios que requieren "tanta energía que sólo pueden doler".
Cualquiera de estos significados, rodean el mismo hecho: la doncellez como adolescencia y umbral entre la infancia y la adultez.















Finalmente, las dos figuras más fáciles de malinterpretar desde una perspectiva exotérica: el rey y el sacerdote.
El rey es simple, en realidad: aparece muerto porque el poder de los reyes es exactamente el poder temporal, y el tiempo es el vehículo del cambio. El poder político se vincula a todo lo material y transitorio y, como tal, no resiste el cambio. Un rey sigue a otro, un imperio sigue a otro, un sistema político reemplaza a otro y ninguno de ellos toca lo trascendente, sino que simplemente toma su turno, disfruta su gloria, y vuelve al polvo.
El sacerdote, en cambio, logra permanecer de pie, por un motivo concreto.
Si el Mago es el Loco evolucionado, el sacerdote es el escalón intermedio: es la persona que ha perdido la inocencia y falta de expectativas originales del niño, la carencia de segundas intenciones ante todo, lo directo de la conección perceptiva; pero intenta recuperarlo mediante, como dijimos "un largo y poderoso trabajo filosófico". Cuando, si, el sacerdote logra transformar su doctrina en su carne, y vivir plenamente dentro de sus preceptos, y si, y sólo en el caso de que sus preceptos sean verdaderos, se transformará en el Mago en su aspecto de iluminado liberado del peso de la identificación con lo material y las ilusiones mundanas.
Si el trabajo de toda la vida del sacerdote es exitoso, si su religión es verdadera y su esfuerzo logrado, llegará al lugar donde viven los niños y los idiotas.
Mientras no lo logre, en todo el tiempo que dura el entreluz entre un mundo y otro (el de los "no iniciados" y los "iniciados"), el monje necesita de toda su parafernalia dogmática, representada en la carta de referencia por su ropa y su posición de orar, para aumentar las fuerzas espirituales y anímicas que le permiten a su conciencia liberada a medias soportar el enfrentamiento directo con el cambio.
No muere ni desfallece, pero tampoco puede simplemente entregarse, si no es acompañado de una oración, un rosario, un dogma, un artículo de fe que lo haga sentirse acompañado por algo más grande frente a lo desconocido.

Estas son las cuatro posiciones posibles de enfrentar directamente la destrucción: la ignorancia absoluta que se resiste y se quiebra (el rey), el conocimiento a medias del sacerdote que usa muletas pero puede permanecer, la aceptación instintiva sin conocimiento del niño, y el sometimiento de la doncella.
El mago no figura, entre otras cosas (creo) porque los autores del mazo no pudieron honestamente dar fe de que alguien pueda "purificarse" tanto que verdaderamente deje de temer al cambio, así que sólo queda el eterno intento de llegar (a ser mago) del sacerdote.

En la figura de la Muerte, hay detalles varios: el caballo representa la fuerza imparable que motoriza el cambio, asi como su mirada roja señala su avance ciego y furioso. Esto contrasta con que el caballo de la carta original no corra, que indica que no tiene porqué apurarse: todos los procesos de destrucción ocurren a su propio tiempo, pero de manera vigorosa e imparable.
El esqueleto y lo negro indican el miedo con que se la vive, la rosa blanca señala la pureza.
Hay en la carta indicios de la fertilidad en que todo esto ocurre, y que esto mismo trae: la destrucción también es liberación de recursos para que el resto de la creación se nutra y reformule.
Que se dibuje el ocaso indica tanto el momento final como el ciclo eterno que permite la reformulación constante de las cosas a través de su destrucción.
















Otra versión gráfica con poema propio que nos regala Noe.


En resumen: un principio universal (lo efímero de las cosas), una manera de interpretarlo (destrucción como renovación constante), y cuatro maneras de acercarse a esta interpretación (desconocimiento y resistencia, desconocimiento y sometimiento, conocimiento formal con aceptación forzada, conocimiento instintivo con aceptación fluída). La emoción general sólo puede ser miedo y violencia, incluso en la aceptación, por las características del cambio de impuesto sin consulta y de doloroso.

