Mientras me habla, mi sombra oscila de forma.
Siempre es un indio viejo, pero pasa de tener cierta nobleza a ser nada más un anciano cansado, a asemejarse incómodamente a las versiones criollas del diablo, a un Juan Malo.
Cuando es Juan Malo es cuando se lo ve más animado.
Hasta que termina de hablar y, muy repentinamente, cambia y se transforma exactamente en mi.
Rejuvenece cuarenta años, y me mira con mi propia cara, muy pero muy fijamente. Pero no del todo frontalmente.
Por primera vez, y siendo algo que no creía posible, la noto pendiente de mi.
Me doy cuenta de que le habló a mi doble de sueños, al Rogelio que permanentemente veo transitando mis visualizaciones.
Y que no le dijo un pensamiento ocioso ni le transmitió un discurso, sino que, mientras yo miraba sin saber, le estaba, me estaba, haciendo una propuesta.
Y ahora estaba tensa, expectante, de ver mi respuesta.
La respuesta llega sin transición: mi yo de sueño aparece postrado en posición de adoración ante su propia sombra, nuevamente una silueta negra ahora, pero que surge de bajo su cuerpo, se estira por la tierra y se eleva en el aire, a pocos pasos.
La silueta negra irradia satisfacción, incluso algo de soberbia, me parece.
Suavemente, la imagen se desliza, o más bien resbala, en otra: caen lianas desde más arriba de donde alcanzo a ver.
Se transforman en líneas negras, se transforman de vuelta. En colas.
Colas de ratones gigantes.
Y colas de demonios.
Me veo a mi mísmo, parado frente a la sonrisa de Juan Malo, en medio del infierno.
No es un lugar desagradable del todo.
ES IMPORTANTE SABER
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario