ES IMPORTANTE SABER

viernes, 30 de julio de 2010

Psicomaniobras - addenda

Con su magia acostumbrada, Meuge realizó el altar correspondiente a esta narración.















Agradecemos la aparición y amplia cooperación de: Venus Afrodita.

martes, 27 de julio de 2010

Diez de Espadas - Javier Guelfi





























Más de Javo, acá.


Características Generales de los Arcanos Menores, Ciclo de los Números

Los números de las cartas, en el tarot, indican un paso específico dentro de un ciclo, que empieza en el uno y culmina en el nueve. Los dieces indican el comienzo del nuevo ciclo, a la sombra del viejo.
Cada palo representa un principio, una manera de moverse de la energía psíquica. Cada número indica un estado, una fase de este tipo de movimiento.
Terminado el ciclo de los números, del uno al nueve con la coda del diez, aparecen las figuras humanas, que se usan para representar dos cosas: personas concretas, y estados menos abstractos y al mismo tiempo más integrales de cada principio.
Cada número tiene, además de un lugar en el ciclo respecto de los otros, propiedades y características propias, algunas generales: todos los pares tienden a la estabilidad o la inercia, los impares al desequilibrio o movimiento. Los números más cercanos a cero tienen un mayor grado de pureza en el principio que representan, pero menor grado de desenvolvimiento e integración en el mundo.

Cabe agregar que, generalmente y con las excepciones indicadas, el tránsito de un número a otro se da por simple acumulación: si el transcurso de tiempo encuentra a la persona invariablemente en el mismo curso de acción y de intereses, la dinámica sola de cada palo va asegurando la transición paulatina del uno al diez.
Para bien y para mal.

Finalmente: si bien queda librado a la sensibilidad de cada lector el decidir si una carta en tal o cual situación indica una perspectiva subjetiva del consultante o un hecho objetivo, es necesario indicar que, dado que la percepción subjetiva es en sí misma un hecho objetivo, conviene siempre considerar que lo que sale es verdad para el consultante, independientemente de lo que uno pueda pensar acerca de la situación. Por poner un ejemplo: una persona puede verdaderamente estar muy cansada o agobiada con una situación que para el lector de cartas no parezca grave. Es probable incluso que la situación no sea objetivamente grave. Eso no quita que el consultante la viva de manera agobiante, incluso hasta el punto de peligrar su salud.
Cuando se hace una lectura de cartas, se entra parcialmente en la vida de personas muy diferentes entre si y de uno mismo, por lo que hay que flexibilizar los propios parámetros.

Números Diez

En su intento de señalar el total de experiencias vitales posibles, el mazo está obligado a asumir una perspectiva específica respecto de la vida humana, que es la del ciclo: los dieces son como una coda que indica que el fin de un movimiento no es el fin de todo, dado que todo termina y recomienza.
Cada vez que algo termina o muere, algo de su misma naturaleza nace y empieza a crecer.
Esta continuidad de la naturaleza de las cosas no las predestina, pero las influye: lo nuevo que surge no tiene porqué ser igual a lo que termina, pero va a estar fuertemente influenciado y tal vez hasta determinado por el signo del ciclo anterior.
Por eso se define a los dieces como "el nuevo ciclo, a la sombra del viejo".

Nuevamente, esta sombra puede ser refrescante o tenebrosa, dependiendo mayormente del palo y del contexto..

Palo de las Espadas
 Las Espadas todas significan el conflicto, la acción operativa y, de las funciones intelectuales, la analítica: representan el pensamiento que se pone en marcha para resolver problemas mediante el recurso de aislar segmentos de la realidad para usarlos de “ladrillos” y construir una respuesta.
 Su elemento representativo es el aire y el viento, por eso regularmente se ilustra las cartas con espadas con cielos abiertos y nubes más o menos oscuras, y referencias a la tempestad y el movimiento.
Generalmente no son cartas que contengan referencias a las emociones. Cuando lo hacen, el espectro de emociones reflejadas son la soberbia, la victoria o derrota, la angustia y el agobio, con sus diferentes matices y causas.

Las Espadas representan el pensamiento racional y analítico, no el creativo que acepta, aglutina y asocia cosas sino el destructivo que divide a las cosas en sus partes componentes, el que define los límites entre una y otra cosa, el que discrimina, legisla y juzga.
Representan también la palabra, en su aspecto más impositivo: la palabra que define, que afirma sin preguntar, la sentencia del juicio.

Es el tipo de pensamientos que se despierta regularmente cuando hay problemas que resolver, por esto representan también el conflicto.
La manera en que se mueve la energía psíquica en este tipo de situaciones es ágil y poderosa, pero con tendencia a volverse vertiginosa y caótica. Por su misma velocidad, y por el hecho de ser un tipo de energía asociada a la acción, pero principalmente al pensamiento, es que sus efectos en pequeña medida pueden ser totalmente benéficos, y en gran medida van de absolutamente inocuos (puro aspaviento, idas y vueltas que no concretan nada, etc), hasta muy, muy dañinos para la persona, por la cantidad de energía que le puede insumir esta ida y vuelta vertiginosa y estéril.

Por todo esto, el elemento que representa las espadas es el Aire, se suelen usar en las cartas nubes y pájaros como manera de indicar la presencia de aire y viento, dependiendo de la cantidad, posición alta o baja, densidad y movimiento de nubes y pájaros el que indique un estado mental sereno y organizado o caótico y agitado.
Es por estar asociadas al pensamiento analítico, que las espadas representan también la palabra.
Son el saber y el actuar por pensar.

Lamentablemente, también representan la capacidad de razonar y argumentar en abstracto, cosa no siempre productiva (porque ninguna acción legítima surge sólo del pensamiento, sino del deseo o necesidad primera, del sentir adecuado de este deseo y recien ahi, de la argumentación y pensamiento enpro de la acción) y tienen mucha tendencia a actuar de manera no coordinada e incluso impositiva sobre los demás palos.

El Diez de Espadas

El ciclo de las espadas también es de los que se desarrollan mejor acotados: ningún conflicto puede alargarse demasiado sin graves daños para la salud física y psíquica de la persona afectada. Cuando sale una carta de espadas con un número alto, indica que la persona está atravesando conflictos prolongados o agudos, que, según el resto de las cartas que salgan, puede incluso indicar peligro de desequilibrio grave, locura o muerte.
Esto es hasta el nueve incluido.
El diez, en cambio, señala todo eso y un dato más: que el conflicto fue prolongado, terrible, dañino... y que terminó.
La carta indica un estado, un momento específico en la vida de una persona que es el del dolor paralizante y la necesidad de reponerse de los golpes recibidos en una pelea que ya terminó, y a la cual sobrevivió.
El daño fue tanto que la persona probablemente no pueda ni moverse: de ahí la representación en la carta tradicional de la persona clavada al piso por diez espadas.
Pero el cielo negro, que todavía la cubre, empieza a despejarse en el horizonte, mostrando un cielo amarillo (en el Rider, el amarillo indica el color de la serenidad mental), y la figura mantiene los dedos cruzados, gesto que muchos indican como señal de permanecer con vida y voluntad, desmintiendo su aparente muerte.
La carta no quiere indicar a alguien muerto, pero sí a alguien incapacitado para efectuar cualquier clase de acción o movimiento, e incapacitado por la razón específica de haber sido muy, muy gopeado. Eso por un lado, y por el otro, indica la supervivencia: la persona no puede hacer nada por un buen tiempo, pero si atravesó ya lo peor, y ahora vienen otros tiempos.

