ES IMPORTANTE SABER

sábado, 13 de noviembre de 2010

La llamada de lo pánico - IX

Sentía que faltaba casi nada para que mi presencia allí fuera completa, pero al mismo tiempo ese casi nada se estiraba hasta el infinito en el camino de volcarse dentro mío, y el vértigo me revoleaba mientras no terminaba nunca de llegar a estar del todo ahí.

Me fui haciendo cargo de que el proceso iba a ser largo, y de que necesitaba, incluso deseaba, terminarlo.
Llegar a ganarme mi lugar, llegar a estar del todo ahí, presente sin dobleces ni retaceos.

Y no se me ocurre mejor idea, para afrontar lo largo del proceso que, siempre internamente, pedir una silla.

Para esperar sentado.




Apenas me hago conciente de haberla pedido, recibo dos imágenes superpuestas.
Una en la que me dieron un trono subterráneo, en el que me senté muy ancho y musculoso cual emperador, y otra en la que me dieron una sillita de paja en la que me siento derechito, inquieto, con las manos sobre las rodillas como quien espera turno.

Al rato de esperar, la imagen que persistió fue la de la sillita de paja, en la cual me veía transpirando y manteniéndome sentado a duras penas, mientras la sensación táctil de caída libre y vértigo me atravesaban todo el cuerpo.

Pese a la sensación de que en cualquier momento una inquietud inexpresable e injustificable me podían sacar corriendo del lugar, el sentimiento global no fue en ningún momento abiertamente desagradable.

Igual, recordemos que el discernimiento de los límites y el reconocimiento del dolor como una señal válida de daño siempre fueron mis puntos débiles.
Pero Alicia estaba totalmente de acuerdo con que eso es lo que hay para sentir frente a la Sombra.

El total de la experiencia era comparable a estar en un sauna, donde cada segundo es difícil, pero simplemente se pasa de uno a otro.
Y también sentía que estaba exhudando algo, ahí sentado.

La ansiedad, o la impaciencia, o algo. No sé.


Al rato, al largo rato, el vértigo comienza a remitir.
Entonces percibo que Juan Malo se transformó abiertamente en la carta de El Diablo.
Nuevamente, una formulación o mejor dicho, una irradiación, un sentir, mucho más amable del habitual en la carta, o de lo que puede expresar la carta de por si.

Un sesgo particularmente blando del Diablo.


Mientras voy notando esto, se convierte en la imagen del thoth, y finalmente en una cabra verdadera y sencilla, enfrente mío. Ya no tiene ni siquiera mirada humana, es nada más que una cabra.
Que es también todo lo que es la carta XV.

El vértigo se transformó en un sensación terriblemente intensa de peligrosidad: toda mi piel experimentaba la electricidad del peligro cercano.

Y sin embargo, simultáneamente, era clara la amistosidad del ente, de la cabra.

“Siento peligrosidad pero no hostilidad” le cuento a Alicia. Ella sigue tomando notas y notas, me dice que está bien, que corresponde.
Incluso había cierta sensación de calidez. Y, de alguna forma más oscura pero más intensa, atracción.

Todo el tiempo no pasa nada, pero la intensidad de cada fracción de segundo es comparable solamente a la caída libre, a los momentos en que uno sabe que una inmensa bola de algo está por soltársele encima, los segundos en que ves que el médico está por abrir la boca decir algo que va a cambiar toda tu vida.

La atracción me va acercando a la cabra, lenta pero firmemente, y si bien no espero que me ataque, igual me tensiono entero, exhudo adrenalina.
De alguna forma, llego a tocarla, y me veo acariciando su pelaje.
Hay muchas sensaciones, pero la predominante es la adrenalina.

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