ES IMPORTANTE SABER

sábado, 27 de marzo de 2010

A raíz de la quietud

Ultima parte de "El hombre, la puerta, el cuchillo...", primer arco argumental involuntario de R&A.

Si no sabés qué es una visualización, por ahi te conviene empezar por acá.


Para descargar el archivo y leerte esto cómodamente en el baño, el bondi o la cama, hacé click acá. (ojo, son 10 páginas)



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A los pocos días de tener el presentimiento de “Mamá y el Diablo”, tuve una sesión extrañísima con Alicia, tal vez la primera en mucho tiempo donde verdaderamente no entendí casi nada, aunque las imágenes eran bastante claras.

En cierto momento, todo lo que me rodeaba parecían velos, uno atrás de otro, uno sobre otro. Todos mediando entre yo y alguna especie de fondo más. De repente, todos los velos son tomados por una mano invisible y metidos mágicamente en una caja, en una mesa enfrente mío. El paisaje se volvió el fondo blanco al que me acostumbré el primer año de sesiones, tenía la compañía de mi guía en algún lado cerca.
Alguien empezó a coser un nuevo fondo. Vi, en una dimensión extraña donde tamaños colosales eran cotidianos, al Rey de Oros, paciente y amorosamente, cosiendo una tela de fondo nueva.
Estaba llena de estrellas y uvas, y de repente, de entre los pliegues salieron caminando un niño desnudo, tocando una trompeta de llamada y una especie de esfera lechosa, de perla o burbuja huevo inmensa. No llegué a verlo con certeza, pero creo que salió un pegaso de esa esfera, en el último momento.

En algún momento, de alguna manera, llegué a una especie de cueva, en la que había un hombre de aspecto miserable, desnutrido, la piel verdecida de mugre y abandono. La imagen que me generaba era la de un cavernícola lastimoso.
Se lo cuento a Alicia, en el tono que uso para mantener el trance y hablar con ella simultáneamente, y ella disiente: “no es un cavernícola, no es lastimoso: sos vos”.

Había una mutua sensación de enojo entre esta figura y yo, y Alicia intervino nuevamente: “claro, está enojado con vos porque no le das bola, porque no le hacés caso: abrazalo”.
Mi resistencia a hacerlo era tanta, que Alicia se puso insistente, irritándome a su vez.

Mientras pensaba que me costaría retener la visualización, y me preguntaba si decirle a Ali que se callara o seguir tratando de concentrarme (porque la violencia de pedir a alguien que se calle, y mucho más si es la persona que tomas de guía, requiere una energía que puede definir que termine de perder la visualización), el cavernícola se fue de alguna manera volviendo menos desagradable, y aparentemente hubo algún diálogo entre él y yo.

De repente, resulta que en la cueva había una especie de estanque de oro líquido, del cual el cavernícola saca una fruta, una especie de mora o fresa, embebida en oro líquido, y me la ofrece. La como, interrumpo a Alicia para avisarle, y decidimos que ya está bien y que salga del trance.

“Es el Rogelio instintivo” me dice, “y está enojado y con razón, porque no le das bola. Tenés que hacerle más caso”.
















El amigo



A la semana siguiente tuve un ataque al hígado fuerte, fuertísimo.
Un domingo.
El lunes inmediato, fui a sesión con Alicia, más por soldadito que porque verdaderamente pudiera: se me ocurrió que tal vez una seven up mientras esperaba que terminara con el paciente anterior me ayudaría a mejorar, pero terminé vomitando antes de terminarla.
En esas condiciones, comenzamos la sesión, y casi no hubo otra cosa: a sugerencia de Alicia me hice chiquito y entré en mi hígado, y lo único que veía eran inmensos charcos de mayonesa sobre los que pisaba. En mi hígado, en mi plexo, en todo el lado derecho de mi cuerpo.
De repente, entre todo eso, aparece en mi hígado el cavernícola de la sesión anterior. Me dí cuenta de que, temporalmente, ésta era su morada. Nos abrazamos en medio de la inundación de bilis, mientras veía también una especie de piedra amarilla opaca que se hundía en mi plexo, entre sinuosidades de mayonesa.
En cierto momento aparece mi guía, metiendo sus manos llenas de luz blanca en mi hígado.
Al rato, desalentado por no ver nada más, le pregunto “¿a qué vine hoy?”, y me vuelve a mostrar la piedra amarilla hundiéndose en el lago amarillo.
Lo tomamos como el total, y terminamos la sesión.


Esa misma semana, dos asuntos pendientes me torturarían la cabeza el mismo día: un cambio de lugar de trabajo que esperaba que estuviera en marcha estaba parado, y lo más importante, me explotaba la cabeza pensando en el intruso en casa de mi padre.
Es una larga historia cómo hay un tipo en casa de mi difunto padre. Se llama Mario. Baste decir que lo estafó y desde entonces hasta ahora estoy haciendo los trámites sucesorios para poder sacarlo, recuperar mi casa, dejar de vivir de prestado o en pensiones.
Desde el principio hasta ahora, hubo algunos encuentros, en todos el tipo me amenazó con piñas, tiros, etc.
Una vez tomé la casa a la fuerza, pero como encontré un documento con la verdadera firma de mi padre, me flaqueó la fe en mí mismo y dejé que la policía me sacara. Más tarde entendí que mi padre había firmado ese documento en parte desde su actitud regular de hacerse el estúpido consigo mismo respecto de las consecuencias de sus actos, y en parte por miedo a este cretino.
De hecho, los últimos cuatro meses de vida de mi padre transcurrieron en el hospital Durand, del cual no se escapó como veces anteriores, por miedo a ir a su propia casa y encontrarse con Mario.
Estos cabos los fui atando durante 2009, mientras el juicio sucesorio avanzaba.
La vez que entré a la fuerza en mi casa, Mario había dejado un linyera (adentro) de alerta.
Los vecinos me contaron durante el año que la casa estaba llena de gente. Obviamente, tenía miedo de que yo repitiera la movida y lo sacara a él de mi casa.
Una vez de tantas que pasé, lo puteé y se asustó de que le pegara, llamó a la policía. Al llegar éstos, mostró un contrato de alquiler nuevo, ya sin la firma de mi padre. Pero la policía, obviamente, sostiene que demostrar eso es cuestión de peritos, juicio, etc.

Por esa época, en una sesión apareció este tipo en la visualización. En el trance, comencé a desahogarme y golpearlo, se deshacía como masilla. Alicia me induce a pegarle más, y de repente me tira una almohada a la cara.
Me quedé paralizado.
Mucho después me daría cuenta de que es evidenciaba algo que me acompañó buena parte de mi vida: pese a haber estado en varias situaciones violentas, carezco de embrague. No puedo tirar nunca el primer golpe, no puedo iniciar yo la pelea física, por más que la situación lo requiera.
“No importa”, dice Alicia. “Tu inconciente ya sabe que te quedás paralizado, y va a empezar a trabajar con eso”.

Total que, para fines de 2009, mi cabeza estaba llena de fantasías: fantasías de ir una pelea cuerpo a cuerpo y romperle huesos con crueldad, fantasías de que él me ganara esa pelea, fantasías de que ninguno ganara pero se me complicara la cosa con demandas por agresiones, fantasías de que él no me ganara pero tuviera la casa llena de gente que sí me cagara a trompadas, fantasías de que estuviera rompiendo toda la casa, fantasías de que hubiera una o varias embarazadas dentro, como si hiciera falta más de una.

El consejo regular de mi abogado era esperar a que la sucesión terminara, para encararlo entonces.
Pero tenía bastante claro que Mario no se iba a ir sencillamente, y que tal vez debiera empezar un juicio de desalojo, que son imprevisibles en su duración, costos, etc.
Este bendito miércoles, con mi ataque al hígado a cuestas y la frustración de mi trabajo nuevo que no arranca, llego a casa (estoy parando en la sala de ensayo de mi primo), charlo con mi primo y decido que esa misma semana encaro de alguna forma al intruso, para que se mueva algo. Me parece lo mejor ir con mi abogado para que al menos lo aprete o asuste con algo de jerga legal.
Mi primo descree de que haya razón para ir, dado que el otro no se va a mover por nada menos que la policía, yo no consigo comunicarme con mi abogado en todo el día. Tampoco me parece un plan sólido, pero ya conocía los resultados de ir solo: Mario no se inmuta, me amenaza y/o llama a la policía. Todo el asunto parecía demasiado estéril para merecer movimiento.
Pero...

No conseguía quedarme quieto en casa, y tampoco tenía ganas de moverme de ninguna manera.
Más que de una.
Reconocí en cierto momento la sensación: era la certeza corporal de que iría.
Una sola vez antes había sentido esto, y fue la sensación de certeza más fuerte que había experimentado en mi vida.
Una sensación que hace que cualquier cosa que haga esté bien para mi, aunque yo mismo no la entienda.
Dice “no sé si lo que hago está bien o está mal, pero no lo voy a saber nunca más que en este momento”.
Dice “no sé que es lo que hago, no sé cómo se desenvuelve esto que voy a hacer. Pero sé que lo tengo que hacer, sé que lo voy a hacer”.
Dí un par de vueltas más en la cama y, ya resignado a tener que hacer lo que me era demandado con tanta urgencia, me fui a bañar para estar cómodo conmigo mismo, me puse zapatillas y remera por si tenía que pelear, y salí a la calle.
Pensé en consultar el I Ching, pero hace rato que sé que preguntar dispersa la decisión, posterga la acción. Que saber y hacer son momentos diferentes.
Dejo la idea sin tocar el libro.

Saliendo llamo a mi abogado, que esta vez si me atiende.
“En realidad no esperaba encontrarte” le digo “llamaba solamente para quedar bien con mi conciencia: estoy yendo a ver al tarado este ¿me querés acompañar? ¿alguna idea provechosa?”
“No. Contale en qué está el trámite y fijate qué te dice”.
Ok.

Como la primera vez, la sensación de certeza no se diluye pero se complica, llegando.
A media cuadra veo un gordo, y me asalta el miedo de que haya otros como él dentro de casa “con tres como éste, no tengo chance de nada” me digo.

Llego y la llave de mi padre de la puerta de afuera sigue siendo útil. Tengo acceso al edificio.
Entre la puerta de entrada al edificio y la del departamento de mi padre sólo media una escalera recta, un piso hacia arriba. Varias veces fantasée usarla para tirar a Mario por ella. Me pregunto cómo saldrá lo de hoy. Pienso en sacarme los anteojos, pero no me quedaría más tranquilo llevándolos en el bolsillo, y prefiero ver con claridad cuanto sea posible.

Me detengo frente a la puerta del departamento y noto que mi corazón va demasiado rápido: si trato de hablar voy a jadear, me digo, y eso inspira poco respeto.

Me tomo un minuto, me dibujo un signo de rei ki en la mano, lamento no haber practicado jamás los mudras de nin jit su.

Y justo tocan el timbre desde afuera.

No me queda claro si es en el departamento de mi padre o en el de abajo, espero.
Sale la vecina de abajo, me escondo en la curva de la escalera. Si las cosas me llegan a salir bien, todavía pienso que me conviene que nadie sepa que estuve en el edificio.
Entonces alguien abre la puerta de algún departamento en el piso de arriba. Vuelve a entrar, vuelve a salir.
Decido que, perdido por perdido, mejor que me vean abiertamente a que me vean escondiéndome, y salgo al encuentro de Elsa, la de planta baja. No me ve con claridad al tope de la escalera, bajo a saludarla.

Charlamos un poco, y noto que el vecino del segundo nunca salió. Podría haberme quedado escondido. Pero aprovecho para preguntarle por mi departamento.
“Casi no lo veo” me dice. “Si está la chica embarazada, pero el casi no, y ya no hay tanta gente, tampoco”. Buenísimo.
“Lo que si, no para de martillar, yo no sé qué te va a quedar cuando recuperes el departamento”.
La última frase reactivó la urgencia de la llamada que me trajo hasta acá, y subí las escaleras ya sereno.

Toco el timbre y no parece andar, así que golpeo la puerta.
“¿Quién es?” - voz de malo.
Decido pasarme de listo y le digo “soy un vecino, vengo porque hay un corte de luz en el departamento de abajo”.
“¿Y?”
“Y creemos que es por lo que usted está rompiendo”.
“A vos te voy a romper”.
“¿Cómo?”
“¿Qué querés?”
“Que abras!”

Escucho ruido de llaves, alguna puteada sorda, y veo que la mirilla se abre.
Pongo cara de “¿y?”.

Abre la puerta, está en calzoncillos, ojotas con medias y camisa abierta. Y yo me preocupaba por no jadear. Siento que tengo más puntos solamente por llevar yo pantalones largos.

Adelanto un pie para trabar la puerta por las dudas, y miro alrededor: la casa no se ve rota, pero hay un par de muebles puestos en medio del living, tal vez formando un segundo ambiente, y no puedo ver la pared detrás.
Hay una mujer con un bebe.
Y está Mario en calzoncillos.

“¿Que hacés aca?” pregunta.
“Vengo a ver cómo está mi casa, y cuándo te vas”.
Se rie con aire sobrador, revolea los ojos y dice “me voy cuando se acabe el papeleo”.
“¿Qué papeleo?” le pregunto.
Y me pone un cabezazo en la boca.
Feliz navidad.
Te juro que me alegré.
Si tengo o no tengo embrague ya no importa: el peldaño que siempre me falta, lo cubrió Mario.

Doy un paso hacia atrás por el pasillo, hacia la escalera, mezcla de esquiva tardía, la fuerza del cabezazo y la búsqueda de espacio, y lo veo que avanza.
En cámara lenta, veo su pierna derecha abrirse para dar el paso, y con un cálculo aprendido en la escuela primaria, tomo mis riesgos y le pateo la entrepierna.
Llego bien, pero el tipo igual avanza y me toma de la cintura, como para llevarme a algún lado, mis anteojos, rotos por el cabezazo, terminan de volar por la escalera..
Lo tomo del cuello con mi brazo derecho y se queda en el lugar, evidenciando que no tenía idea de qué hacer, así que cambio el agarre y le sostengo la cabeza con mi mano izquierda para ponerle dos derechazos y un rodillazo, nuevamente a la ingle.
Resbala sobre sus ojotas con medias y cae, voy a buscarlo al piso.
De alguna forma confusa, termina rotado ciento ochenta grados, boca arriba y con la mitad del cuerpo pasando la puerta de entrada de mi casa. La mujer amamanta el bebé mientras nos mira, parada en medio del living.

Decido hacerlo sencillo y sentármele encima, pero me traba el acceso levantando sus piernas como haciéndose una bolita, panza arriba. Su tobillo traba el mío, lo acepto con comodidad y adelanto la pelvis, dejando caer todo mi peso en la rodilla, que avanza como un pistón sobre su estómago.
Inmediatamente después, estoy sentado en su pecho.
Se conoce esta posición como “montura completa”, y se sabe que cualquier tipo con dos dedos de frente la puede mantener hasta siempre. En competencias reglamentarias, rara vez el que está abajo tiene más chance que esperar el fin del round.
Hablo de gente entrenada, y acá se puso de manifiesto quién es Mario.
Un inútil.

Antes de llegar a esta posición, ya no le quedaba aire. Conmigo sobre su pecho, sólo podía jadear y tratar de agarrarme las manos. Es débil. Débil. Sus manos no pueden sostener las mías más que unos segundos antes de que me zafe, una y otra vez, y arroje puñetazos a su cara, uno tras otro.
El sonido del golpe me recuerda algo, no sé qué, de un flan. Los golpes me salen de a dos, siempre.

El, todavía, no entiende nada y me amenaza con matarme.
Sonido de flan.
Sonido de flan.

También le dice a la mujer que llame a la policía. “Si, llamala”, digo yo, totalmente seguro.
Flan.
Flan.

La mujer me pregunta que porqué le pego tanto. “El me dio un cabezazo, vos lo viste”. Respondo. Igual, no me parece que le pegue tanto. “Bueno, pero por favor pará de pegarle, estoy yo acá”. “Decile a él: ¿para qué te mete en una casa tomada?”

Llegado cierto momento, se activa y fracasa el primer inhibidor de violencia: la evidencia del enemigo vencido me llega, entiendo que no es una amenaza, y dejo de sentir necesidad de golpearlo.
Pero me acuerdo de mi padre. Del año pasado en pensiones y casas prestadas, de las amenazas.

Flan.
Flan.


Nuevamente, me canso, nuevamente me amenaza desde la derrota total y se gana más golpes. La mujer le pregunta “Mario, ¿porqué sos así?”. “Porque es un imbécil”, respondo yo, y nueva tanda de golpes.

Flan.
Flan.

Noto la relativa sencillez de aplicarle una llave cuya utilidad es esguinzar el bíceps, pero no lo hago.
Noto que tampoco hay sangre: tiene un costado de la cara deformado, como si fuera de plastilina, pero no hay mayores marcas.
Se revuelve, trata de liberarse con movimientos patéticos. No parece entender que nada de lo que haga sirve. Trata de recuperar el aire. Pienso “No: YO estoy recuperando el aire. Vos estás en el piso cobrando”. Le doy un par más, consigue correrse un poquito y quedar de costado, le golpeo el bazo, bajo las costillas.
En cierto momento, la mujer desaparece de la pieza y dudo de si estará llamando a la policía o simplemente nos habrá abandonado a nuestra suerte.
Por las dudas, decido irme. Además, mal que mal, la visión de una mujer con un bebé en brazos disminuyó muchísimo mi agresividad. Entiendo que estoy pegando un poco más blando de lo que tal vez podría por eso. Justo en ese momento le veo el cuello totalmente vulnerable a un estrangulamiento, pero tampoco lo tomo. Consigue tomarme los puños.

“Soltame que me voy” le digo, para no hacer fuerza en liberarme.
Me suelta, me levanto, empiezo a irme y veo sus llaves tiradas en el piso. Las tomo y sigo mi camino, me amenaza con algo que no entiendo y trata de ponerme una traba con el pie en el tobillo.
La traba es tanto más pátetica cuando se le sale la ojota, podría seguir caminando simplemente, pero decido no perdonarle esta otra estupidez más. Si le estoy cobrando las viejas todavía, no voy a dejar que empiece a acumular nuevamente.

Así que, preguntándole si es tarado y nunca aprende, vuelvo sobre mis pasos y le pateo la cara en el piso. Consigue trabar un poco el golpe, la mayor parte de mi Adidas entra en su cara. Retomo mi camino de salida.

Juntando los pedazos de mis anteojos al paso, lo puteo y le digo que vuelvo al día siguiente, lo escucho decir a la mujer que llame a la policía y me doy cuenta de que todavía está buscando sus llaves, no sabe que las tomé yo. Al escucharme trata todavía de ponerse en malo “¿cuando!!? te voy a matar”. Me satura la paciencia nuevamente, y otra vez empiezo a subir los escalones, decidido a regalarle un par de toques más. Me ve y con la cara descompuesta de miedo, arrastrándose sobre el culo, llega justo a cerrarme la puerta en la cara, mientras me grita desde atrás “te voy a matar!!”.

El auténtico imbécil que ni a las piñas entiende: ahora puedo decir que lo conozco.

Mientras se cierra la puerta, escucho a la mujer diciendo “Ay, Mario, y mañana tenés que ir a Tribunales”.
Dios la bendiga.

Salí a la calle con todo lo que encontré de mis anteojos, y lo tiré en el primer tacho que ví.
Ya no veía lo mismo, así que tardé varias cuadras. Antes hablé con mi primo y mi abogado, con uno para arreglar que me diera coartada, con el otro para tenerlo al tanto y ver si había algo de urgencia que hacer.

El fin de semana anterior había desprogramado a un amigo, que trajo con él a una chica que me ofreció una sesión de rei ki de regalo, a cambio de la desprogramación.
Era ese mismo día, así que me fuí.
Mario a Tribunales y yo a rei ki, me pareció una manifestación cabal de karma.

En el camino, me doy cuenta de varias cosas: una, no había aparentemente más gente que esta mujer y él en la casa. Dos, el estaría al día siguiente en los tribunales. Mientras yo tenía sus llaves.

Nuevamente, primo y abogado. Mi primo no se muestra tan deseoso de ayudarme como lo manifestara cuando el asunto era más teórico, mi abogado piensa que si, que es posible tomar la casa, sacar a la mujer sola sin violencia, cambiar la cerradura. Tendría que reclutar al menos dos personas: una que vigilara que la chica no avisara a nadie, mientras los otros dos vaciamos la casa de sus pertenencias. Tal vez un cuarto que buscara mientras un cerrajero, quizás eso se pudiera arreglar por teléfono.
Decido esperar a que el rei ki me aclare las ideas para tomar la decisión.
Durante la sesión, noto un extraño efecto inverso al que me arrastrara a estos eventos: fuí sin saber qué iba a hacer, pero sabiendo que sólo deseaba ir, y que nunca estaría mal hacer caso de un sentimiento tan intenso y claro. Ahora, en cambio, la idea de tomar mi casa al día siguiente era intelectualmente transparente y sólida, pero no tenía ganas de hacerlo.
Me tomé un rato para confirmar si estaba cansado y eso era todo, pero resultó que no, que la líbido verdaderamente había desaparecido. No tenía, por recuperar mi casa, la misma urgencia que había tenido por ir.
Decidí priorizar el sentimiento, dado que había sido demasiado poderoso desde un primer momento, y abandoné los planes.

Llegué a casa de mi primo con una rodhesia para cada uno. “¿Chocolate?” le pregunto ”encontré un remedio buenísimo para los ataques al hígado”.


Charlamos un rato, me ocupé de otras cosas.
En los días siguientes me caerían otras fichas: una fue la absoluta inutilidad de Mario. La alegría del miércoles de haberle ganado se convirtió en una especie de tristeza de haber participado de la ruina de un inútil: claramente el tipo no sabe hacer más que ganarse problemas y perder ante ellos, y dado que es incapaz de diálogo o contacto con la realidad, me va a obligar a ser parte de esa dinámica.
Por otro lado, ya sin fantasías de que pueda ganarme cuerpo a cuerpo, ni de que sepa defenderse legalmente o de cualquier modo, se hace evidente que la razón por la que no estoy en casa de mi padre, no es él.
Ya sabiendo que Alicia me diría que lo que falta es alguna clase de trabajo interno, me pregunté cuál sería.
Y lo dejé estar, ya no tengo necesidad de mayores explicaciones.

Otra ficha fue la inmensa alegría de saber que ahora puedo sentir mandatos irracionales pero ciertos, y más aún: ahora puedo hacerles caso.
De a poco llega la confianza de que ningún mandato me va a llevar a hacer algo para lo que no esté a la altura. De a poco también, consigo entender la gama amplia de pedidos más sencillos, menos urgentes y más orientados a cosas gratas que pueden venir en el futuro: ganas de comer algo, de estar con alguien, de dedicarme a alguna tarea.


Es la mayor sensación de integridad que experimenté jamás, al mismo tiempo que la más intelectualmente oscura: es increíble lo bien que uno se siente haciendo lo que sabe que tiene que hacer, aunque no sepa qué es o porqué, ni qué consecuencias tendrá.
Imagino una vida regida por esta integridad, y me pongo contento. Me nace un “SI” gigante en el pecho, una y otra vez, y olas de alegría crecen desde mi pecho hasta mi sonrisa.



















Finalmente: hace rato que noto cómo preguntar dilata el tiempo, y cómo es un bucle de energía, un rulo en la dirección de la voluntad que la dispersa y desgasta. Por eso preferí no hacerlo en el momento previo a una acción segura e inminente.

Al volver, sin embargo, ya sabiendo que no iba a tomar más acciones en los días siguientes, tenía mucha curiosidad por ver qué diría.
Otra cautela me retenía ahora, y era el temor a recibir una respuesta desfavorable, que oscureciera la salvaje alegría que experimentara toda la tarde.

Finalmente, hice un pacto conmigo mismo: lo que había sentido era intocable. Y si el I Ching daba un dictamen que me pareciera desfavorable, todas las opciones, desde errar yo mi interpretación hasta que el Libro no sirviera, serían tomadas antes que aceptar haber cometido un error.

Sólo dos veces en mi vida, repito, tuve una sensación tan cierta que pudiera calificar de sagrado su contenido, en el sentido de ser intocable, totalmente verdadero y necesario, aún siendo absolutamente invisible a la razón.

Una vez asumida esta actitud, me concentré como pocas veces, y tiré el I Ching.



La pregunta fue “las acciones del presente día, y sus ramificaciones”.

Salió 12, El Estancamiento, un hexagrama de los “malos”, con la cuarta y quinta líneas mutantes.
Recordaba que la quinta es buena porque va a dar a “El Progreso”, pero no conseguía recordar la cuarta, así que fui a buscar el Libro para chequear.

La frase me sentó perfecta, sin miedo a mesianismos ni fanatismos, porque no todos los días uno se siente así.
Dice: “Aquél que obra obedeciendo una orden del Altísimo, permanece sin tacha”.



Días después Pablo, quien también hace terapia con Alicia y comenzara siendo creyente y va abandonando al mismo tiempo que yo me acostumbro a rezar espontáneamente, festejaría diciendo "que bueno que Dios te mande a cagarlo a trompadas!!".




Ilustraciones: Luciano Vecchio

viernes, 26 de marzo de 2010

Proximamente en R & A











Lo real, lo importante, y sus consecuencias.

Ultima parte de "El hombre, la puerta, el cuchillo..."

El sol - Daniel Rodriguez Rulli


































Daniel es un tipo super interesante.
Recomiendo verlo acá y acá.
Abajo, la versión sobre el Sol de SS, R&A.




Características Generales de los Arcanos, Mayores y Menores


Todas las cartas de tarot son llamadas Arcanos, palabra cuya traducción más regular dice que significa "misterios".
Porqué una cosa cualquiera puede ser llamada un "misterio" tiene que ver con una actitud existencialista que se basa en el hecho de que todo, absolutamente, tiene una superficie, que es lo primero que se conoce y en la cual la conciencia refracta, lo que le impide (a la conciencia) adentrarse de un solo vistazo en la profunda y verdadera naturaleza de la cosa percibida.
En epistemología se suele decir por esto que el primer obstáculo al conocimiento es el conocimiento mismo.

Lo que hacen las 78 cartas del mazo de tarot es representar, a través de metáforas, otras tantas situaciones de la vida, buscando abarcar así la totalidad de las experiencias significativas que cualquier ser humano puede atravesar.
Por un lado, cada situación es en si misma un "misterio", según lo antedicho y por otro, cada carta representa solamente lo genérico, lo medular, de cada situación. Por lo que, en una lectura, la carta es un cascarón a romper para poder penetrar con mayor profundidad en la situación concreta hacia la que señala.

Las 78 cartas se dividen en 56 Arcanos Menores, divididos a su vez en cuatro palos, como los mazos comunes, y 22 Arcanos Mayores.

Los Arcanos Menores reproducen situaciones vitales más o menos circunstanciales pero arquetípicas, de acuerdo a un código numérico por un lado, un código basado en los palos por otro, y una representación pictórica o visual que intenta condensar y manifestar todas las metáforas posibles que surgen del cruce de ejes números / palos.
Intentan agotar, en cincuenta y seis combinaciones, todas las circunstancias significativas posibles. Por esto es que buscan lo central antes que lo anecdótico: separan, por ejemplo, el concepto de “tregua” del de “paz”, porque ambas cosas son similares pero diferentes, pero trata de evitar la definición de una forma específica de “paz”, para que la carta pueda representar la paz en la vida de cualquier consultante, independientemente del resto del contexto: saber si es paz laboral, si es paz conyugal, si es paz conseguida tras largas luchas o no, etc., llega a través del resto de las cartas, en cada lectura.

Los Arcanos Mayores, en cambio, no tienen ejes genéricos, y el contenido de cada uno desborda cualquier grilla: son un conjunto especial de conceptos trascendentes. Prescinden del cruce que hacen los Arcanos Menores entre número y palo, y son cada uno la abstracción de un aspecto fundamental y, al mismo tiempo, complejo, de la experiencia humana.
Algunos porque remiten al funcionamiento teórico del universo, otros porque remiten a aspectos no circunstanciales (sino permanentes) del ser humano.

Si los Arcanos Menores metaforizan la variedad de la experiencia humana, los Arcanos Mayores representan la estructura desde la cual se la vive e interpreta, las matrices conceptuales desde las que se generan las ideas que expresan la experiencia existencial, y las experiencias inevitables que esta estructura atraviesa en el desarrollo de una vida humana.
Son conceptos al mismo más abarcativos y de mayor peso que los Arcanos Menores.

Damos por sentado que estas cartas representan no solo experiencias posibles, sino también espacios de la psique preparados especialmente para hacer posibles estas experiencias.

De todas las teorías sobre el origen del tarot, adherimos a las que no señalan un autor o cultura particular, así que no es posible saber quién o en qué circunstancias concibió los diseños de los Arcanos Mayores, pero es nuestra creencia que, quien haya sido, tuvo el talento suficiente como para acceder a contenidos profundos y estables del inconciente colectivo
Esta es la base del postulado más fuerte e interesante de la corriente de tarot a la que adherimos: que es que los Arcanos Mayores representan factores y funciones psíquicas universales.

Son, desde este punto de vista, los ladrillos elementales con los que trabaja la mente de cualquier ser humano: independientemente de su cultura o contexto, toda persona interpreta la realidad desde estructuras psicológicas subconscientes.
Suponemos que estas estructuras psicológicas subconscientes que determinan la percepción e interpretación del mundo son universales, y que no se las puede definir de un amanera terminante, pero que los Arcanos Mayores representan una formulación extremadamente aproximada a su contenido más básico.

Y esta es la razón de que no tengan un orden conceptual: de la misma forma que no se pueden numerar los órganos internos de una persona porque no hay ninguna necesidad lógica de que el corazón esté antes o después que el esófago, no se puede dar una jerarquía definitiva y consistente a todos los constituyentes de la psique, aunque algunos aparezcan más relacionados entre sí que otros, y eventualmente, en diferentes conjunciones de cartas, se puedan establecer relaciones de paternalismo, de dirección, de subordinación, etc.
Pese a esta falta de orden intrínseco, o precisamente para paliarla, quizás, se han propuesto varias formas de “hilar” los Arcanos Mayores entre sí, y aquí exponemos brevemente dos: la noción de que representan el desarrollo psicológico de un individuo y la de las virtudes cardinales, dado que las consideramos fértiles a la hora la interpretación y reflexión.


Arcano Mayor Número 19: El Sol


De todas las situaciones vitales posibles descriptas en el mazo, el Sol representa tal vez la más sencilla.
Y a la vez , quizá sea la más potente, poderosa y benéfica.
Su pertenencia a los Arcanos Mayores se define en este caso no tanto por la complejidad o cantidad de ideas, sino por la importancia radical de esta única idea, la importancia que tiene el poder conectar con su esencia en la vida, y los efectos maravillosos que brinda en la misma.

El sol es la alegría, simplemente.
La dicha plena, pura, inmotivada.
Sin razón, sin necesidad ni pretensión de justificarse.
Sin sombra ni doblez.

Es esa alegría que nace del corazón porque si, cuando uno simplemente "se acuerda de que puede" estar feliz, y crece a sonrisa, y de sonrisa crece a sentimiento que se expande por todo el cuerpo y da fuerza.

Es la aceptación plena del prójimo, la inocencia absoluta sin contraparte de ignorancia, la transparencia, la voluntaria desnudez en un marco de absoluta confianza que no se basa en las "pruebas" que pueda el otro presentar ni en el potencial propio para defenderse, sino en la lucidez absoluta de la mirada, que atraviesa el alma del otro y abre al mismo tiempo el corazón propio.

Es un sentimiento interno que cubre la visión de la vida en toda su extensión y, mientras dura, simplifica todo al extremo en la sencilla vivencia de una alegría intensa. La sensación de luz que llena todo el cuerpo por dentro, sin dejar espacio a ninguna sombra, miedo, rencor o duda.

Los elementos simbólicos tradicionales de la carta son: el niño como símbolo de la inocencia, su desnudez como indicador de la transparencia y carencia de segundas intenciones, falta absoluta de verguenza o de cualquier clase de sentimiento de oprobio o desaprobación hacia uno mismo, la apertura de sus brazos y frontalidad del pecho señalando la total aceptación del momento (de otras personas, de la vida, de sí mismo).
El caballo blanco indica la fuerza de esta inocencia, el cómo su desnudez no la hace vulnerable. El sol es, siempre, fuente de fuerza.
La bandera naranja indica la característica pasional y carnal, vinculada a la vida terrena de esta alegría: la inocencia tampoco excluye aquí los placeres sensuales, y la es una alegría es totalmente vital, en el doble sentido de fuente de vida y de relacionada con lo cotidiano.
El campo florido indica la extensión de esta sensación interna a la conexión con lo externo, el verdadero sentir que el mundo es un lugar verde, fértil y luminoso.
El sol, finalmente, es la expresión misma y definitiva de esta clase de sensación.
Así como el sol es en lo físico fuente de toda vida y constante irradiación de luz, claro y fuerza, la sensación de dicha representada aquí es también constante, infinita, omnipresente e ilimitada.
Desaparece y aparece en la vida cotidiana con más o menos recurrencia según la capacidad y deseo de cada persona de conectar con este espacio mental/psíquico/emocional.

El Sol es un lugar, dentro o fuera de la persona pero al cual se puede acceder desde una decisión, con el mínimo monto de poder necesario.
Una vez que se ha conectado con este espacio, la energía que se toma de él permite volver y, cuantas más veces se vuelva, más fuerte, sólida y bella será la vida de la persona.
Aunque la visita de uno tienda a no poder ser permanente, y la mayor parte de la gente no llegue ahí más que por accidente o hechos externos a su propia decisión, e incluso mucha gente no lo toque más que pocas veces en su vida, la existencia de ese lugar sí es permanente y estable.
La dicha es un lugar, que no dista del centro del ser mucho más que otros, y cuyo camino puede allanarse y facilitarse con la práctica de ir.

La carta del Sol representa el estar en ese lugar.

Pueden entonces ser palabras clave para interpretar esta carta: sol – dicha – felicidad – inocencia (en el sentido de carencia absoluta de culpa)– confianza – frontalidad - transparencia

viernes, 19 de marzo de 2010

Mamá y el Diablo - Sesión de autoconsulta al mazo viviente 31 - 10 - 09


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Está dicho que dentro del tarot, los Bastos representan el fuego en el barro: el instinto, la líbido, el deseo primal.
Que la Emperatriz es, en sí, el barro mismo que recibe el fuego del espíritu y lo sostiene en lo material. Es la madre, y es el cuerpo.
Y que el Diablo es la forma más remota, profundamente enterrada en la oscuridad de la carne y alejada de la luz de la conciencia, de esa misma chispa.
La que no conviene mirar mucho, la que trabaja mejor en la oscuridad del tabú.

El 31 de octubre de 2009, realizamos una nueva sesión de mazo viviente.
Originalmente la razón de realizarlos era la investigación, pero la ambición rápidamente me llevó a intentar usarlo en beneficio de mi propio desarrollo místico y espiritual.
Hoy día me parece, a esos efectos, una práctica excesivamente recargada de información sobrante, sobre todo en comparación con las performances cada vez más free jazz de Bert Hellinger.
Pero en el momento de querer allanar el camino de comunicación entre mi Yo Interno y el yo conciente, entre mi quinta y segunda línea, si algo de lo que estudié de I Ching está bien, esta parecía la mejor opción.

Paralelamente a estas disquisiciones, hacía varios meses ya que venía sintiendo que mi intención de mantener cierto estado físico y ciertas habilidades entraba en contradicción directa con mi disponibilidad de tiempo y energía para fines sociales, creativos y laborales.
Por un lado la coquetería, por otro la autoexigencia, seguía haciendo ejercicio pesado y sintiendo la frustración de postergar otras cosas sin conseguir afrontar la necesidad de elegir a qué abocar el monto evidentemente limitado de energía de que dispongo.

Llegó el día fijado para el mazo viviente y tropecé, o eso creí. Tati, quien siempre me acompaña y sostiene en estos proyectos me dijo con claridad después: “en el momento, lo que sentí es que era todo una maraña, pero que así debía ser, que era la maraña del momento y estaba en proceso de desenrredarse”.
El caso es que me costó incluso plantear a los compañeros el tema de trabajo: dieciseis personas que convoqué y respondieron por interés, curiosidad o simpatía ante las cuales balbucée algo así como que quería “alinearme mejor con mi Inner Self y pulirme como herramienta para tal fin”.

De cualquier modo arrancamos, con el sistema ya descripto: elijo siete representantes, y cada uno elige a ciegas una carta de tarot preparada con una cadenita para ser colgada al cuello. Me acerco uno por uno, los coloco en la posición que les toca dentro de la representación de la tirada llamada “Cruz Celta”, observo fijamente su carta unos instantes, y con eso, automáticamente y sin que se sepa todavía cómo ni porqué, cada uno empieza a experimentar emociones y sentimientos, incluso ideas muy definidas, que parecieron siempre estar en sintonía con las atribuciones tradicionales de los Arcanos Mayores del tarot, del mazo Rider.
Hasta esta vez, que no entendí nada.

En la teoría que vengo armándome, el Inner Self está representado en este mazo por la carta de El Mago. Así que me sorprendió mucho cuando salió como primer carta El Diablo.
Me sorprendió menos que fuera Mariela. Esa chica tiene un componente de bastos enorme, y de hecho, creo que nunca la ví representar otra carta. Y estuvo en todas las prácticas que hicimos de mazo viviente.

Ahorrando detalles, las cartas significativas para esa lectura fueron el Diablo en lugar central, el Mago (afortunadamente) motorizando la consulta en la posición de Lo que está Detrás, y La Emperatriz, extrañamente, oficiando de obstáculo o membrana, entre el Diablo y el mejor curso de acción posible, representado por El Colgado. Como la chica que sostuvo el Colgado no tuvo mayor canalización aparente, no comentaremos más al respecto.

El total de la situación no tenía sentido para mí, y la interacción entre las cartas, menos.

El Diablo se sentía particularmente triste, y se lo veía desvaído. Mariela estaba permanentemente aplacada y con cara de resignación ya desesperanzada. El Mago parecía afable pero demasiado volátil para lo que yo esperaba de él. Volátil en el sentido de que no parecía tener ninguna clase de dirección o necesidad propia, sino una especie de buena voluntad general hacia todos, que tampoco devenía en ninguna toma de postura firme, ante nada.

Y la Emperatriz, representada por Max, opinaba sobre todo.
La asocié primero con mi madre o figura materna. Después con la sensualidad en general, inflamando la naturaleza del Diablo y distrayendo al total del sistema de la instropección del Colgado. Pero tampoco es que me vaya tan bien en la vida como para poder decir que eso verdaderamente ocurre.

No conseguimos mayores avances en todo el trabajo: el Mago avalaba al Diablo, pero eso no parecía cambiar mucho las cosas, y la Emperatriz me sacaba de quicio diciendo abiertamente al Mago “no mientas”. No conseguía distinguir si este “no mientas” venía de la impulsividad de Max opinando sobre tarot, o de mi madre desvalorizando mi guía interna.
Lo otro que decía Max era “decí lo que tenés para decir”, al Diablo.
No llegamos a nada que me pareciera valioso. Califiqué abiertamente ese trabajo de “fracaso”.

Pasaron los días siguientes inmediatos, con un marcado bajón anímico que considero producto del exceso de ejercicio espiritual de esos días. Las sesiones de mazo viviente consumen mucho, y lo de trabajar sobre uno y después atender a otros no parece una práctica prudente.




Dos semanas después, aproximadamente, tendría en mi encuentro semanal con Alicia la experiencia denominada “Pink Floyd Mama”.
En ella se evidenció una imagen interna de mi madre literalmente monstruosa, pese a lo cual yo me encontraba deseoso de apego.
La devolución de Alicia al respecto fue “es lógico: querés tener una mamá que atesorar. Pasa que con la que tuviste, no podés. Ya vas a tener una mamá que atesorar, pero no ésta”.
Ya acostumbrado a no entenderla, me fuí sin intentar pensar en nada.

Esa semana decidí dejar un poco el deporte, porque estaba demasiado lleno de dolores y me estaba empezando a poner rígido. La solución era dedicarle más tiempo agregando ejercicios de estiramiento y relajación, o suspender todo y permitir que la relajación llegara sola.
Prometiéndome retomar en breve, suspendí por unos días.






















A la semana siguiente, la visualización fue bastante distinta.
Apenas empezar ví una carta de tarot, pero fué demasiado fugaz para retenerla.
Las primeras imágenes fueron de mucha luz, luego apareció una viejita, muy viejita, muy blanca, tapada por velos blancos. Parecía una ancianita que probándose un vestido de novia, se hubiera olvidado y salido a la calle. No se la veía, pero yo sabía que debajo del velo era distinta e igual a mi madre histórica, real. Yo también aparecía lleno de luz, y el centro de la escena estaba ocupado por una especie de estrella blanca, de la que irradiaba una catarata intensísima de luz blanca plateada.
Tan intensos eran todos los blancos, que las figuras se veían con claridad solamente porque yo sabía que estaban ahí y qué eran.

La distancia física de las figuras, la blancura de la luz y de todas las figuras, la sensación general del conjunto, daban una sensación de pureza previa a la calidez: en una secuencia intuitiva, sobre esto se podría basar la calidez aunque ahora no estuviera presente, o estuviera presente pero subsumida a sensaciones más intensas.
Pero tal vez esto sea algo que digo al momento de escribir, ya cuatro días después de la visualización.

Toda la escena parecía la foto de un matrimonio en el altar, pero la sensación era la de un encuentro o reencuentro. Pero uno tan profundo que la idea de matrimonio, por más que esa figura fuera mi madre, no sonaba fuera de lugar.



En algún momento, antes o después de lo que viene ahora, ví un muro negro, o la oscuridad misma, de frente. Y como si una puerta vaivén la hendiera, se abrió de par en par la oscuridad, dejándome ver que detrás suyo estaba La Sacerdotisa.
Tuve durante un largo segundo el diálogo silencioso que se tiene con las figuras de las visualizaciones. Fué una charla similar a la que tuviera con mi sombra, pero sin el pacto de respeto mutuo: supongo que con La Sacerdotisa no es necesario pactar. Tras lo cual se volvió a cerrar la oscuridad, pero esta vez con el conocimiento de que, detrás, estaba siempre ella. Quedó en mi una sensación de confianza desprovista de alarde.