Son palabras clave para la representación de la carta, entonces: elemento aire, acumulado, estable - parálisis - dolor - conflicto - supervivencia - renovación

sábado, 24 de julio de 2010

Lo llamaban El Castillo - Final

Mi infancia olvidada toca mi presente sin rumbo, todo se vuelve una burbuja de sol, sin nada que hacer más que entrecruzarnos en los senderos.

Fran es una compañera ideal para los paisajes rocosos: cada vez que podemos elegir entre caminar seiscientos metros por asfalto o cien metros en picada vertical, casi ni lo hablamos, y nos encontramos de repente colgando de los dedos, jadeando, llegando cada vez más alto. Felices.

Los caminos llanos no son para ella, todavía. Lo achaco un poco al carácter, mucho más a la puta costumbre de vivir en adrenalina, de necesitar llenar cada segundo con una intensidad inflada.
Y disfruto lo que compartimos, sin añorar a nadie más, ni hijos, ni novia, ni nada.
Mi hermana trepa conmigo, codo a codo, árboles y montañas.




Prácticamente todos los días hacemos alguna compra, casi siempre pago yo. Al principio porque la plata que le giran desde Buenos Aires no llegaba. Bubi alquiló el departamento de San Cristóbal, le pasan de ahí unos mil pesos por mes, en cuotas para que si se manda un desastre, tenga algún límite.

Es muy sabio, dado que al poquísimo tiempo de estar sola, ya había logrado arreglar telefónicamente que un puntero la esperara en la ruta no sé por dónde, alguna tramoya más, y logró irse de gira tres días en Nequén, cosa que parecería a primera vista imposible.

Me cuenta que la segunda vez que lo encaró, a mitad de camino se le fueron las ganas y lo dejó.
Me alegraría infinitamente de ello, porque el cansancio del vicio es otra de las señales claras de autoamor y recuperación, pero ya no estoy tan seguro de creerle cuando cuenta algo.
Me guardo mis dudas.

Los siguientes días sigo pagando yo, por diferentes accidentes con la tarjeta, por paja, etc. me parece bien contribuir un poco a la casa, considero que mil pesos no es mucho.

Aprovechando que por irme a buscar al aeropuerto tenia que pasar por Neuquén, Fran se compró un veinticinco, o algo así. No mido bien las cantidades a ojo.
Se lo fumó a razón de casi tres porros por día. El décimo día de mi estancia en el Chocón, no le quedaba ya más. Y nunca lo hablamos, pero hacer toda la tramoya para ir a Neuquén de vuelta, implicaba no sólo un montón de energía, sino también probablemente el dinero de la comida.

Vimos dos películas, entre varias otras cosas: "Viaje a Darjeeling" o algo así, y otra cuyo nombre no recuerdo. Ambas películas fervientemente recomendadas por Fran, que segundos antes de empezar a verlas dudaba de sí misma y empezaba a preocuparse de que no me parecieran malas.
Eran muy buenas, en realidad.

Y Darjeeling reforzó su fantasía de ir a la India.

"Ahora que estoy bien" decía "el resto de mi familia empieza a demostrar su propio desequilibrio, y no me lo quiero bancar mas".

Yo quería fuertemente creerle que estaba bien.

Empezó a hacer planes para irse a la India, se intensificaron muchísimo cuando se le acabó el porro.

El día doce empezó a sacar números, retomó contacto con su novio hare.

Le preguntó cuánto había que juntar, el otro le pasó un boceto de plan de ir juntos a Ibiza, trabajar de camareros, juntar euros, gastarlos en India donde duran infinitamente. Había que arrancar por algo así como dos mil dólares.
Charlamos un rato, le pregunto de que piensa trabajar para juntarlos, saco unos números rápidos: le llevaría al menos seis meses.

Me dice que piensa pedírselos a Bubi. Que también puede ahorrar algo por su cuenta, que yo la estoy ayudando mucho en eso.

"¿Exactamente cómo te estoy ayudando?". "Bueno, con las compras y la comida que estás pagando". Sentí la sombra de un interés no expresado, un intento de ocultamiento burdamente innecesario por mis propias ganas de no ver las cosas.

Hablando en términos estrictos, eso me hace cómplice.
Siempre tan putamente ciego primero, y estricto después.

Sigue sacando números, llena toda una hoja: pasa los dólares a pesos, los vuelve a pasar a dólares, le dá más que al principio. Llama de vuelta al chico para preguntarle lo mismo.

Le digo "esto es de ansiosa ¿porqué no esperás y seguís haciendo los mismos planes con más calma?". Me acusa de vegetal y de pincharle el globo, con suficiente saña como para que nos separemos cada uno a su cuarto.

Me tomo un par de horas, pero me doy cuenta de que cualquier rumbo que tome dentro de esta casa, me expone a más de lo mismo.

No me va a matar, pero me pregunto cuidadosamente qué se puede sacar de bueno de otro acceso de estos.

Decido empezar por hacer la mochila, no parecía haber mucho más camino.
Por las dudas, una hora después, algo más tranquilo, encaro un diálogo, un intento.

Levanta las manos al pecho, toma aire al mismo tiempo que habla: "no hay nada que hablar: no tenemos una relación de la que hablar, no quiero escuchar nada, este circo tuyo de hacer la mochila, si querés te quedás y si querés te vas, pero no hay nada que hablar".

Tan parecida a Felisa, tan parecida a su propio padre.

Me voy a pasear, meriendo en el pueblo, re chequeo los horarios de pasajes. Por las dudas, ojeo otros lugares para parar, pero no hay nada disponible a mi alcance. Paseo más, me pregunto si bajar a a Chubut a ver a Dani, pero extrañamente no me había llevado su número telefónico. Decido volver a capital: tengo una mudanza por terminar, y veinte días de vacaciones todavía para acomodarme a una cantidad importante de cosas que había dejado en marcha. Eso significa un pasaje avión desperdiciado, pero estaba entre los riesgos asumidos.

Todavía pienso que valió la pena.

Escribí una nota que decía "tu plan de pedirle a tu abuela que te pague tu viaje a la India es idiota y lo sabés, pero en vez de enojarte con vos te enojás conmigo".

Pero no encontré razón de dejarle una nota diciendo que ya sabe lo que ya sabe.

Paseo otro poco, paso a buscar mis cosas, Fran está durmiendo. Elijo no despertarla: ni ganas de sorprenderme con el humor que tenga, bueno o malo.