Pueden entonces ser palabras clave para la interpretación de la carta: miedo al cambio - resistencia – procesos de transformación



















La versión física

domingo, 28 de noviembre de 2010

El suspenso después del punto

El resultado más visible hasta ahora de la seguidilla de trabajos sobre mi contacto con la sombra es una especie de continuación de otras consecuencias: progresivamente fui, durante estos últimos dos años principalmente, soltando u olvidando cierta característica mía que me obligaba a saber o pretender saber de todo lo que me interesara o cruzara ante la vista.

Poco a poco me voy volviendo, en términos de Hellinger por nombrar a mi referente en esto, menos teórico y racional y más fenomenológico y descriptivo.

De a poco voy dejando de imaginar mecanismos fantasmas que habitan el lado invisible de lo que veo, de elaborar racionalizaciones y estructuras teóricas, me voy volviendo más parco y acotado a la descripción pura. Dejo de intentar completar las frases que me propone la realidad, cada vez menos intento estar un paso delante. Cada vez más me detengo donde se acaba el camino.

Frustrante como es, también se siente como un enorme ahorro de energía.

Nunca fui partidario del ahorro, vale decir, pero cualquier otra cosa se siente ahora tan evidentemente estúpida y descentrada, que tampoco despierta ganas.
Hay algo más importante que mis ideas en cada cosa esperando a ser descubierto y hecho, y no puedo perder tiempo proponiendo a ciegas, o por diversión, teorías, ideas, fantasmagorías.

Más vale la pena esperar siempre un poquito más, a que la cosa se termine de mostrar, a que todo se evidencie o disuelva, para dar otro pasito y tomar lo que verdaderamente está, que intentar jugar al descubridor, a las escondidas con la realidad.

El resultado es que cualquier sentencia se vuelve desagradablemente escueta, y que nunca, nunca, surge la necesidad de hacer promesas.

Lo que hay es lo que ves, y lo que viene ya lo sabremos. Así que no te muevas mucho, este momento es una balsa de la que si saltás, solamente caés en un océanos de potenciales cambiantes. La próxima realidad que se concrete te puede encontrar paradito en el presente, o tratando de no ahogarte en el mar de ideas y posibilidades.



En el mundo que es mi sombra, habita todo lo que no quiero saber que soy.
Entre muchas otras cosas, necesitado.
De solidez económica, de reposo, de afecto.

Cada adelanto en el trabajo de quedarme quieto en la realidad se siente como la caída de un velo transparente, que no oculta pero deforma las cosas. Una vez caídas las mayores mentiras, terminado el terremoto, de lo que queda nada cambia mayormente de lugar: solamente se vuelve más y más nítido a cada avance. Los contornos se definen con mayor precisión, los límites, el lugar donde termina cada cosa se van volviendo netos. Pacíficamente claros, terminantes. Las cosas dejan de enredarse unas en otras, dejan de proyectarse hacia afuera. Las culpas y los reclamos quedan cada una en su cajita.

Los problemas no proyectan, ya, soluciones imaginarias.

Me vuelvo descriptivo en vez de proposicional, y lo que digo pierde el encanto apasionado del argumento y cobra la fuerza seca de la evidencia.

Ya no tengo más ideas para resolver mis problemas, sino apenas una o dos opciones dadas por la evidencia, que habrá que ver cómo se desarrollan mañana, a cada paso.
Cada vez menos planes, cada vez menos fantasías sobre cómo estar donde quiero, cada vez menos ideas de dónde quiero estar.

Simplemente la constatación de si estoy bien o no, sin más.

Sin “y entonces hago esto”.

Simplemente ¿cómo estoy?.

Y entonces, como quien levanta la cabeza para detener el movimiento antes de que la inercia se lo lleve puesto, no me respondo.

martes, 23 de noviembre de 2010

Bondad - I (presente laboral)

Tocó ir a trabajar un sábado.
No tenía mucha idea de en qué: estaba cubriendo a una compañera y amiga que quería estar en el cumpleaños de su hijo.
Como no estoy teniendo mayormente vida personal, y ella iba a dejar todo listo, y tenía mucho trabajo, y tengo cierta tendencia kamikaze, quedé en relevarla en el concierto directamente, ignorando sus intentos de ponerme al tanto antes de ir.
Sabía que no iba a poder concentrarme en nada de lo que me dijera, y que me iba a enterar verdaderamente de las cosas en el lugar y en el momento, así que fui sin prepararme.
En el camino, sin embargo, algunas cosas que me dijeran se me fueron filtrando hasta la conciencia, pero muy de a poco.
Que iba a estar Víctor Heredia.
Y que iba a ser en el Ministerio de Defensa.