Lo siguiente fue un poco más preocupante, porque aparecí en lo que habitualmente es el jardín de mi casa en este espacio de visualizaciones, transformado en el león que Candela nos diera en el seis de bastos, una especie de versión amable de La Bestia del cuento, y a mi lado, me quiero matar, la Bella, encarnada por una figura con la misma cara exacta de un amor fracasado que tuve. Que no tuve.
Paseábamos por el jardín, yo la presentaba a todos los personajes que habitan el jardín de mi casa. En algún momento simultáneo pero previo, privado e íntimo nos abrazábamos y besábamos con una ternura que nunca alcanzamos en la realidad.

Preocupado, pregunté más tarde a Alicia qué significa la aparición de una persona concreta en una visualización, porque en tres años, las caras concretas que aparecieron fueron cinco: mis padres y hermano, mi tía, y ella. Dos veces, ella.
Alicia respondió que una opción es que simbolice el tipo de mujer que me interesa en este momento. Que eso puede cambiar cuando termine de corregir mi imagen femenina interna.
Yo, en su lugar, tampoco le diría a nadie “es que es ella, boludo!!”, porque uno nunca sabe.
Pero por no perder la costumbre, ni traicionar el juramento que alguna vez me hice de asumir ciertas premisas y vivir en consecuencia, en algún momento deberé acercarme a ese costado de la realidad.
Por ahora no tengo apuro.

Lo último que viera ese día fue un ejército de cruces negras que se iba a través de un portal en el espacio. El portal era sostenido por un pegaso. Pero la sensación interna era y sigue siendo la que aprendí a reconocer como propia de una visualización sobrante, sin validez simbólica ni eficacia y propia de mi tendencia a seguir más allá de donde el combustible psíquico sostiene un trabajo verdadero. Las que llamo “degradadas” por ser igualmente intensas en lo visual, a veces más impactantes incluso que una visualización “posta”, pero con un dejo de sabor a plástico.

Tres días después, tres noches mejor dicho, desperté antes del amanecer con la extraña sensación de que estaba a punto de perder algo si no hacía algunas abdominales. No había angustia ni presión: era simplemente la constatación, la certeza de un hecho cercano, probable: si no hacía algunas abdominales a más tardar ese mismo día, perdería algo.
Me tomé un rato de preguntar, desde el sentir, qué sería ese algo que se perdiera,y me llegó la imagen de la rigidez muscular propia del ejercicio.
Ya hacía algunos días que las mayores contracturas se habían ido, y ahora estaban apareciendo el cansancio y las sensaciones sencillas, cotidianas, que durante varios meses estuvieran anestesiadas por el dolor y la exigencia.
Y simultáneamente, al imaginar la dureza yéndose, noté la sensibilidad de la blandura.
Recordé lo que siempre supe: tener un abdomen blando implica sentirlo.
Sentir las tripas.

Ya conté en otro lado el desarrollo paulatino, durante dos años, de sensaciones en el área de mi pecho y plexo, y las asociaciones entre eso y todo lo emotivo y sensible, lo que llamo “la función de copas”. Rápidamente, desde el inicio de terapia hasta hace un tiempo, mi pecho pasó de ser un espacio relativamente rígido y poco sensible a ser espacio de muchas sensaciones vinculadas a lo cotidiano: integré las sensaciones del área del corazón a mi vida diaria.
Sabiendo que el objetivo final del sistema de Alicia es la reconexión de cada persona con su naturaleza individual más básica y pura, me pareció totalmente coherente que el siguiente paso fuera hacia abajo: los bastos habitan el abdomen y la pelvis, ir bajando de mente a sentimiento, de sentimiento a instinto..
El instinto, lo que define el deseo primal de cada persona, vive en el fondo del vientre.
Donde está el Diablo.
Mi pobre Diablo, tan ignorado. Tal vez con algo para decir, sepultado bajo una mala relación con mi madre y con mi cuerpo, bajo la ignorancia de la represión y la disciplina.

Entendí, creí, pensé, está por verse qué hice, que una madre bien aspectada significa más dulzura que exigencia, que es una forma dulce de sentir el cuerpo: no más dolor. No más cansancio sino el reposo, la regeneración del pecho y muslos maternos.
Y obviamente, al sentir con amabilidad, con amor, mi cuerpo, lo que sea que está en el fondo de mi vientre tendrá permiso para salir.









Ilustración: Luciano Vecchio.

jueves, 11 de marzo de 2010

El hombre, la puerta, el cuchillo


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(ojo, son 15 páginas)


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Despertarse después de perder es feo.
La falta de tiempo de descanso no es tan importante: es la voluntad de los músculos lo que no está más.
Una especie de falta de fe celular.


He comentado algunas cosas de la relación con mi padre, del constante cambio de roles de hijo a responsable, de su autoabandono increíble en profundidad y detalle, de su rebeldía ante cualquier decisión adecuada, de su concepto desesperantemente absurdo sobre el uso del pensamiento lateral.
Alicia, mi terapeuta psicológica, también lo atiende.
Al principio papá, por amenaza mía de terminar absolutamente la relación, y aprovechando la cercanía, comenzó a ir una vez por semana.
Al tiempo, a pesar de tener unos quinientos pesos por mes que le envía un amigo desde Chile y de tener un inquilino en un cuartito de su casa que le acercaba unos trescientos o cuatrocientos mas, manifestó que no podía pagar, por lo que Alicia dejó de cobrarle.
Poco después aseguró no poder cubrir las tres cuadras caminando, así que Alicia comenzó a ir a domicilio.
A los meses, cambió la comida por el tabaco, así que no tenía regularmente la energía necesaria para realizar una visualización, por lo que Alicia iba a su casa, gratis, a hacerle rei ki. O compañía.
Mi padre, como no quería subir y bajar el piso por escalera de su casa, daba indiscriminadamente llaves, del edificio y de la casa, a cualquiera que pudiera llegar a tener algo que hacer allí.

En cierto momento me quedé sin casa, durmiendo en el piso del estudio de un amigo
Mi padre accedió a serme garante para alquilar, pero el mismo día de firmar, se retractó, aduciendo que “dar una garantía es una responsabilidad muy grande”.
Desde ese día dejé de verlo.
Un día tiempo después me llamó el inquilino, para avisarme de que mi padre estaba internado. Parecía creer que eso ocurría por algo distinto que la conducta regular de mi padre, así que le aconsejé que no se preocupara demasiado porque esto le iba a pasar seguido.
También le dije que no me importaba dejar a mi padre morir solo.

MARTES

El martes pasado, antes de iniciar mi sesión, Alicia me dice: “considero que es tiempo de que te lo diga: hace tres semanas que no puedo entrar a lo de tu padre. La cerradura de su puerta está cambiada, y no contesta el teléfono”.
Totalmente tranquilo de que mi padre corre regularmente riesgo de muerte por autoabandono cuando se queda solo, pero de que siempre llega alguien a internarlo, con lo que se recupera plenamente - y quiero decir: plenamente - en pocos días de comer y tomar su medicación, dije que iría más tarde a chequear.
Al salir, saludé a mi amigo Pablo, que recién comienza terapia ahí mismo, y quedamos en que volvería a buscarlo al final de la sesión, para ver cómo le iba.
Llegué al edificio de mi padre, y toqué el timbre de la vecina María, una señora medio cachusa y renga pero de excelente disposición, que me comentó que si, que no veía a mi padre desde que lo internaron, tres semanas atrás.
Que había visto al inquilino sacando “cosas que mi padre le había encargado vender, para tener un poco de plata”. A veces no había preguntado nada, porque, por ejemplo, el televisor, podía habérselo llevado a mi padre al hospital.
Con mi padre, todo es posible, así que pregunté directamente por el cambio de cerradura. María no sabía nada.

Volví a buscar a Pablo, nos sentamos a tomar un café, y llamé al inquilino.
En una internación previa de mi padre, intermedia entre la ya dicha y anteriores, al pasar yo a chequear la casa, nos habíamos conocido: un taxista de unos cuarenta y cinco años, pelo negro peinado hacia atrás, estrábico. Cierto carisma, moralidad dudosa. Mi padre me había comentado que no era muy puntual con el pago, y que una vez le había pagado una parte y al rato se la había pedido prestada para dársela al hijo (a lo que mi padre accedió, y después quiso pedirme ese dinero a mí mientras esperaba que el inquilino se lo devolviera).
En la ocasión de conocernos, intercambiamos teléfonos por lo que pudiera ser necesario.

Esa noche usé ese teléfono desde el café.
“¿Mario?”
“¿Quién es?”
“Rogelio hijo... te llamo para ponerme un poco al tanto, porque me contaron unas cosas un poco raras...”
“¿Vos sabés dónde está tu padre?”
“Si, pero te llamaba por otra cosa, me dijeron que cambiaste la cerradura”
“¿Vos sabés dónde está tu padre?”
“Si: internado. ¿Porqué cambiaste la cerradura?”
“Porque en esta casa entra medio mundo mientras vos dejás que tu viejo se muera un hospital y no le alcanzás ni un vaso de agua!”
“Tá. ¿Entendés que no puede ser que seas vos el único que tenga acceso a la casa de mi padre?”
“Vos no podés decir nada porque no hacés nada por tu viejo y lo dejás morir en un hospital sin alcanzarle ni un vaso de agua”
Me levanté y salí del bar.
“Lo que hice y no hice por mi padre no lo sabés vos, asi que por favor – aunque mi tono de voz era bastante alto – no me juzgues, y no mezcles más los temas”.
“Porque a tu viejo lo llevo yo al hospital y vos ni aparecés!!”
“Tá. Yo te agradezco mucho todo lo que hacés por mi viejo, pero ¿cuándo nos podemos encontrar para que me des una copia de las llaves?”
“Acá no entra nadie!! Acá vivo yo y no entra más nadie!!”
“No es así. Ahí también vive mi viejo y vos no podés ser el único con acceso al departamento”.
“Tu viejo no vive acá porque se está muriendo en un hospital!!”

A la tercera vez que pasamos por el mismo lugar, opté por acortar algunas cosas: “ Estás diciendo mucho eso de que mi viejo se está muriendo en un hospital ¿Vos pensás que eso, si es que está pasando, te da derecho a quedarte con el departamento?”
“No, no... el dueño sos vos, eso no lo discute nadie”
“El dueño es mi padre mientras esté vivo. Pero mientras no se pueda mover, e incluso cuando pueda, no podés cambiar la cerradura sin avisarle a nadie. Por favor, no mezcles mas los temas: mi relación con mi padre no es asunto tuyo. Atengámonos a lo que sí tenemos que hablar”.
“El que vive acá soy yo y acá no entra nadie!”
“No es así: vos alquilás una piecita. Eso no te da derecho a tener las llaves de todo el departamento”.
“Yo tengo un contrato por todo el departamento”.