El colectivo se retrasa, quietito en la parada me sorprendo de verla pasar de repente, llevando una coca cola. Me ve también de sorpresa, se le frunce el ceño, dice "me voy para casa" y corta camino por el bosque para pasar por detrás de la caseta del colectivo y sacarnos de la vista.

A los días, no recuerdo cuántos, le escribo un mensaje de texto tirando media onda. No recibo respuesta hasta muchos días después, otro teléfono, diciendo "este mi nuevo celular".

Temo que haya perdido el anterior en alguna gira pagada con lo que consiguió que gastara yo en su lugar. No saco números, no creo haber gastado tanto. Ni que haga falta yo en la pintura para nada de eso.

Habíamos hablado de la ausencia de fotos de nuestras infancias, de cómo delata eso la falta de un ojo puesto sobre nosotros, la falta de ganas de mirarnos. Arreglamos sacarnos un par de buenas autofotos, nunca lo hicimos.

Tal vez le mande ahora este mismo texto, tal vez le pida una foto.



Fin.

jueves, 22 de julio de 2010

Psicomaniobras - si no puedes enterrarlos, pídeles consejo

Yo no canto por vos: te canta la zamba
Y dice al cantar “no te puedo olvidar, no te puedo olvidar”



La hubiese querido muchísimo,
pero salió todo mal y la detesté con razón,
porque me dolió tanto.

Ni tan rápido ni tan lento me cansé de ser esclavo de mi odio,
pero no encontré mucha alternativa.

Traté de enterrar todo, y quedó un mojón.

Cuanta más tierra le eché encima, más amenazaba volverse una montaña.

Traté de matar los sentimientos,
y fue un ejercicio de sadismo cruel sobre mi espíritu.

Traté de re definirlos,
y sólo se hizo más fuerte la referencia.

Supongo que en el esfuerzo, mi corazón creció de alguna forma:
hoy encuentro una calma que no conocía (ni entiendo de dónde salió).

Poco a poco, la acumulación de tiempo supongo, el sentimiento se fue destiñendo
siempre cada paso hacia el olvido acompañado del ansia de liberación a un lado
y la pena al otro.

Pena por los errores,
pena por las verdades desperdiciadas.

Pena por haber querido ir y no llegar,
pena por no haber tachado todo desde el principio,
pena por no haberlo defendido en el final.

Pena por haberlo vivido y por quererlo olvidar.

Anclado.

Tomando nota de los aciertos de los amigos, levanté un día un altarcito a Venus.

Su número es el seis y sus atributos la sensualidad, el amor generoso, la compasión infinita.

El Arcano Tres y seis velas verdes, una por día. Incienso de rosa.

Y recé porque todo esté bien para cada uno en su lugar y lleguemos todos a buen puerto, durante seis días.
Uno por vela.

Finalmente, cuando la muerte de todo es un hecho tan cierto que la resurrección es una fantasía sin pie,

encuentro al fantasma aún en mi pieza.

Reclama un espacio que no le pertenece:
“tu dueña se fue” le digo.

Me digo.

“Está donde quiere estar que no es acá, estoy solo acá y vos no sos parte de ella, sino mía”

“Mi fantasía, mi deseo”

“Y no consigo, en dos años no conseguí darte otra cara”.

Y ya, cansado de tratar de matar un fantasma que es parte mía
tomo por fin el único camino que era razonable desde el principio.



Y me hago amigo.



Y ahora voy a todas partes, con tu fantasma.

Y se siente cálido, y le doy los abrazos que no nos dimos.

Y me arrodillo sin temor a sus pies y le pido que dé su permiso y bendición a mis amores nuevos,
que me acompañe y me cuide en la jornada que me falta completar.

Y a veces escucho consejos, que salen de sus labios
una sabiduría que no es tuya ni mía.

Y creo… creo que encontré algo valioso.






















Gracias Meuge por la ilustra.

lunes, 19 de julio de 2010

Calling Eurídice

Y de repente es tan obvio

Que cuando un amor fracasa parte de uno muere con él.

Y que no estamos para afrontar gastos así, estos días.

Que uno no puede permitir, sobrellevar

el costo de dejar eso muerto, y entonces debe

bajar a los infiernos

a buscarlo,

ablandar dioses de frío con canciones y elegías tiernas,

incluso falsas si es necesario.

Y salvar el alma del amor,

retomar con gestos cautos,

(porque uno está en medio del infierno y en una delicada operación)

la sustancia sin forma del sentimiento y cargarla el largo camino hasta afuera.

Y saber que en el camino, mientras estás en la oscuridad,

con esa carga tibia latiendo entre las manos,

no tenés que mirarla.

Es regla que el amor se rescata de la muerte a ciegas.

Porque mientras no lo ves, es sentir puro, sin cara, vitalmente necesario.

Pero si lo mirás de frente, sólo vas a ver

la cara de una muerta.

sábado, 17 de julio de 2010

Lo llamaban el Castillo - VI

Los primeros tres días, sin pensarlo, pospusimos las excursiones a cualquier lado, y nos quedamos atrapados en un torbellino de confesiones compulsivas.
A partir del cuarto día, me iría dando cuenta de que en Fran, eso es un estado casi permanente.

La primer mañana, sin embargo, me levanté tan temprano como habíamos quedado, e intenté despertarla. Habíamos arreglado ir a Neuquén para que se hiciera sus propios exámenes de hiv. La propuesta surgió de ella, nos pareció bien aprovechar mi presencia y tratar de hacerlo lo antes posible para no perder el impulso.
Pero no quería levantarse. Insistí, medio que se agrió, me pegó sin gracia con la almohada en la cara, lo llevamos hasta donde pudimos.

De repente se levanta, explosiva, hasta puntas de pìe, llevando las manos al pecho con las palmas hacia abajo como si estuviera tratando de detener una marea que la ahoga, como si tuviera que poner repentinamente límite a una situación agobiante que llegó demasiado lejos demasiado rápido. No recuerdo las frases exactas, pero no daban pie a ninguna clase de diálogo, y quedaba la violencia a medio paso.

Yo, ella y la violencia a medio paso.
Quisiera que nos conozcas, para saber de qué hablo. Del miedo que nos tengo.

Era el primer día: decidí quedarme en mi cuarto. Muy enojado, pero apostando a que se pasara de ambas partes. También decidí no embarcarme de vuelta en nada de lo que habíamos hablado previamente: "Que bueno que vengas, me vas a ayudar a ponerme las pilas con correr y hacer ejercicio", fue la primer propuesta en ser tachada de mis obligaciones.
Seguiría proponiendo y recordando todo lo que se hablara, pero la idea de "ayudame a hacer lo que no hago por mí misma", dejó de tener todo atractivo para mí.

Durante tres días, en olas sucesivas, íbamos sacando a luz la mierda de nuestras historias y encontrando el afecto mutuo. El segundo día, espontáneamente, sentí de ella y de mí olas de amor mutuo que irradiaban el aire, brillando. Ví el aire vibrar de amor, se lo dije, ella también lo sentía. Vida pura.