Llegué pensando que en este mismo lugar yo había hecho la colimba diez y seis años antes, pero descubrí que lo habían cambiado de edificio. Ahora el Ministerio de Defensa de la Nación reside en el Comando en Jefe del Ejército, ese edificio en Paseo Colón que tiene la estatua horrible “del soldado herido”, que muestra un soldado, en rigor de verdad, con un agujero en el tronco dos veces más grande que cabeza. Inmediatamente detrás de esa estatua, estaba el escenario.

Como siempre, un toque fuera del mundo, pensaba que Víctor Heredia es alguna especie de dinosaurio anacrónico, así que me sorprendí bastante al llegar y ver un escenario de unos sesenta metros cuadrados con dos pisos de torres de parlantes.

Mi compañera, debido a diferentes retrasos, directamente no fue. Pero tenía todo arreglado así que simplemente me fui poniendo en contacto con los responsables de cada cosa y medié cual fluído mercurial, como siempre.
Buena parte de mi trabajo es ser parte de un pasamanos, otra es amortiguar las tensiones, una mínima es tomar decisiones de sentido común y algo de conocimiento técnico.

Uno de los locales era el responsable de ceremonial y protocolo local, que me hizo terminar de entender lo que estaba por presenciar, de lo que estaba por ser parte: Víctor Heredia. En el Ministerio de Defensa.

Recorriendo el edificio para poder luego guiar a los artistas, no pude evitar una sensación tenebrosa frente a su imponencia y los fantasmas castrenses que habitan la mente de -supongo- casi todo porteño. Imaginé intrigas y fusilamientos a traición en las esquinas, autos con gente en los baúles en el estacionamiento, charlas secas y técnicas sobre asesinatos en masa en los sillones tan amplios, lujosos, de los salones inmensos.

Mi experiencia en la colimba me daba cierta familiaridad y facilidad en el trato con los soldados, suboficiales y oficiales, y fluídez ante sus procedimientos.

Víctor Heredia. En el Ministerio de Defensa.

Mariana, la chica que hacía de enlace con nosotros, una señora en realidad, a la que estoy seguro que crucé mucho más joven cuando hice la colimba, está convencida de que Garré está haciendo historia.
“En veinte años que llevo en el Ministerio de Defensa, nadie hizo reformas tan de fondo, ni cercanas ni lejanas, como esta mujer”, dice.
Una de las reformas en curso es abrir e incorporar toda la red de museos militares – treinta y tres en total, absolutamente desconocidos hasta ahora y cerrados al público civil- al patrimonio cultural nacional y generar acuerdos con las instituciones educativas para que sean visitados.

Puede sonar poco interesante. Puede sonar mágico y trascendente.

Pero objetos que han sido parte de la violencia con que se forjó parte de nuestra historia, ahora pueden ser observados directamente.

Y, más importante aún, espacios habitualmente cerrados y que constituían su propio universo, el mundo militar, van a ser periódicamente atravesados por gente del otro mundo, los civiles.

Hablando con uno de los colaboradores de Mariana, le comento que cuando hice la colimba me llamaba la atención que convivieran en el Ministerio de Defensa dos mundos tan diferentes, civiles y militares. Me responde que si, que a veces a él mismo le rompe la cabeza darse cuenta de las realidades absolutamente diferentes en que viven personas que comparten el mismo espacio toda la semana.

Yo lo sé, conozco los dos lados: sé lo que es recibir órdenes de modo incuestionable.

Conozco el sentimiento de cuerpo que eso produce, y los modos retorcidos de identificación y diferenciación entre oficiales y suboficiales, entre idealistas y hambrientos, entre facilistas y reglamentaristas.
Un mundo de clases sociales y divisiones que también los une entre sí, porque los civiles desconocen todo al respecto.

Saber porqué y en qué un militar no es igual al otro, termina generando un sentimiento de cuerpo más fuerte aún, porque los excluye del diálogo con quienes no compartan ese mundo.

Por eso era tan importante esto.
Víctor Heredia.
En el Ministerio de Defensa.

Una institución absolutamente cerrada, al mismo tiempo admirada por todos aquellos que desean ser parte de algo más grande y temida por todos los que tenemos mínimos recuerdos de principios de los ochenta.
Alojando a un cantante de protesta, de izquierda, social.