Acá hubo nuevos desacuerdos y desbordes, tuve que recordarle que la relación entre mi padre y yo no es asunto suyo.
“Bueno, esto no es para charlar por teléfono, mejor lo hablamos en persona”.
Terminamos quedando en vernos al día siguiente, llegó a cerrar con algo así como “no te discuto que el dueño sos vos – mi viejo, le corregí de vuelta – pero acá no entra nadie”.

Caminamos un poco para bajar la mala leche, y el pensamiento general que me dominaba era algo así como “este pobre gil se cree que por vivir seis meses con mi viejo se fué la guerra y se ganó una medalla”.
Para el día siguiente, esto había cuajado en bastante buena voluntad hacia él.
“A fin de cuentas, pensaba, el pobre boludo entró buscando un cuarto barato y quedó en la peor situación posible para que todo el mundo lo acuse de cualquier cosa”.
“Y es cierto, que fué él y no cualquiera de todos los otros posibles, incluído yo, el que lo terminó llevando estas últimas veces al hospital”.

Tiré el I Ching y salió El Viento, La Suavidad, “con buenas maneras se consigue lo que se quiere, incluso con personas irritables”.
Me pareció impecable, y muy en sintonía con mi pensamiento.


MIERCOLES

Al día siguiente, media hora antes de la fijada para el encuentro, Mario me llama para decirme vagamente que no iba a poder verme.
Insistí un poco en indagar, y dijo claramente “no tengo ganas, así que la que te queda es la vía judicial”.
Yo, todavía intentando mantener la buena voluntad – ahora me pregunto si por bondad o cobardía – traté de temperar, pero empezó a trepar solo hasta terminar gritando que “si quería se atrincheraba en el departamento y al que le fuera a romper las pelotas, lo sacaba a las patadas o los tiros”, y colgando.
Yo, algo nervioso pero menos que la noche anterior, volví a llamar, pacientemente, dos veces. La tercera me atiende, llamativamente calmado, y le digo: “Mario, no tengo interés en pelear: soy totalmente conciente de que no es mi padrino, ni mi tío, ni yo mismo los que estamos acompañando a mi padre en su muerte, sino vos, y eso para mi es valioso: no dejo de considerarlo”, etc, etc.
Quedamos en encontrarnos, de vuelta. Le recordé que llevara el contrato y él sugirió un lugar, cercano a la casa. Esperar entrar me parecía demasiado, así que no lo planteé.
Me conformaba con iniciar un contacto amable que sirviera de base para posteriores encuentros. Fué prácticamente la última vez que me comporté de manera estratégica, antes de perder el hilo.
Nos encontramos en un bar parrilla economiquísimo cerca de Scalabrini Ortiz y Corrientes. Llegó unos cinco minutos tarde y encaró al mozo con un fondo de familiaridad mientras le gritaba, serio, “Quién atiende esta mierda!!?”
“Yo” dijo el muchacho, mirándolo de frente, sin casi reaccionar.
“Ah, bueno, entonces traeme un café con leche”.
Interesante, pensé.
Atropellador, ambiguo, doble.

Le agradecí haber venido y planteé claramente: “Entiendo que vos pienses que soy Satanás, pero no me importa: no vine a charlar mis asuntos personales y familiares con vos. La relación con mi viejo está fuera de tema”.
Tras eso, charlamos con cierta fluidez.
Me dijo que había gente en el hospital que quería acercarse a mi viejo para ver si le podía quitar el departamento, que me convendría hacerme un poder general o algo asi.
Dijo que mi padre lo mandó una vez a cobrar la plata que le mandaban de Chile.
Fué honesto conmigo: “no pensaba darle ese dinero: en el hospital no lo puede usar, y además, hace cualquiera con la plata”. Estuve de acuerdo.
También dijo que al mismo día siguiente los quinientos pesos enteros fueron sustraídos de su casa.
“Por eso cambié la cerradura: medio mundo tenía la llave de esa casa, tu viejo se la daba a cualquiera”.
También estuve de acuerdo. Pero no dejó de incomodarme que fuera el único que hubiera visto quinientos pesos antes de que se perdieran. Tampoco me gustó que tratara de hacer recaer sospechas sobre la asistenta geriátrica que la municipalidad mandaba a casa de mi padre.

Llegó el tema del contrato, y mientras esperaba que lo mostrara, me explicó de que se trataba: un contrato por dos años de alquiler, por el departamento entero, ya pago por adelantado. Otros diez mil pesos que sólo había visto él.
También dijo que estaba pagando cosas que no le correspondían, como las expensas y los servicios, porque no sabía qué había hecho mi viejo con la plata.
Cundo me preguntó por tercera vez qué quería yo, lo pensé un momento y le dije, honestamente: “Quiero estar tranquilo: que vos seas el inquilino del departamento me sirve para que se mantenga. Lo demás lo iré viendo”.
Le dije que querría ver el contrato y los recibos, y quedamos en que arreglaríamos un segundo día para vernos.
Nos despedimos, invité el café, le agradecí nuevamente haber accedido al diálogo.
Y, tras dudarlo un poco, me fuí al Durand, a ver a mi viejo.

Se emocionó mucho de verme, yo me entristecí bastante. Su estado mental era claramente calamitoso.
Charlamos un poco y salí a preguntarle a algún médico sobre la situación.
La primera que encontré tenía un acento extraño, o extranjero, y al presentarme como el hijo del paciente de la cuatrocientos uno, dijo “Ah! Que bueno!, por favor, dame tu teléfono”.
“Es la primera vez que me piden el teléfono” dije, contento.
“Es que se habla en todo el piso de que tu papá ya no puede estar solo”
Me puso contento. Yo ya sabía esto desde años atrás, pero en una consulta con una abogada y una médica psiquiatra me convencieron de que no se podía demostrar con suficiente seguridad como para relevar a mi padre de sus derechos civiles, así que terminé haciendo lo único que me quedó para salvar la vida, sabiendo “que si me voy se cae y si me quedo se tira”.
Y lo dejé, librado a su suerte.
Este comentario de la médica parecía ser la primer señal de que algo estaba cambiando en el total de cosas.
Me aconsejó que pasara al día siguiente, a la mañana, por Asistencia Social, donde tal vez pudiera ayudarme a buscarle geriátrico, o por lo menos a saber qué hacer.

Sabiendo cabalmente que iba a tardar un rato largo en terminar de entender hasta dónde estaba conmovido por el reencuentro, me dispuse a cumplir con el último compromiso de la tarde, y fui a lo de Paula, una masajista que me presentara Alicia, de quien me considero descendiente en la línea de masaje que hacemos, y con quien desarrollamos casi inmediatamente una amistad que continuó después de que me diera el alta de su tratamiento.
En el medio, pasé por casa, tiré el I Ching de vuelta sobre la situación con mi padre. Siete, el Ejército: “es propicio designar ayudantes y hacer marchar ejércitos”.
Me imaginé a Mario como mi “General Enfermero de mi padre”, me reí y salí hacia lo de Paula.
También hice una lectura de cartas: el mejor camino posible era la idealización. Lo asumí como minimizar los detalles que me hacían ruido del dinero desaparecido y el contrato fantasma, en pro de la posibilidad de negociar, y de una posible buena voluntad verdadera de parte de Mario.











En la bici, empecé a cambiar mi parecer.
“¿Porqué no me mostró ni contrato ni recibos?”
Traté de no intranquilizarme, y todavía no entiendo porqué.

Al llegar a lo de Paula, le comenté los acontecimientos de ese mismo día y el anterior, y ella comenzó a mostrarse muy intranquila. Tiendo a desconfiar de sus instintos en todo lo que no sea masaje, pero ahora yo mismo estaba en la pendiente: el péndulo mental estaba volviendo desde una forzada confianza hacia la otra punta, y ya había pasado el punto medio.

Paula insistió en que lo mejor sería moverme rápido, incluso “no enfriarme” de la conmoción de haber visto a mi padre, que “podría ayudarme”.
Lo contrario de este consejo al sentido común no se me escapó, pero ya me picaban demasiadas cosas: había visto que mi padre no tenía su televisor, en el hospital.














Revisé mi agenda telefónica: aún figura Fernanda, a quien no veía desde hacía cosa de un año y, con la poca atención que le presto a la gente, no recordaba abogada de qué era exactamente.
Entre llamarla y rebotar en el contestador del celular, hice otros dos llamados: amigos aficionados a las artes marciales que tal vez se brindaran. Julio uno de ellos, Pablo el otro, que estuviera presente la noche anterior durante mi primer charla telefónica con Mario.
Les expliqué la situación, estuvieron de acuerdo en que todo era muy sospechoso, no dudaron de que mi padre estaba siendo robado.
“Estoy tratando de hablar con una abogada” les dije a cada uno en su momento.
“Vamos a ver qué me dice, pero estoy pensando que tal vez necesite hacer una entrada forzosa a la casa de mi padre, y no quisiera hacerla solo”.
“Además, voy a necesitar gente que ocupe la casa para que yo pueda ir al hospital, o moverme en general. La idea no es exponer a nadie a nada, pero necesito alguien que pueda llamar a la policía si el tipo trata de entrar cuando yo no estoy”.
Ambos aceptaron ayudarme, volví a intentar con Fer.
Me atendió en el teléfono de la casa, le expliqué todo suscintamente, coincidimos en lo mismo que habíamos hablado con Paula: si no me había mostrado el contrato, probablemente fuera porque no lo tenía.
Una denuncia polical por usurpación podía llevar entre semanas y meses.
“¿Podés saber cuándo el tipo no está en la casa?”, preguntó.
“Si: sale todas las noches y vuelve tipo seis de la mañana”
“Entonces te aconsejo que intentes la rápida”, dijo Fer, “y entres cuando el tipo no está, lo llames para decirle que no vuelva, y después negociás la entrega de sus cosas”.
“¿Y si resulta que si tiene contrato?” atiné a preguntarle, entre una llamada y otra. Las preguntas se me ocurrían siempre después de colgar, lo que tomé como señal clara de estar entrando en terreno de nerviosismo y alteración mental.
“Si tiene contrato, que lo haga valer desde afuera” respondió.
“Y si te pone una denuncia por violación de domicilio... bueno, si hace eso, yo te defiendo”.
Me preocupó el total de frase y tono, pero pensé en la cercanía del alta de mi padre, y en que por primera vez quizá tuviera apoyo médico para mandarlo a un geriátrico. Y que no tenía con qué pagarlo. Y que tal vez en quince días de ocupar el departamento pudiera vaciarlo lo suficiente para alquilarlo, y que si lo ponía barato, en otros quince días podría tener con suerte una entrada que fuera al menos cercana al costo presunto de un geriátrico. Qué hacer durante ese mes, ni idea, pero un mes, incluso el peor, termina pasando.
Volví a llamar a Julio.
“Se armó la de convóis” fué lo último que esperé nunca escucharme decir, y lo primero que me salió.