A partir del cuarto día, empezamos a tratar de separarnos un poco: ir a hacer compras por separado, pasear cada uno por su cuenta, quedarme en mi pieza leyendo.

Igualmente era muy difícil: a cualquier movimiento mío, Francisca se sentía obligada a responder, la atención permanente era agotadora para los dos. Si me levantaba con ganas de lavar los platos de la noche anterior, se sentía obligada a levantarse a su vez, sacármelos de las manos y lavarlos ella. Si nos quedábamos en el mismo espacio, se sentía obligada a charlar y eso la llevaba nuevamente a la compulsión por contar las cosas más bizarras que pudiera encontrar entre sus recuerdos.


No pudimos encarar nunca la desprogramación, tampoco el trabajo de constelaciones. Fran está convencida de haber hecho ya todo lo existente en las clínicas e internaciones.

Pero el problema real era otro, y se puso de manifiesto al intentar pasarle elementos de Chi kung.

Uno de sus antiguos novios había pasado poco antes por el Chocón, convertido en Hare Krishna. Dejó bien claro que lo echó al muy poco tiempo por insoportable: rezaba todos los días, varias veces por día, consagraba la comida, su devoción era permanente.
No dejó tan claro cómo fué la última discusión, pero sí que el tipo de repente tomó todas sus cosas y se fué sin decir más nada. Se arreglaron medianamente más tarde por mensaje de texto.
A los pocos días de su partida, Fran se encontró haciendo varias de las devociones.


Personalmente, detesto todo lo formal - institucional, pero sé muy bien el poder que tiene la acción devocional para reforzar una disposición interna, sobre todo en sus etapas más iniciales y frágiles, así que celebré que Fran se dedicara a todo lo positivo de cualquier actividad religiosa: el sentido de gratitud, la confianza en la vida, el compromiso con la limpieza interna.

Desde ese aspecto, reforzar o completar lo que según ella "ya tenía" de chi kung, era una buena idea. Al menos es una práctica que tiene a mi criterio más contenido que la veneración de imágenes, y la actitud devocional es la mejor para asegurar el cumplimiento de la práctica, o eso creí.

Lamentablemente, no es lo mismo ser obsesivo que ser aplicado, y al pasarle el primero de nueve ejercicios, consistente en quedarse parado, quieto, visualizando absorción de energía por las plantas de los pies y manos, chocamos: a los veinte segundos, interrumpe diciendo "me pongo ansiosa".

El resto era previsible, aunque no hubiera querido verlo: prenderse un porro tras otro sosteniendo que "baja su ansiedad", desde la actitud de estar tan curtida que "esto no es nada".
La realidad es que le pega como a cualquiera, y lo único que queda después es mirar televisión el resto del día, porque es muy difícil hacer cualquier cosa tan fumada.

Salir a correr tuvo la misma resolución: la primera vez hicimos un buen trecho. La segunda tomamos en otra dirección, que subía una larga loma, al rato dice "esto sube y sube, basta!" y se va, con una sonrisa que sugiere "tiro buena onda pero no preguntes nada porque se pudre todo". Ninguna intención de mi parte: yo sí quería correr.
No volvimos a salir juntos. Ella no volvió a salir, de hecho.

En una charla de las siguientes, me cuenta sobre su novio muerto, Santiago. No sé cuántos años de estar juntos, drogadísimos, sin hacerse cargo de la pareja, perdidísimos.

Pero rescata ahora no me acuerdo qué, tal vez el amor, para siempre.

Me suena exagerado, vacío, encadenante. Le digo sin pensar "eventualmente, vas a tener que soltar eso, también".
Empieza a dar círculos por la pieza, se pone en puntas de pie, levanta las manos con las palmas hacia abajo, toma aire al mismo tiempo de hablar, dice algo como "no te metas con mis muertos". No recuerdo si llegué a pasarme sus muertos por el culo o me contuve, pero ya no me banqué el circo de cocainómana digna y levanté la voz para decirle "sabés que tengo razón". Lo repetí, más suave, ella depuso la actitud amenazante y renunció a seguir levantando presión. Dejamos el tema.


Pasan los días y hay una familiaridad que no llega, una relajación que no se cumple nunca. Mi presencia es permanentemente percibida por ella, su atención es constantemente sentida por mi. Llega el momento en que siento que no puedo respirar sin obligarla a responder de alguna manera.

Paralelamente, sin contacto entre un proceso y otro, me voy acostumbrando a la quietud: me despierto y me siento en la pared de afuera de la casa, mirando hacia el lago a través de las demás casas en construcción. O camino una horita y algo hasta donde no hay nada y me siento con el I Ching, y no lo uso. Me quedo sentado en el silencio, miro el cielo, el lago. Muchas veces estoy contento, pero la mayor parte del tiempo no estoy contento ni triste, sino simplemente conforme.

Con poco, diría, si el lago fuera poco.

De alguna manera, en algún momento, vuelvo.

Llegando la noche jugamos al scrabbel, me gana siempre.
El aire del Chocón es más denso, es como más real: uno lo siente en la piel, en la nariz, en la sangre.
"Acá se genera la energía para toda capital" me dice Fran. Si no es cierto no importa: miro los cables que salen de la represa con respeto.
Hacemos varias excursiones: esos son momentos geniales.
Caminamos entre las flores, a veces adelante, a veces atrás. La veo con su sombrero de sol y eso me hace volver a mi, saber quién soy: ahora me acuerdo.

Me acuerdo quién soy.

viernes, 16 de julio de 2010

Sesión 01 07 10 - addenda

En general los extorsiono, debe ser dicho.
Amenazo revelar sus oscuros secretos, o simplemente darles masaje.
Pero a veces es espontáneo que alguno de los amigos/as leen, se les queda algo incrustado, y lo sacan así.
Colaboración de Meuge para el post previo.

miércoles, 14 de julio de 2010

Sesión 01 07 2010

Tras casi seis meses de pausa, me siento medio perdido y estancado, y arreglo una sesión con Alicia.
El día anterior tengo una charla con Luc, le cuento que me aburro, que estoy medio harto de todo.
Me pregunta espontáneamente “¿a vos lo lúdico te sale solamente cuando hay chicos cerca, no?”.
Con la claridad con que se ve lo que siempre estuvo ahí respondo, sorprendido, que si.
La idea me queda picando todo el día.

El reencuentro con Alicia es un poco tenso, lo primero que hace es volver a criticarme, básicamente, todo.
Recuerdo que por esto me fui meses atrás. Pero en los últimos días vengo tomando overdosis de ginseng y, sorprendentemente, me pone de muy buen humor, así que consigo callarme hasta el momento de decirle que considere lo dicho como dicho, que no estoy de acuerdo y que lo dejemos de lado.
“Pero si no estás de acuerdo con esto, mi terapia no te va a servir de nada”, dice.
Le digo que tampoco estoy de acuerdo con eso, y que nada más probemos.

Con la flexibilidad que la caracteriza, da inicio al trabajo.