Casi cuatro mil personas, a ojo, lo vieron.

Cantó, entre otras, la canción “Aquellos soldaditos de plomo”.
Esta es la letra que cantó frente a la puerta de la casa de todos los soldados, en tiempos de UNASur.

De pequeño yo tenía un marcado 
sentimiento armamentista; 
tanques de lata, de cromo y níquel
y unos graciosos reservistas de plomo, 
a mano pintados, con morriones colorados 
que eran toda una delicia para mi mente infantil... 
...yo me creía, como creía en el honor 
del paso del batallón dentro de mi habitación; 
era todo un general dirigiendo la batalla, 
y el humo de la metralla acunaba mi pasión 
por los gloriosos soldados que, sable en mano 
avanzaban sobre aquel cruel invasor 
que atacaba mi nación... 
...sangre de entonces, sangre vertida, 
toda mi niñez vencida por el tiempo que pasó. 
De las banderas, sólo jirones; de los morriones 
Empenachados, sólo un recuerdo desmadejado de dolor... 
...¿qué nos pasó, cómo ha pasado? 
¿Qué traidor nos ha robado 
la ilusión del corazón? 
Creo que quiero cerrar los ojos 
para no ver los despojos de lo que tanto 
amaba entonces. 
Que vuelva el bruñido del bronce, 
que se limpien las banderas; 
yo quiero ser una fila entera de soldados desfilando 
y todo un pueblo cantando con renovada pasión. 
Quiero de nuevo el honor 
aunque no existan victorias, 
quiero llorar con la gloria de una marcha militar, 
y un banderín agitar, frente a un ejército popular...




Antes, una banda militar tocó algunos temas, entre ellos “Tanguera” y el himno, para terminar gritando “Viva la PATRIA!!”, mientras el público hacía el gesto de la victoria peronista, y se nos ponía la piel de gallina.

Sanación social es la frase que me viene a la cabeza. Reconciliación entre referentes culturales e instituciones. Entre instituciones y pueblo. Todo el dolor que no se olvida, y el presente.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Duo Maintenant

Hacía mucho que no veía una performance atlética con tanto sentido estético y artístico.
El timing perfecto entre ambos, la personalidad y expresividad de los dos...



















Aunque es cierto que, cuando él le toma el talón desde la nuca, se la ve un poquito preocupada...

sábado, 20 de noviembre de 2010

La llamada de lo pánico - fin

Ese día, supongo, escuché el llamado de la sombra, el pánico de la hiperrealidad, el presente absoluto sin matices emocionales.
Esta vez, sin embargo, es más blando.
Soy Pan, pero una variante mía propia, el Pan que me cuadra.
Uno blando.

Trato de hacer cosas de fauno estereotípico, y no me salen. Intento sonar la flauta, y me parece un instrumento soso. Aparecen alrededor mío cascadas, frutos y mujeres, y el fauno que soy se enoja.
Nada de eso es lo mío, supongo.
Empiezo a correr internándome en la selva, y se repite una visión que tuviera años atrás: la cámara se levanta, enfoca una panorámica, y veo que estoy corriendo a ciegas entre las plantas hacia un precipicio que me va a obligar a frenar.
Ese no es el camino, por ahí no hay camino.

Lo tomamos como una señal de que es suficiente por el día de hoy, y salgo del trance.

Charlamos un poco con Alicia. Cuando coincidimos en la descripción de las sensaciones del encuentro con la sombra y ella se muestra muy contenta de que yo hubiera distinguido el miedo junto con la falta de hostilidad y la atracción (“sentimientos encontrados o desencontrados”, dice,”como prefieras”), timidamente le cuento, porque me pareció necesario que lo supiera, que la sensación de atracción hacia la cabra fue tan intensa que casi me hizo temer la zoofilia.
Ahí se entusiasma más.

“Mejor, mejor”, dice.

No sé porqué me sigo dejando engañar por su apariencia de ancianita: es una persona a la que le parece bien que me coja una cabra.

Y sin embargo, me resulta también claro que, si la sombra es la mitad de las cosas que pienso que es, una aproximación desde la líbido amorosa más plena, es lo mejor que puede ocurrir.