Julio saldría de trabajar a las seis de la mañana, cosa que me convenía porque a esa misma hora volvería Mario, y Pablo y yo ya estaríamos mas bien agotados, porque probablemente no lográramos dormir.
Convinimos una manera segura de que se acercara a la casa para minimizar el riesgo de encuentro con Mario, y quedamos en que le hacía el relevo a Pablo, y probablemente yo usara ese momento para salir a hacer... ni sabía qué. Lo que fuera que debiera hacer a las seis de la mañana del siguiente día.
Me senté unos minutos a comer la cena que Paula había preparado, y a las once menos cuarto de la noche salí corriendo a casa, a buscar mi DNI, la tarjeta para poder retirar algo de dinero por si acaso, y las llaves que no recordaba haber guardado de la puerta del edificio de la casa de mi padre.


JUEVES

Llegué, me tomé deliberadamente un minuto para ir al baño, pensando que no sabía cuándo podría volver a hacerlo y queriendo evitar los efectos más ridículos del stress, y al salir, me pregunté de vuelta “¿Qué hago si sí hay un contrato?”.
Ví el encendedor sobre la mesa y lo tomé.

Al salir toqué la puerta de Neri, mi vecino encargado de edificio, pensando que quizás por su trabajo conociera cerrajeros que hicieran urgencias nocturnas. No.
Mensajeé a Pablo que al llegar al lugar convenido buscara cerrajero. Que no lo llevara inmediatamente, que esperara que yo le diera el aviso de que la casa estaba vacía.
Porque otra de las cosas que llegué a consultar con Fer fué “'¿qué pasa si hay gente?”.
“Si hay gente, dejalo para mañana. Mejor hacer estas cosas de día. Y vos no lo conocés al tipo, ni supiste nunca que tu padre metió un inquilino en la casa”.
“¿A pesar de que estuve hablando con él esta tarde?”.
“Absolutamente si. Vos tenés que decir que nunca lo viste, que no sabías que había nadie viviendo adentro, que te enteraste de que tu padre está internado, le querías llevar cosas, te encontraste con la cerradura cambiada y no pensaste”.
“Ok”.
No había guardado copia de la llave, así que llegando a la casa, llamé de vuelta a María para preguntarle si tendría problema en prestarme una copia de la llave de abajo, para poder entrar con el cerrajero.
Le expliqué la situación y le aclaré “así que de acá en más, yo nunca conocí a este tipo Mario. Por favor, si te preguntan, no digas otra cosa”.
Viajando en la bici, pensaba en el I Ching, y me decía que esto se parecía más a “designar ayudantes y mover ejércitos”. Me reproché el forzar mi pensamiento hacia la armonía, asumí que había sido para evitar el conflicto, me critiqué la cobardía.
Por momentos, recordaba lo honestamente que le había manifestado mi buena voluntad a Mario, y en cuánto cambiara mi pensamiento, en lo claro que se me hacía de repente que no me hubiera mostrado contrato ni recibos.
Y pensaba “lo estoy re traicionando”.
Y después “Y está buenísimo!!”.
















Me llega mensaje de Pablo “ESTOY TRANSPIRANDO ME TIEMBLAN LAS PIERNAS ME DUELE EL ESTOMAGO NO PUEDO HACERLO”
“POR FAVOR RECAPACITA NO QUIERO QUE TE METAN UN TIRO”.
Respondo. “No te preocupes, no hace falta que entres, por favor buscame el cerrajero”.
Eran las once de la noche pasadas.

Llego, llamo a María una vez más, le pregunto si notó que el inquilino se fuera. Me dice “no hay luz, acá, y a esta hora ya no está nunca”.
“Perfecto. Voy a llamar unas cuantas veces. Si no me contesta nadie, te toco a vos para que me pases la llave y llamo un cerrajero. ¿Conocés alguno que atienda de noche?”.
No, no conocía.
Nadie contestó el timbre.
Me pasó unas llaves, le pedí que me dejara el juego completo para poder mostrarle al cerrajero que tenía llaves de arriba, pero que no servían.
Dejé la bicicleta en el pasillo y salí a buscar cerrajero.
Mensaje de Pablo “No encuentro ningun cerrajero abierto. Estoy cansado de dar vueltas. Me voy a dormir”.
Lo llamo: “Loco, TRAEME UN CERRAJERO”. Cuelgo.
Pregunto al policía de la esquina por una cerrajería, le expongo la mentira preparada al caso. Me sugiere que entre por lo de algún vecino y me descuelgue por la ventana. No me detuve a responderle que si él mismo me veía haciendo eso, debía llevarme preso.
Encuentro una cerrajería, empiezo a probar con los números de emergencias. Me atienden sólo los contestadores, consigo nuevos números, en todos lo mismo.
Tengo que reponer la carga del celular con tarjeta, no me atrevo a dejar de pasar cada tanto por la puerta del edificio, a ver si hay algún cambio.
La lavandera de al lado me reconoce, me da charla, intento no evidenciar que sé de la existencia de un inquilino.
No consigo cerrajero.

Nuevo mensaje de Pablo. Se va, no busca más cerrajero, nunca llegó.
Entré al edificio a ver si la bici seguía en el pasillo, me senté un rato, pensé tristemente “esto no es mover ejércitos”. Eran cerca de las doce y media.
Estaba por retirarme cuando llega el último mensaje de Pablo. “Encontré una cerrajería con turnos nocturnos – tal teléfono”.
“Ya fue” le escribí, totalmente desanimado. “Mañana veo que hago”.
Pero pensé en la sentencia “hace falta un hombre fuerte que conduzca el ejército”, y en Julio viniendo a las seis de la mañana, y en la casa vacía, y llamé, y me atendieron, y sólo quedaba sentarme a esperar.

Del lado de afuera del edificio, todos los taxis me parecían sospechosos.
Pasé media hora más diciéndome que no hay forma de que alguien acorte su jornada laboral en seis horas, que tenía tiempo de sobra para que el cerrajero llegara, hiciera lo suyo y yo lo mío.

Llegó, entramos, sacó un taladro eléctrico de entre las herramientas, miró alrededor y me preguntó por enchufes en el pasillo del edificio. Buscamos pero no encontramos nada más que algunas cajas de llaves generales de luz, de algunos departamentos, incluído el de mi padre abajo, al pie de la escalera.
Antes me había preguntado si yo podía despertar a algún vecino para certificar mi pertenencia al edificio. Le expliqué que prefería no hacerlo, por ser todos personas mayores.
Al preguntarle cómo hacía regularmente para conseguir enchufes para trabajar, me respondió, creí que con una sonrisita, “y, en general le pedimos a algún vecino”.
Le tocó de nuevo a María.

El sonido del taladro aumentó un poco mi dolor de estómago, y al mismo tiempo algo en mi empezó a reconocer la necesidad de relajarme.
“Ahora si, está ya todo jugado”, me dije.

Al abrir el tipo la puerta, decidí hacer algo, aunque más no fuera para moverme y sacar algo de adrenalina, y le dije “mientras vos ponés la cerradura nueva, voy al baño, permiso”.
Crucé la puerta y ví tres cosas al mismo tiempo: el espacio que ocupara el piano en que mi padre aprendió a tocar, estaba vacío.
Lo mismo pasaba con el espacio de la mesa de madera donde dió clases por años.
Y había luz en su dormitorio.

Susurré al cerrajero que saliera del departamento un minuto, explicándole que no debería haber nadie, y me acerqué a la puerta del dormitorio.
Golpeé, y no respondió nadie, así que la empujé con un dedo. Adentro había un hombre, terminando de vestirse y tomando un bolsito deportivo viejo y roto.

Trató de darme la mano y presentarse, lo ignoré y le pregunté quién era y cómo había entrado.
“Soy un amigo de Mario, él me dijo que podía dormir acá esta noche”.
“Esa es la cama de mi padre” dije.
“No quería causar problemas, ni siquiera desarmé la cama”
Miré el revoltijo de frazadas y sábanas, era cierto. Ni la había desarreglado, ni la había arreglado. Así como la encontró, se tiró encima. El pobre diablo.
Pensé en cuando llegaran, en cualquier orden, Mario o Julio, y le pedí que se fuera.
Ya estaba tan nervioso que me olvidé de que yo mismo estaba cambiando la cerradura, y, para prever que no volviera a entrar, le pregunté si tenía llaves.
“No”.
“¿Y cómo hizo para entrar?”
“Mario me abrió”.
“¿Y cómo iba a hacer para salir?”
“Es lo mismo que le pregunté yo a Mario”.
Cara de estupefacción.
“Pero me dijo que no me preocupara, que esperara a que volviera”.
Pobre diablo.
Le pedí disculpas mientras le abría la puerta de afuera y pensaba que tendría que dormir en la calle, por verlo envuelto en esto.
“A mi me hicieron un favor, no tenía dónde dormir”, me respondió.
Soy un estúpido.


Al volver, pedí disculpas al cerrajero, asegurándole que había llamado varias veces y nadie había respondido, cosa cierta además.
“¿Sabés las cosas que veo en este trabajo?”
Me cobró trescientos pesos y se fué.
En seguida me dí cuenta de que me había quedado sin la plata que esperaba usar para comprar comida para la toma.
Pero ya habría tiempo para pensar en eso.
Cerré con las dos llaves nuevas, y me dispuse a dar vuelta el departamento.

En el living había una mesa que soliera estar en la cocina, con facturas de servicios, un block de notas, una birome y anteojos apoyados encima.
Cierta mala leche me hizo revisar primero la pieza del inquilino, un espacio pequeñísimo a medias acondicionado y a medias no.
Encontré un carnet treinta años viejo de mi padre con el apellido mal escrito, un boleto de compra venta de la casa.
Seguí revolviendo, encontré un papel familiar, y se me cayó el corazón al piso.
Cuando pénsaba que mi padre me saldría de garante y estuve por alquilar departamento propio, pedí ejemplos de contratos inmobiliarios tipo.
Y este era, inequívocamente, un contrato inmobiliario, perfectamente redactado.
Y firmado por mi padre.
Por dos años de alquiler.














Sentí el encendedor en mi bolsillo, y me pregunté qué hacer.
Si el tipo tendría una copia.
Y lo peor de todo.
Si tal vez fuera un contrato legítimo.
Si hubiera negociado de buena fe.


Decidí guardar la poca documentación de mi padre que había encontrado en la mochila, y el contrato, por las dudas, cerca mío.
Previendo que quizás decidiera irme a casa y buscar al día siguiente a la abogada, que nos cruzáramos con Mario, que tuviera que luchar, era más difícil perderlo teniéndolo encima que en la mochila.
También pensé en distraer la atención con un paquete de documentos claro y visible en la mochila.
También pensé en seguir revisando el departamento a ver si encontraba algo más de mi padre.
Y ese fué uno de los últimos eslabones importantes en la larga cadena de estupideces de esa noche.