Lo primero que veo al entrar en trance es a mí mismo, desnudo, corriendo hacia una puerta tras la cual se ve aire libre y colores muy intensos.
Apenas la cruzo todo se convierte en un conjunto de colores muy, muy brillantes que giran, como un juguete de plástico visto desde demasiado cerca.

Noto que hay más cosas iguales girando, pero no consigo abstraer la mirada lo suficiente para tener una perspectiva. La sensación que acompaña todo es de mucha alegría, mayormente, y una pequeña angustia simultánea por no lograr una panorámica.
La perspectiva me recuerda la de la visión infantil, con todo muy cerca, y me suena peligrosa.
Pero los colores son brillantes, y la sensación base es de mucha alegría.

Las cosas de colores girando son una especie de parque de diversiones, se vuelve evidente.
Un Rogelio niño, también desnudo, está muy contento de verlo, y por un rato me abstraigo en eso, aunque la sensación de peligro por la falta de perspectiva sigue sonando como una alarma obsesiva a volumen mínimo.
De repente aparece una segunda sensación de disconformidad: está bueno quedarse, y no lo está.
También hay que moverse.

Aparecen los pies de un Rogelio gigante, enorme, con la cabeza por las nubes, que tras un momento toma el parque de diversiones entero en sus manos y, sosteniéndolo cerca del pecho, se lo lleva tras las colinas.

Entre todos los juegos de plástico brillante, hay un rincón hecho de carne violeta. El color es la indicación de un estado, una especie de angustia o depresión.

Cuando Rogelio gigante apoya el parque de diversiones en su nueva locación, veo a Rogelio niño, contentísimo, con las manos en la cintura como un patrón de estancia. Disfruta por anticipado todo lo que va a jugar. Es totalmente cierto, pero la sensación de peligro no me abandona.

Rogelio niño se lanza a jugar, corre, salta, aparece en todos los juegos casi a la vez. Sé que está en el máximo de alegría posible, pero su excitación me parece peligrosa, como cuando veo niños con exceso de coca cola en mac donalds.
Aparecen muchos más nenes, todos juegan en mi parque de diversiones. Todos corren, saltan, juegan totalmente olvidados de todo lo que no sea jugar y excitados al mango.
Una parte mía permanentemente espera el desborde: que se choquen, se caigan, se peleen.
Tanta energía y tanto movimiento no pueden existir en armonía.

De esta preocupación se empieza a abstraer, a rezumar, un Rogelio de treinta años, también desnudo. No sé que onda, la desnudez, hoy. No me molesta, en todo caso.
Este Rogelio treintañero, exudado de la preocupación empieza a sentirse triste. Por el inevitable y seguramente cercano quiebre de la alegría.
Ve a Rogelio chico, que de repente convoca a todos los chicos del parque para decirles algo, proponerles un juego.
Se pone más triste, porque sabe que no va a funcionar: que no le van a hacer caso, o que le van a hacer caso y muy rápidamente se van a dar cuenta de que la propuesta carece de interés y gracia.

Una imagen de Rogelio chico en la oscuridad, parcialmente atado al suelo por barro desde los pies hasta los hombros aparece enseguida. Sé que lo lastro, me identifico con Rogelio de treinta, descreído, y sé que lo lastro. Que mi falta de fe le pesa a Rogelio chico.

Me amargo y me retraigo más aún, y aparezco, treintañero, enfurruñado y desnudo, sentado en el lugar violeta del parque de diversiones. Ese lugar era yo desde el principio, noto.

Me doy cuente de que mi presencia es incompatible con la diversión: mientras yo esté, los chicos no van a poder divertirse. Rogelio chico no va a ser totalmente libre de abandonarse al juego y la alegría despreocupada.
Porque mi preocupación, y mi falta de confianza le pesan y lo coartan.

Noto que no puedo cambiar de actitud. Deseo que todo fluya, pero simplemente no encuentro el lugar desde dónde cambiar mi actitud.
No puedo.
Me rindo.

Recuerdo un Rogelio que tuvo que ser quemado por no poder abandonar, por estar anclado a un recuerdo irremediable.
Voluntariamente incendié la habitación donde había ocurrido eso en mi visualización, pero el Rogelio victíma de esa habitación no podía abandonarla.
Un fantasma encadenado.
Así que le prendí fuego a la habitación y lo dejé adentro.
A que muriera.
Si tu ojo izquierdo.

Me asusté, dolorido, al recordar eso, pensando que tal vez debería hacerlo de nuevo.
No quería, pero tampoco quería ser el lastre ante la alegría de vivir de mis otras partes. Y no conseguía cambiar de actitud. Y no veía otra salida. Y no sabía cómo hacerlo, tampoco.

Aparece Rogelio chico, muy sereno, frente a Rogelio treintañero enfurruñado, con el que sigo identificado. Soy yo. Con el diálogo mudo de las visualizaciones, Rogelio chico me cuenta, con una seriedad muy sencilla y dulce, que no esto no puede ser sin Rogelio grande.
No hay fiesta sin mí.
No puedo morir, no tengo que irme, ni transformarme, ni nada.
Nada más que estar.
Se lo ve tan serio, tan confiado. No está enojado de que le estropee la fiesta, no comparte mi falta de confianza. Confía en sí mismo, y extrañamente, en mí también.

Está absolutamente sereno, en una pausa de su juego frenético, sin inercia: no hay agitación, no hay backlash por frenar su acelere, no hay tristeza ni impaciencia. Está totalmente centrado y seguro.
Es intocable, lo sé. Nada puede tocar ya a Rogelio chico.

Me quedo, aferrado a mi desconfianza. No sé qué hacer, cómo dejar de ser un lastre.

Y escucho, desde algún lado, a Rogelio gigante, con los pies en la tierra, la cabeza en las nubes y un ojo mirándonos por alguna ventana. Dice que él nos lleva, que nos sostiene a todos.
A todos: a todo el parque de diversiones, y a mi también.
A Rogelio enfurruñado también.

La misericordia de la afirmación sopla como un viento a mi alrededor, me quedo quieto mientras veo a Rogelio gigante llevando todo, a Rogelio chico que se retira a esperarme y simultáneamente me acompaña, y me desidentifico de Rogelio enfurruñado.

Y lo veo, pasando los segundos, aliviarse. Aburrirse de estar autoexcluído. Darse cuenta de que no es responsable de lastrar a nadie, y tampoco es responsable de sostener a nadie. Hay uno más grande, que lo sostiene todo. Y la culpa da lugar, en pasos sucesivos e instantáneos, al aburrimiento, a la curiosidad, a las ganas de ver qué pasa afuera.
Se levanta y sale, se acerca a los niños que juegan.
Se mezcla entre ellos.
Salgo del trance.

Nos abrazamos con Alicia, no sé si piensa que esto sirvió, pero estamos contentos. Muy contentos.

No quedamos en otro encuentro.

