Si es la mitad de lo que pienso que es.












fin

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La llamada de lo pánico - X

Todo es lindo y aterrador al mismo tiempo, es el sobresalto del corazón del segundo antes de darnos cuenta de que oímos un trueno, cuando solamente estamos vibrando en el ahora sin saber ni porqué.

Recuerdo a Jodorowsky hablando de la sensación pánica como una característica vital asociada al dios Pan, como un vitalismo extremo y sin complicidades con ninguna emoción, con ningún sesgo de pensamiento o imagen. Chen, el trueno puro.
Entre las sensaciones entremezcladas, tan enterradas bajo la bruma vibrante de los sentidos convertidos en un solo estímulo hiper intenso, aparece una sensualidad que, honestamente, me preocupa al tomar a la cabra entre mis manos.

Ensordecido, sostengo a la cabra a upa mientras la acaricio, y de algún modo, la inserto en mi pecho.
No se me escapa en el momento que la coloqué en el mismo lugar que en la sesión anterior ocupara mi niño interno.
Quedo por un segundo, parado en medio del infierno con la cabra superpuesta a mi cuerpo, saliendo de mi pecho.
Y empiezo a transformarme.

Me vuelvo un hombre con cabeza de cabra, me vuelvo un grabado de Baphomet. Finalmente, me vuelvo un fauno.
La hiperexcitación de la adrenalina sigue corriendo por todos mis músculos, me hace sentir la sangre pasando por mis venas. Mi cuerpo es ligero de tanta tensión y al mismo tiempo torpe, incapaz de cumplir la exageración del movimiento que quisiera expresar, increíblemente vigoroso y frágil ante el despropósito de su misma fuerza.
Soy un fauno en la casa del Diablo, bajo tierra.
Y así como lo pienso, mi pezuña pisa pasto verde.

Y me veo.
Estoy bajo un árbol, el sol alumbra todo, pero la sombra del arbol me tapa la cara.
Estoy como acechante, y sé que si alguien me viera, se asustaría.

Y me gusta saberlo.

Al poco, aparezco entero bajo el sol, saliendo de la sombra, y me veo más claramente: soy un fauno campechano. Mis características más blandas ablandan las más duras del fauno.
La adrenalina todavía corre en cada uno de mis movimientos, todo es intenso y crudo, un amague de debilidad permanente, super sensibilidad y vitalidad desbordante que me recuerda las experiencias de mezcalina.

Y reconozco la última vez que sentí esto mismo, más intenso.
La última vez que pensé en Feldenkrais y el reflejo de caída.

Cuando pensaba en cambiar de vuelta de trabajo.

Ese día, supongo, escuché el llamado de la sombra, el pánico de la hiperrealidad, el presente absoluto sin matices emocionales.

sábado, 13 de noviembre de 2010

La llamada de lo pánico - IX

Sentía que faltaba casi nada para que mi presencia allí fuera completa, pero al mismo tiempo ese casi nada se estiraba hasta el infinito en el camino de volcarse dentro mío, y el vértigo me revoleaba mientras no terminaba nunca de llegar a estar del todo ahí.

Me fui haciendo cargo de que el proceso iba a ser largo, y de que necesitaba, incluso deseaba, terminarlo.
Llegar a ganarme mi lugar, llegar a estar del todo ahí, presente sin dobleces ni retaceos.

Y no se me ocurre mejor idea, para afrontar lo largo del proceso que, siempre internamente, pedir una silla.

Para esperar sentado.




Apenas me hago conciente de haberla pedido, recibo dos imágenes superpuestas.
Una en la que me dieron un trono subterráneo, en el que me senté muy ancho y musculoso cual emperador, y otra en la que me dieron una sillita de paja en la que me siento derechito, inquieto, con las manos sobre las rodillas como quien espera turno.

Al rato de esperar, la imagen que persistió fue la de la sillita de paja, en la cual me veía transpirando y manteniéndome sentado a duras penas, mientras la sensación táctil de caída libre y vértigo me atravesaban todo el cuerpo.

Pese a la sensación de que en cualquier momento una inquietud inexpresable e injustificable me podían sacar corriendo del lugar, el sentimiento global no fue en ningún momento abiertamente desagradable.

Igual, recordemos que el discernimiento de los límites y el reconocimiento del dolor como una señal válida de daño siempre fueron mis puntos débiles.
Pero Alicia estaba totalmente de acuerdo con que eso es lo que hay para sentir frente a la Sombra.