Mientras revisaba infructuosamente la habitación de mi padre, caí de repente en la cuenta de que hacía ya cerca de un minuto que escuchaba una llave intentando abrir la puerta.
Cambiaba de la cerradura de arriba a la de abajo.

Me acerqué a la puerta en el momento justo en que Mario empezó a gritar que abriera, insultando.
“Ni en pedo, y estoy llamando a la policía” dije, tomando el celular.
No recuerdo si golpeó la puerta o se apoyó fuerte, me insultó de vuelta y entendí que no se iría, así que llamé efectivamente.
“Mi nombre es Rogelio Ferreyra, estoy en tal calle, es la casa de mi padre, internado, vine a buscar ropa para llevarle, encontré las cerraduras cambiadas, entré con un cerrajero y ahora hay un hombre intentando entrar” dije, en voz lo bastante alta como para que el otro lo escuchara claramente.
No esperaba que se diera a la fuga, pero me pareció adecuado que lo supiera.

Tras un rato de amenazar desde detrás de la puerta, escucho que baja la escalera.
Y se apaga la luz en toda la casa.

Prendí la pantalla de mi celular, recordé alguna escena de “El negociador” y pensé “si está intentando ponerme nervioso, lo está logrando”, mientras alumbraba mi camino a la cocina y rebuscaba entre los cubiertos.
Lo mejor que encontré fue un tramontina de hoja delgada y serrucho finito y apretado.
No esperaba que intentara tirar la puerta, y menos que lo lograra, pero hacía poco más de veinticuatro horas, este mismo tipo había hablado de tiros.
Y si llegaba a pasar algo inesperado, no pensaba confiar sólo en mis manos.

Me puse tras la puerta, intentando oír algo de su presencia, y llamé de vuelta a la policía.
“Acabo de llamar, el individuo que está tratando de entrar acaba de cortar la luz de la casa, así que no voy a escuchar el timbre, por favor tóquenle a los vecinos”.
“El patrullero está llegando”
Llamé a María, le conté la situación, le pedí que no se arriesgara, pero que estuviera alerta. No recuerdo cómo ni porqué, hablé un momento con el ex marido, policía retirado, actualmente casi inválido, que se jactó de estar armado.
“Lo único que me faltaba” pensé, mientras lo imaginaba con bastón, pantalón a cuadros, nariz roja y corbata de moñito disparando al aire y puteando.

“Abrí, pelotudo, ya llegó la policía!!” gritó Mario desde la puerta.
“No voy a abrir por lo que digas vos”, dije.
Se acercó una segunda voz, pero recordé al homeless que sacara una hora antes, y, totalmente paranoiqueado, dije claramente que hasta que no me avisaran los vecinos que la policía estaba efectivamente fuera, no pensaba abrir.
“NO VE POR LA MIRILLA, SEÑOR, QUE SOY DE LA POLICIA?!”
Cuac.
Nunca en mi vida hasta este día tuve miedo de alguien tras la puerta. Jamás usé una mirilla y ahora, en la oscuridad, no podía verla.













La encontré al tacto y si, era la policía.
“Díganle que devuelva la luz así puedo abrir mejor” dije, algo avergonzado.

El resto es aburrido. Por miedo a que me registraran, cosa que no sabía si podían o no hacer, opté por mostrar el contrato a la policía.
Declaramos por separado, obviamente versiones absolutamente diferentes, y en el careo aterricé en un mutismo casi absoluto, en parte por el agotamiento y en parte por desinterés en intercambiar nada.
Mientras Mario repartía cigarrillos y charlaba animadamente con la policía, estuvimos todos de acuerdo en que era un contrato no del todo regular, pero en principio, válido.
Igualmente, no acepté retirarme sin que se me garantizara el acceso al departamento, y como la policía y, por supuesto, Mario, pensaban que yo debía devolver todas las llaves sin excepción, al rato llamaron al juzgado para que determinara el proceder policial.
Una vez hecho eso, me explicaron cómo es el procedimiento: se intenta conciliar por un tiempo prudencial, tras lo cual se deja todo en manos del juzgado, que podía determinar, por ejemplo, que yo había cometido violación de domicilio. Hubiera preferido que me explicaran el procedimiento antes.
Entre todas las cosas que me preguntaba, estaba si mentir que iba al baño para mandar un mensaje de texto a Julio avisándole “No vengas”, antes de que se hiciera la hora en que iba a llegar.
Afortunadamente, el juzgado resolvió que no había habido delito, ni por parte del inquilino por ahora, ni por parte del hijo del propietario, a lo que la policía me instó a entregar todas las llaves, tras lo cual el oficial dijo “bueno, nosotros nos vamos, uds hagan lo que quieran: charlen, mátense, pero si hacen ruido, los meto presos a los dos”.
Pensé en hablar algo con Mario, que se evidenciaba tranquilo y satisfecho, pero me pareció demasiado para ese mismo día, y también me dió cierto temor.
“Esperame y salgo con uds.”, dije.
Me consuelo pensando en el respingo que le vi dar de reojo a Mario cuando, queriendo tomar las facturas de la mesa para mostrar cómo se hace cargo de las cuentas de la casa, encontró un tramontina al lado de la birome, y cómo se tomó un segundo en ese momento.

Llegué a la calle en un estado de ánimo adormecido, casi anestesiado, y emprendí la vuelta a casa.
Eran las tres y media pasadas, y en cinco horas tenía que levantarme para volver al hospital.

lunes, 8 de marzo de 2010

Próximanente en Raro y Abundante

El hombre, el cuchillo, la puerta...












Drama!!











Intriga!!
Acción!!











Clown!! (si... uno no deja de ser uno, nunca...)


Primer arco argumental (involuntario) de R&A!!

sábado, 6 de marzo de 2010

Sota de Espadas - Stella Maris Santiago

Una versión con un interesante toque Henson - Burton, de parte de Stella.
Parte de la info sobre espadas y cartas reales fue recientemente subida, asi que para no hacer bollo, reproducimos aqui solo la pertinente a las sotas en general y esta en particular.






































Sotas

Las sotas representan la "entrada" al mundo humano de los principios de los palos, y esto implica características muy similares a las de la pubertad: pleno potencial pero absoluta inexperiencia, cierta fragilidad e inestabilidad, y la posibilidad de dejarse llevar por el aspecto más nocivo de cada palo.
Las sotas son figuras ya sexuadas: no representan hombres o mujeres, pero si adultos, lo que significa que la sexualidad ya es parte de su vida, aunque todavía no lo sea la definición de roles propia de una sexualidad plenamente adulta ("proveedor" en complemento de "ama de casa", "jefe de hogar" o "jefa de hogar", etc, en definitiva: la asunción del rol que a cada persona le toca en cada caso particular, como adulto, cosa que está más que mediada por su sexo y género, pero que en la adolescencia muchas veces aún no se define).
La otra característica marcada de las sotas es la absorción en la característica de su palo, el estado de hechizamiento al respecto propio de la primera toma de contacto con un potencial poder: el poder de sentir, de pensar, de actuar, o de desear, todos obligan, en su primera aparición, la inmersión en su mundo.
Ninguna sota ejerce su palo más que torpemente, pero todas están embriagadas por el contacto con el tipo de energía, maravilladas con el ocurrir de los fenómenos propios de cada palo, y entretenidas en la contemplación de las posibilidades que les abre la aparición de esto en su mundo y conciencia.




La Sota de Espadas

Dadas las cualidades fundamentales de espadas y sotas, la Sota de Espadas indica un estado específico de la actividad intelectual que se despierta ante la necesidad de resolver un problema que implica conflicto y posible desacuerdo con terceros y enfrentamiento de fuerzas.
Este estado específico es de la decisión de actuar sopesando las propias fuerzas y encontrándolas insuficientes para un choque abierto.
La persona que atraviesa una sota de espadas sospecha que su lucidez y capacidad de juicio no son suficientes, que su criterio no es lo suficientemente firme para marcarle el rumbo o para sostener un debate sin ser derrotado o arrastrado por argumentaciones contrarias.

Es una carta que se activa regularmente cuando alguien sabe que está frente a personas en las que no puede confiar, pero no puede terminar de decidir qué creer y que no, qué decir y qué no.

Esta sospecha, dada la determinación de todas las espadas a la acción y a la imposición de la propia voluntad, produce una actitud instintiva de reserva y cautela: la sota de espadas es la actitud de callar mientras uno observa y decide, piensa en secreto, no comunica e intenta definir con claridad para sus adentros sus intereses y la acción correspondiente.
Sabe que su juicio es frágil y por tanto lo preserva de la opinión ajena, que es justamente lo que más peligro le representa: la posibilidad de encontrar otras energías de la misma característica (aire) pero más desarrolladas y poderosas.
Que otras personas puedan argumentar mejor no significa que tengan la "razón" que esta persona necesita para cumplir sus deseos, y por lo tanto conviene no presentar un perfil frontal que de espacio al debate abierto.
El intento de la sota de espadas, su tránsito hasta llegar a ser caballero, es el de tratar de encontrar la mejor formulación y argumentación posible de sus intereses, de manera independiente de otros argumentos posibles a favor de otros intereses o en contra de los propios.

Sólo una vez llegada a Rey de Espadas, podrá la persona incluir argumentaciones que incluyan la conciliación abarcativa de intereses ajenos.
Esta es una carta individualista, y por una muy buena razón: carece de poder para defender su individualidad o posición en caso de ser presionada, y su voluntad de imposición no es suficiente para ejecutarla por la fuerza pura.
Lo sabe, e intenta remediar la situación, mientras mantiene un perfil bajo y esquivo.

Los elementos simbólicos tradicionales de la carta son la espada, la figura juvenil, los pájaros desordenados en el aire (indicando la desorganización de su pensamiento), las nubes grises indicando problemas, el paisaje fuera de escala indicando la preeminencia de la propia persona en el momento, antes que la del entorno.
El rojo de sus pies indica el terreno fundamentalmente material sobre el que busca moverse (el rojo es el color de lo material, en este mazo), el amarillo de sus piernas la serenidad mental a la que intenta tender (el amarillo representa la serenidad mental, pero las piernas no son un “lugar fundamental del cuerpo”) y el violeta de su camisa la transmutación permanente de sus pensamientos (el violeta es el color de la mutación, transmutación y cambio, que es el estado apropiado para una fuerza de aire que tantea en busca de definición).

Pueden ser, entonces, palabras clave para la interpretación de esta carta: conflicto - juventud -elemento aire - secreto - debilidad - decisión de lucha -