Mi parque de diversiones visto por Sanx.

sábado, 10 de julio de 2010

Lo llamaban El Castillo - V

Breve reflexión: tipo por 1890, en el auge de la literatura folletinesca, no recuerdo quién dejó a su héroe, al final de la entrega semanal, en una situación desesperada e irresoluble. No recuerdo si atado en las vías del tren, o algo así.
Los lectores esperaban ansiosos la siguiente entrega para ver cómo escapaba el protagonista de la muerte segura.
Por la reacción de un par de amigos ante "El Castillo...", entiendo que el mismo reflejo se produce aquí, y descubro una característica de mi escritura: tiendo a poner a los personajes en situaciones cada vez más estranguladas e imposibles de resolver, generando en el lector ansiedad por saber cómo podrán los protagonistas salir de semejante circunstancia.

La respuesta es simple: no salen.

Las situaciones pueden ser infinitamente angustiosas, porque no existe fondo para la miseria, y la salida del pozo requiere tanto esfuerzo como la entrada, a veces más, y tendemos a hacer lo mismo, no lo nuevo ni lo contrario.

Como Grant Morrison, si de mi dependiera el destino de mis personajes, sería benévolo con ellos, para que al menos en algún lado haya dulzura.
Pero esto es biografía.

Lo único que nos salva es la incongruencia de la realidad consigo misma, las rupturas, los pliegues, las grietas donde el cieguito ese decía que no sé quién acecha.

Es lo único que permite que hoy día Fran siga en algún lado.
Y yo me lleve mejor con mi madre.


Pueden leer lo previo acá, acá, acá y acá, y nos tomamos un respiro.

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Cierto día, de alguna forma, juntaron fuerzas con mi madre y fueron a un psiquiátrico, la medicación no fue adecuada, tuvo una crisis cuya naturaleza no recuerdo ahora y volvió al departamento.
Fueron muchos datos, muy fuertes, en muy poco tiempo. En el ida y vuelta furioso yo le iba contando lo mío, pero no es hoy el día para contárselo a ustedes.

Que otro día, con su abuela, juntaron fuerzas nuevamente y encararon la última salida que veían, y vinieron juntas al terreno donde ahora hay una casa.
En aquel momento, sólo estaban las paredes de la prefabricada y algo del terreno: había luz, pero no había agua ni gas.
Se tomaron tres meses juntas, pasando el mono.
Bubi se bancó las agresiones cada vez más frecuentes e intensas de Francisca junto con dormir en el piso y lavarse en el patio.

Fran... sé que no sospecho siquiera lo que se bancó Fran.

En cierto momento empezó a sacarse fotos.

Era el modo de verse en un lugar que no tenía espejos, tampoco.

Flaca, la piel sucia por debajo, el gesto sacado incluso en los buenos momentos.
En una, de repente, aparece feliz, muy feliz. "Acá me estaba empezando a dar cuenta de lo que es este lugar, de a dónde había llegado", me dice.
Cuando se empezaron a disipar las brumas de la intoxicación, empezó a enamorarse del lugar.
Del silencio, del lago, de la lejanía absoluta de toda la gente que conocía.

Tuvo algunas anécdotas, claro.
Una fue la verdad acerca de la citación.
Empezó diciendo "no, no te lo quiero contar, porque vas a querer ir a pegarle y yo no puedo tener problemas acá en el pueblo..." y otra sarta de frases hechas de piba quilombo a novio merquero.
No le expliqué que por las cagadas que se mandara ella, no iba a enojarme con nadie más que con ella.
Resulta que, mientras se desintoxicaba, la abuela iba construyendo la casa, de a poco, con gente del pueblo como peones.
Fran, con la muletilla de que ninguna medicación le sirve más que el porro, se pasa el día fumando.
Con tal actitud, que una vez que la abuela estaba en Buenos Aires y ella sola, uno de los peones la ve fumar.

"Y entonces le tuve que convidar", me explica.
"NO!".

Mi suposición había sido cierta: ya tenía ganas de pegarle a ella, y del otro ni me acordaba.
Mi opinión respecto de este tipo de cosas quedó clara: a)- uno tiene que aprender a bancarse las ganas de fumar, o cualquier vicio, lo suficiente como para no hacerlo cuando te puede poner en una situación incómoda.
b)- si te pasa algo como esto, atenerse por la cara a la situación base: "si: yo fumo mientras vos trabajás porque estoy en mi casa y soy tu jefe: andá a poner esto acá y eso allá y hacelo ahora, que yo tengo que fumarme este porro."

Para la próxima quizás lo haga.
Para esta vez, lo que hizo fue hacerse cómplice del tipo, fumando juntos a escondidas de la abuela.
Por supuesto, en la charla, sale el tema de su reclusión en el Chocón.

No la culpo, yo me pasé dos años enteros diciéndole a todo el mundo que tengo hiv, casi antes de decirles mi nombre. Lleva tiempo dejar de tener ganas de que tu historia te defina, y más tiempo aún olvidarla.
Doy fe: a todo se llega.

Pero Fran todavía tenía pocos meses en el pueblo, y le contó todo.
Incluído, claro, que no podía tomar nada de alcohol, y menos que menos, vodka.

A la semana, por supuesto, el tonto aparece con una botella de vodka.

"Y yo, claro" dice Fran, "me tomé primero dos medidas y después, claro: la botella entera".
"Y claro, quise ir al pueblo a tomar mas".
"Y claro, el tipo me quiso coger, pero claro: le puse dos manos que le rompí la nariz y me fuí al pueblo sola".
Me reí un buen rato a expensas del estúpido que se quiso coger a la hija del herrero, hasta que terminó la anécdota.

El final no me pareció tan gracioso.

"Me fui al pueblo, bardée, no me acuerdo nada pero me dijeron que bailé streep tease sobre la mesa del único bar que hay".
"Al día siguiente me llegó la citación de la jueza de paz, y ahí chatée con vos"

"Después de ir"

"No, antes"

"Pero... me dijiste..."

"Pero era lo que pensaba hacer!! pero no estaba segura!! y no sabés lo bien que me vino todo lo que me dijiste cuando pensabas que ya lo había hecho: fue lo que me decidió a ir!!".

Permanecí ligeramente incómodo desde entonces.

Hubo más anécdotas, del presente y del pasado.
Cambiamos mucha data, yo me enojé con su padre de vuelta, ella con mi madre por primera vez.
Me contó que ella le conseguía porro al padre, cuando tenía doce años.
Que le quiso convidar a mi medio hermano Javier, hijo de un matrimonio intermedio de Felisa, que entonces vivía con ella y Guillermo mientras yo vivía con mi padre, pero Guillermo le dijo que "no, Javier tiene que estudiar, no hay que darle porro, hay que cuidarlo".

Tienen la misma edad, Fran y Javi.
Nos preguntamos bastante porqué a Javier había que cuidarlo y a ella no.

Me contó que poco después de la anécdota del vodka el invierno se puso duro en Neuquén, y en cierto momento dejó de salir de la casa. Un día pasó el albañil del vodka, y le dejó un paquete de galletitas, de puchos y un yogur, de onda, porque vio que no estaba saliendo.
"Se lo agradezco para siempre" dijo, con el gesto de quien eleva algo a la mayor dignidad y se compromete a mantenerlo ahí hasta la tumba.