El total de la experiencia era comparable a estar en un sauna, donde cada segundo es difícil, pero simplemente se pasa de uno a otro.
Y también sentía que estaba exhudando algo, ahí sentado.

La ansiedad, o la impaciencia, o algo. No sé.


Al rato, al largo rato, el vértigo comienza a remitir.
Entonces percibo que Juan Malo se transformó abiertamente en la carta de El Diablo.
Nuevamente, una formulación o mejor dicho, una irradiación, un sentir, mucho más amable del habitual en la carta, o de lo que puede expresar la carta de por si.

Un sesgo particularmente blando del Diablo.


Mientras voy notando esto, se convierte en la imagen del thoth, y finalmente en una cabra verdadera y sencilla, enfrente mío. Ya no tiene ni siquiera mirada humana, es nada más que una cabra.
Que es también todo lo que es la carta XV.

El vértigo se transformó en un sensación terriblemente intensa de peligrosidad: toda mi piel experimentaba la electricidad del peligro cercano.

Y sin embargo, simultáneamente, era clara la amistosidad del ente, de la cabra.

“Siento peligrosidad pero no hostilidad” le cuento a Alicia. Ella sigue tomando notas y notas, me dice que está bien, que corresponde.
Incluso había cierta sensación de calidez. Y, de alguna forma más oscura pero más intensa, atracción.

Todo el tiempo no pasa nada, pero la intensidad de cada fracción de segundo es comparable solamente a la caída libre, a los momentos en que uno sabe que una inmensa bola de algo está por soltársele encima, los segundos en que ves que el médico está por abrir la boca decir algo que va a cambiar toda tu vida.

La atracción me va acercando a la cabra, lenta pero firmemente, y si bien no espero que me ataque, igual me tensiono entero, exhudo adrenalina.
De alguna forma, llego a tocarla, y me veo acariciando su pelaje.
Hay muchas sensaciones, pero la predominante es la adrenalina.

martes, 9 de noviembre de 2010

La llamada de lo pánico - VIII

Me surge la pregunta interna de si con esa constatación ya está todo o qué, y permanezco.
Mientras pasan los segundos, voy asumiendo que, en realidad, no estoy “del todo” ahí.
Que mi cuerpo de sueño carece de la consistencia plena que puede llegar a tener, que la experiencia está ligeramente desteñida, como si en realidad quisiera estar en otro lado.

Surge claramente la dualidad: una parte mía siente que debo permanecer ahí, bajo tierra, en la casa de Juan Malo. Otra parte mía dice que ya tengo que estar haciendo otra cosa, o tal vez hacerlas en simultáneo. Pregunto, sin cuestionarme a quien, si puedo hacer las dos cosas simultáneamente, y aparece una especie de compartimiento pequeño en la parte superior de la imagen, donde estoy con una especie de guía.
Ambos vestimos túnicas blancas y estamos en un espacio blanco.
Pero no es mi guía, sus características son muy diferentes: es un pelado con barba negra recta, irradia algo muy diferente a mi guía.
Le digo a Alicia que la sensación es la de haber encontrado un maestro temporal o local, alguien que me va a enseñar algo muy preciso.
“Si, un maestro temporal está bien”, dice Alicia.
Por momentos, su túnica y la mía cambian, se llenan de cosas. Al rato, mientras me habla, se estabilizan: son como las túnicas del Rey de Oros, cubiertas de vides, frutas y colores térreos.
“Algo muy preciso, y muy práctico” agrego, y Alicia, basándose en dios sabe qué, concuerda.

Mientras tanto, abajo, la cosa seguía y siguió mucho después de que lo de arriba con el maestro temporal terminara.
Mi imagen bajo tierra empezó a ser expulsada, como si la cámara sola retrocediera.
Juan Malo no estaba en conflicto con eso, pero mientras empezaba a decirlo, la subjetiva volvió como si hubiera estado tomando envión, al centro mismo de la casa subterránea de la Sombra.

Una sensación de caída libre intensa y vértigo extenso y permanente, renovado cada segundo, empezaron a acompañar la presencia cada vez más definida de mi doble de sueños en el infierno.

sábado, 6 de noviembre de 2010

La llamada de lo pánico - VII

Mientras me habla, mi sombra oscila de forma.
Siempre es un indio viejo, pero pasa de tener cierta nobleza a ser nada más un anciano cansado, a asemejarse incómodamente a las versiones criollas del diablo, a un Juan Malo.