Me pareció demasiado para galletitas y yogur.

Pero también agradece a mi madre que la haya ayudado a abortar.

Un chico menos es un problema menos, no consigo sacarme la ecuación de la cabeza.

miércoles, 7 de julio de 2010

Lo llamaban El Castillo - IV

Partes uno, dos y tres.

Arreglo todo en mi trabajo, tomo vacaciones por un mes.
Estaba en ese momento viviendo en una pensión y llevando adelante el juicio de sucesión de la casa de mi padre (para luego determinar qué haría con el intruso instalado adentro): las cuentas me cerraban muy justas, se me venían gastos grandes para el juicio y estaban por subirme el alquiler en la pensión, cuyo piso se hundía solo.
José me venía ofreciendo hacía tiempo la sala de ensayo de su banda para dormir. De repente, la mejor combinación posible era aprovechar el momento en que re hicieran el piso de la pensión, que tendría que abandonar obligatoriamente la pieza, para irme a Neuquén, pasar una semana o un mes, lo que pudiera, con Francisca, y volver directamente a la sala de ensayo para empezar a ahorrar el dinero que pudiera.
Temía que eso implicara terminar de abandonar mis pretensiones de trabajar con los masajes: a duras penas me daba la cara para llevar gente a la pensión -solo amigos con los que trabajaba por truque- mucho menos podría llevar desconocidos por dinero a una sala de ensayo.
La fantasía de volver y ocuparme de promocionarme a domicilio flotaba, pero estaba todo todavía demasiado lejos. Me intrigaba mucho saber con qué me encontraría en El Chocón. Mis experiencias con cocainómanos empedernidos me tintineaba recuerdos de desbordes y melodramas ridículos y agobiantes que escalan rápidamente a violencia visceral, inmensas cantidades de veneno repentinamente sueltas en el aire. Relaciones que se perpetúan sólo aceptando esa dinámica, a las que siempre renuncié muy rápidamente.

Terminé decidiendo viajar en avión por una oferta de ida y vuelta. Estaba preparado para volver como fuera, sabía que difícilmente pudiera cumplir las fechas de la aerolínea. Tenía posibilidades alternativas: Daniel estaba trabajando como maestro rural una o dos provincias más al sur. Si todo explotaba, podía volverme a Baires, o bajar y terminar mis vacaciones en Gualjaina, o esos lugares.


Bajé del avión y me tomé unos minutos de ansiedad en el bar del aeropuerto mientras Fran llegaba. Me avisa que está cerca, la veo acercarse desde la otra punta. Miles de palabras y risas por minuto, no podemos parar. No íbamos a poder parar en casi tres días.
Encaramos hacia la casa, y empieza a disculparse de antemano. Está muy ansiosa de que no desvalorice lo que tiene, preocupada. No sabe que me conformo con muy poco, o no recuerda lo que era Cascallares, donde compartimos la mayor parte de nuestra infancia en común.
El lugar donde vive ahora es una casa pre fabricada sobre una pila de tierra que nivela el terreno exacto de la casa y un metro más a los costados. Después, cae abruptamente. Parece una cajita puesta sobre una montañita de tierra y piedras, en un barrio en construcción a cierta distancia del pueblo del Chocón.
Por dentro tiene tres ambientes mínimos pegados entre sí, una cocina a garrafa y un baño con termotanque eléctrico de veinte litros.
A cinco minutos de caminata, el lago artificial creado por la represa, inmenso, gigante. Se lo puede caminar por horas sin hacer ni la mitad de su circunferencia.
La casa la empezó a construir Bubi con la intención de tener un lugar de fin de semana.
Se evidenció en cierto momento como la última posibilidad para Francisca de estar en algún lugar.
Dejamos la exploración para otro momento, nos empezamos a poner al día.

Inmediatamente antes de esto, me cuenta, había vivido cerca de Felisa. Al mismo tiempo casi que yo abandono la casa de Felisa en una bola de confusión y angustia, sin saber aún que le debía el encubrimiento de mi propio pasado y el familiar, Bubi le da a Fran un departamento a tres cuadras, en el mismo barrio, San Cristóbal.
Con tanta mala suerte que San Cristóbal es, hoy día, una de las cocinas de pasta base de capital federal.

Al poco tiempo había vendido todo lo que tenía en el departamento, había bailado desnuda en la calle frente al despacho local de pasta base con la intención de demostrar que estaba más loca que otra fumona que la quiso asustar, había llenado el departamento de fumones, se había enamorado de un linyera.
Lo invitó a vivir en su departamento para fumar juntos, me contaba cómo él no tenía dientes pero fue el único que le dio un orgasmo a través del sexo oral.
Que Santiago, en diez años de estar enamorados, no le había dado prácticamente ninguno, de ninguna forma.
Que el linyera terminó yéndose: como toda persona que de alguna forma termina viviendo en la calle, prefirió eso.
Que para ese momento el departamento estaba lleno de otros fumones, ella misma no pasaba tanto tiempo dentro.
Que Felisa y Bubi la visitaban seguido, ahí, pero ella no podía pasar ya más de cinco minutos sin fumar, así que entre la mugre del basural en que se fue convirtiendo el lugar, le pedía a su abuela “mirá para otro lado”, y se prendía una pipa rápida.
Que se prostituía en Constitución, literalmente por dos pesos.

Insistió mucho en esa frase y esa cantidad.

Que se pasaba a veces días en la escalera de entrada de la casa donde compraba, junto con muchos otros fumones que se iban conociendo mutuamente, de estar siempre ahí, pidiendo, vendiéndose, comprando.
Que casi vivían en esa escalera.
La llamaban El Castillo.
Que muchos decían que veían fantasmas de muertos anteriores en los escalones en que se sentaban ellos ahora.

Que un día me vió pasar.
Que la miré de frente y no la ví.

Puede ser, perfectamente puede ser.

domingo, 4 de julio de 2010

Lo llamaban El Castillo - III

Primera y segunda parte.


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Siguió pasando el tiempo, nuevos acontecimientos importantes: a fines de 2008 recupero en terapia la memoria de un abuso sexual a manos de mi tía Alicia, lo denuncio ante la familia y allegados: ante algunos en persona, a los no tan cercanos mediante una circular de e-mail.
Fran responde tarde: cuando mandé la circular estaba en otra internación por desintoxicación.
Mi padre ya había muerto, en una secuencia larga y con muchas secuelas.

Mi relación con mi familia materna se rompe, como indica el manual que ocurre cuando alguien denuncia algo así, con una excepción importante: mi tía Luci cuenta los antecedentes del tema en la familia, y sus hijos, José y Daniel, presencian cuando Felisa y Alicia llaman a Luci para pedirle que no lo divulgue. Lucila les cuenta que ya lo hizo, y en la siguiente llamada, mi madre y tía avisan que van a negar todo. El resultado de este movimiento es que José y Daniel se alineen conmigo, diciendo, en síntesis: "si tu recuerdo infantil del abuso es o no es cierto, ya no importa: vimos a tu madre diciendo que va a mentir sobre un antecedente importante".
Todo esto tuvo más consecuencias, ya irá llegando el turno de contarlas.

Cierto día, chateamos de vuelta con Fran.
Me cuenta que está en El Chocón, muy bien, muy contenta.

Pero que se mandó un moco.

Charlamos y me cuenta que se tomó un vodka, luego no recuerda nada, luego tiene esta citación de la jueza de paz del pueblo.
Las consecuencias de bajar la merca con whisky desde los trece años incluyen la amnesia alcohólica.
Sépanlo, intégrenlo en sus consideraciones.

Charlamos un poco, me cuenta que ya había encarado la situación: "fuí, les dije que mi pareja murió y que desde entonces tengo problemas con el alcohol, que por eso me vine acá y que tuve una recaída y que no va a volver a pasar".
Al escucharla decir que había puesto la cara me surgió una alegría creciente, cada vez más expandida en mi pecho.
Sentí que era el cambio verdadero, el único que importaba de todo: desintoxicarse en la Patagonia era necesario, pero aprender a afrontar las consecuencias de los propios hechos y no permitir que crecieran como una bola de nieve... eso era fundamental, y era nuevo.
Le dije con claridad lo que pensaba: "creo que acabás de activar el auto amor y la posibilidad de empezar a protegerte sola".
Nos alegró tanto esa charla, que empezamos a fantasear con encontrarnos.
La verdad es que su última oferta, de casi dos años atrás, también fue parte del deseo.
Por otro lado, como dijera su hermana Margarita, "con Fran siempre sabés que puede ser la última vez".

Sabiendo que incluso en el mejor de los casos me encontraría algo re pesado, y siguiendo mi puta costumbre de buscarme la damisela con más gusto de revolcarse en el barro para limpiarla, busqué las mejores herramientas posibles.
Alicia ya me había ofrecido pasarme la desprogramación un par de veces, yo lo venía rechazando por evitarme responsabilidades, con la excusa de "no sentirme a la altura". Ahora, por suerte en un sentido laxo, la gravedad habitual de la situación restaba importancia al fracaso. Hablamos con Ali, le expuse mi temor de que el proceso de reprogramación pudiera ser demasiado extremo y desencadenar alguna de las acciones que tantas veces estuvieron a punto de matarla.
Ali no lo pensó mucho y en una de tantas posturas que uno no se espera de una ancianita blandita que habla despacito dijo "... si se tiene que morir, que se muera desprogramada".

Sepan eso, también.

También fui con Tati, que me pasó un ejercicio de constelaciones para hacer sin gente, ocupando uno mismo los diferentes roles por momentos. Interesante, pero a ese sí que no me sentí en condiciones de sacarle el jugo, pese a la confianza de Tati.
Igual, me llevé todo.

viernes, 2 de julio de 2010

Lo llamaban El Castillo - II

Viene de acá.
Va hacia nada.



En alguna remodelación de alguna casa donde vivieran, las nenas denuncian abuso sexual por parte de los albañiles.
Este tipo de episodios son regularmente confusos por un motivo: los adultos siempre prefieren dudar de la palabra del niño antes que enfrentar a otro adulto con una acusación importante.
Detalle interesante, parece que Bubi si creyó o tomó la declaración de Margarita, y no la de Fran.
O así lo cuenta ella años después, diciendo con claridad que no recuerda nada, pero que sabe que "ve pitos" desde antes de los seis años.

Esto me lo contó en El Chocón, refugiada de la pasta base.

Durante varios años, nos vimos muy cada tanto.
Yo desarrollé mi relación disfuncional con mis padres, ella se acostumbró a vivir de fiesta en boliches y ambiente high rock, mientras la hermana y abuela pagaban clínicas y tratamientos. Con la muerte de Santiago, su amigovio desde los catorce años, empezó a fumar quetedique en vez de tomar por la nariz como dios manda.

Su experiencia con drogas ya superaba toda la que yo tengo aun hoy.

Cuando empezó a profundizar su relación con la pasta base, tomó también la costumbre de aparecer por casa de Felisa en busca de refugio.

Era lo más parecido que conocía a una madre.

Felisa ya había cortado con Guillermo, entre otros cambios. Uno de ellos fue cierta tendencia a hacerse cargo, ahora si, de Francisca, dentro de lo que puede hacerse cargo una persona de otra, mayor de edad y con el sesgo de personalidad que te da el consumo temprano.

Fran siempre fue físicamente muy linda, y mezclaba eso con un estilo de niña entre inocente, traviesa y absolutamente desenfrenada que le retribuía mucho en Cocodrilo con hombres mayores.

Y a mi me volvía loco, también.

En la época en que empezó a aparecer seguido por lo de Felisa yo vivía ahí todavía, y no pude evitar re enamorarme de ella. Los sentimientos que había tenido años atrás, infantiles, volvieron a un cuerpo ahora adulto.
Recuerdo el día en que llegó: yo estaba con Ana, explorando algo que se quebró ahí mismo al responder el timbre y ver sorpresivamente a Fran en la puerta, algo demacrada de la gira pero tan linda como pude verla. Nos cortó el polvo y la historia, en el mismo gesto involuntario. Dejé a Ana en pausa para prepararle a Fran un mate, y nunca más volví.

Ese año le declaré mi amor, y ella rehusó. Era evidente algo que yo aún no asumía: temía perder su refugio.
Yo, que todavía no sabía lo que se me venía por delante, estaba convencido de que a fuerza de enamorarnos podríamos dejar, yo el alcohol, ella la merca.

Todavía no había blanqueado que ya estaba en la pipa.

Siguieron pasando los años. Mis acontecimientos importantes fueron Sabrina, el masaje, la escritura, diversos episodios con mi padre que fueron perfilando mi hepatitis, el cáncer de mi primo.
Muy poco antes del cáncer de Nacho, chateamos un día, yo medio ebrio y sin decirlo, ni saber que ella también lo estaba, quedamos en encontrarnos a mitad de camino, bebimos más, muchísimo más, chocamos todo lo que encontramos, le dijimos a quien se cruzara que éramos hermanos, fuimos a un hotel.

Un poco más de tiempo aún, y llega la fecha de mi contagio de hiv.
Nos encontramos, Fran teme habérmelo contagiado porque no sabe si tiene. Muchos de sus novios y amantes eran portadores, ella gusta de dar detalles crudos: es muy probable que estuviera infectada también. Le explico que no, que nos habíamos cuidado bien. Además, las fechas no daban, con seguridad. Pero ni antes ni ahora hizo su propio examen.
Nos despedimos con mi frase de aquel momento, lo primero que dijera mi tía Alicia: "el tema no es la salud, que está cubierto, sino encontrar pareja o tener una vida más o menos normal".

"Cuando necesites coger, llamame", dice Fran.