Cuando es Juan Malo es cuando se lo ve más animado.

Hasta que termina de hablar y, muy repentinamente, cambia y se transforma exactamente en mi.

Rejuvenece cuarenta años, y me mira con mi propia cara, muy pero muy fijamente. Pero no del todo frontalmente.
Por primera vez, y siendo algo que no creía posible, la noto pendiente de mi.

Me doy cuenta de que le habló a mi doble de sueños, al Rogelio que permanentemente veo transitando mis visualizaciones.

Y que no le dijo un pensamiento ocioso ni le transmitió un discurso, sino que, mientras yo miraba sin saber, le estaba, me estaba, haciendo una propuesta.

Y ahora estaba tensa, expectante, de ver mi respuesta.

La respuesta llega sin transición: mi yo de sueño aparece postrado en posición de adoración ante su propia sombra, nuevamente una silueta negra ahora, pero que surge de bajo su cuerpo, se estira por la tierra y se eleva en el aire, a pocos pasos.

La silueta negra irradia satisfacción, incluso algo de soberbia, me parece.

Suavemente, la imagen se desliza, o más bien resbala, en otra: caen lianas desde más arriba de donde alcanzo a ver.
Se transforman en líneas negras, se transforman de vuelta. En colas.
Colas de ratones gigantes.
Y colas de demonios.

Me veo a mi mísmo, parado frente a la sonrisa de Juan Malo, en medio del infierno.

No es un lugar desagradable del todo.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

La llamada de lo pánico - VI

La cámara, el ángulo de la visión, se acomoda para centrarla, y mi sombra cobra primero silueta propia, y luego volumen.

Finalmente, se independiza del todo, y es otra persona, radicalmente distinta a mí.
Parece un indio viejo.

Una de las decepciones de mis inconclusos estudios como antropólogo, fue descubrir que, pese a lo en boga que está la apreciación incondicional de la sabiduría ancestral indígena americana, o precisamente por ello, no consigo valorar a priori a los indígenas.
Los pongo en la misma categoría que a cualquier extranjero, y de antemano me fastidia la distancia cultural, la diferencia en las costumbres, la dificultad para compartir desde comida que nos guste a los dos hasta una charla.

Se entiende entonces mi poco entusiasmo al ver a mi sombra como un indio viejo, así como probablemente el mismo hecho de que haya aparecido con una apariencia de la que yo no podría gustar.

Me habla. Por supuesto, tampoco sé nunca abiertamente qué dice. Si fuera un poco más jipi o pomposo, diría algo así como “me habla en el lenguaje antiguo de las cosas que existen desde antes de las palabras”. Pero no me cierra por ningún lado que sea eso, aunque sí me parece que los diálogos con estas figuras son, por decirlo de alguna forma, lo bastante trascendentes como para tener más dimensiones de las que entran en el lenguaje lineal, y más existencia de la que se puede reflejar en un discurso.

No sé si eso sonó menos pomposo, pero la idea es la misma que si habláramos del funcionamiento del hígado o el páncreas: se pueden escribir miles de páginas, principalmente de suposiciones, sobre su funcionamiento. Mientras que el órgano simplemente lo ejecuta. Segundo a segundo.
Si una imagen vale mil palabras, una acción simplemente se va de escala.

No sé de qué me habla, pero lo que se desprende de su actitud es que va tomando a cada frase determinaciones sobre consideraciones largamente hechas: estoy presenciando el momento en que ella misma se define respecto de muchas cosas, y da su palabra, su sentencia, su decisión sobre ellas.
Sabiendo que al decirlo, toma un paso importante hacia realizarlas, que expresarse lo compromete.
Lo compromete con nadie más que con el poder propio de una sentencia.
Que no es poca cosa, en este mundo que compartimos, en este momento.
Acá si, lo que se dice pesa.

martes, 2 de noviembre de 2010

La llamada de lo pánico - V

A todo esto, mi jefe me había dicho claramente que no, que yo no me voy de la oficina.
Fue muy halagador, obviamente, y tentador, pero ya sé que la decisión de irme se toma sola, sin mi concurso. Yo apenas la sigo, tratando de no quedar muy atrás.

Desde entonces, toda la semana, en algún momento, dejó deslizar uno que otro chiste al respecto.
A mí me sirvió el total de la situación para retraer la relación al momento inicial, en que podía bombardearlo a consultas por ser el nuevo. De algún modo eso nos salió espontáneamente a los dos.
O se dió cuenta de que solo me pierdo y actúa en consecuencia. Qué se yo.

Respondiendo chiste con chiste, mantengo toda la charla en el punto de que “cada uno expresó lo suyo y nuestras opiniones no variaron”. Obviamente, dando seguridades de que mi intención no es desaparecer y complicarle la vida a nadie. La semana pasa grata, muy gratamente.
Cuando pienso en terapia, por primera vez en casi cuatro años de tratamiento, tengo cierto apuro por ir al encuentro de mi guía interno y ver qué me indica hacer.
Y cumplirlo.
Quien te ha visto y quien te ve.

Llega la siguiente sesión.
En esta pasaron muchas cosas, me siento a escribir apenas llego a casa, pedaleo todo el camino estructurando el relato en mi cabeza mientras van resurgiendo detalles, posiblemente al mismo tiempo que otros se olvidan.

Empiezo viendo una especie de medusa de luz. Creo que es una nueva formulación de mi guía.
Me dice algo, pero no llego a saber qué.
Aparezco en otro momento sosteniendo a mi niño interno en brazos, la medusa se transforma en una estrella, mi niño interno estira los brazos hacia ella, se acerca tanto que se mete en ella y me encuentro mirando de frente un resplandor blanco que abarca todo.

A esta altura, es una experiencia relativamente común.

Algo pasa, no recuerdo qué, y me encuentro mirando un ocho acostado. “Como ´infinito´” pregunta/afirma Alicia.
“Si”, le confirmo.
“¿No sabés de qué color es?”
“Irisado como las manchas de aceite en el agua”
“Ah, muy bueno”, dice.
“Veo también dos rayitas horizontales encima, no entiendo qué es eso”
“No te preocupes, es muy bueno esto”.
Ya me dejo llevar de un modo increíble para mí mismo.

La imagen muta un par de veces, pero no le doy demasiada cabida, lo considero interferencia, Alicia concuerda.
De repente, el ocho acostado vuelve a mutar, y se convierte en algo que no termino de entender, que termina siendo una mariposa. No sé si es mi mente sobreinformada, que asocia mariposa con Psique, y aparece el Rey de Espadas. No hace falta mirar esa carta muy atentamente para ver que el trono del Rey de Espadas tiene varias mariposas. Así y todo, a mí me llevó como dos años verlas, y probablemente si no me las señalaba Ale no las notara.

La persistencia de la imagen me indica que esta no es interferencia, pero empiezo a discutir con ella.
“Chabón, tu espada está toda torcida, mirala: no está derechita como la de la Justicia, tu criterio está mocho”.
Con una blandura inesperada para el Rey de Espadas y definitivamente convincente y seductora, la imagen me retruca sin palabras, en el modo telepatico común a todas las visualizaciones “es cierto que no soy perfecto, pero soy la siguiente cosa más inteligente, inmediatamente después de la Justicia. Y soy muy útil, te conviene tomar lo que tengo”.
Su blandura y moderación son lo que me permite tomar sus palabras sin más rechazo.
La subjetiva se empieza a alejar, mientras yo todavía no estoy seguro de si terminé o no. Una mariposa aletea frenética justo arriba de mi visión, no sé si es dorada o son reflejos de sol.

En algún lugar, hay algo incierto de oro y un fruto, y están relacionados.

La cámara se sigue alejando y entonces tuerce el ángulo y se clava. Lo que se muestra es demasiado evidente para que lo acepte sin cuestionarlo.
Porque el trono del Rey de espadas queda a la suficiente distancia como para verlo a escala humana en vez de la escala magnificada de la carta, y la distancia es un camino, y el camino y el paisaje están atravesados

y lo estuvieron siempre

y lo van a estar en cada lugar en que yo esté

por mi sombra.





Discuto un momento lo evidente de la visualización, pero la persistencia, y un deseo interno claro, nuevamente me convencen de que lo que estoy viendo es legítimo.


Lo acepto, y mi sombra me empieza a hablar desde el piso.